La lluvia estropea la fiesta olímpica ideada por los parisinos
- Los Juegos Olímpicos arrancan con una fascinante ceremonia, por Mario Vallejo
- Sigue los Juegos Olímpicos de París 2024, del 14 de julio a 11 de agosto en RTVE
Vaya por delante que después de vivir los que vivimos en Barcelona 92, siempre vemos el resto de ceremonias con cierto recelo. Francia había diseñado la ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos más ambiciosa de la historia olímpica, y puede ser que la lluvia ha truncado los planes.
Esa lluvia amenazaba desde que amaneció en un París un tanto angustiado por la presión de que todo saliera bien y, sobre todo, por la preocupación en materia de seguridad. El boicot que sufrieron las líneas de trenes de alta velocidad endureció aún más los controles de seguridad que controlaban hasta un kilómetros de perímetro a cada lado del río Sena (mirar el plano de Metro invitaba a contar si había este viernes más estaciones cerradas que abiertas).
De ahí que los asistentes y todo tipo de trabajadores implicados en la ceremonia acudieran a su puesto con varias horas de antelación. Sin precipitación de lluvia los ánimos estaban en lo alto.
Arrancó la ceremonia con la partida del barco de Grecia y el primer momento de fiesta (y casi único hasta el final del encendido del pebetero) lo originó Lady Gaga y su canción homenaje a la Belle Epoque parisina que hace 100 albergó con desbordante felicidad los Juegos de 1924. Con suspense y descubriendo su rostro en el último momento, entre dos plumas de cabaret, la norteamericana conquistó al público galo con su interpretación en francés.
Al término de la actuación llegaron las nubes, la oscuridad repentina y la dichosa lluvia. Intensa. De las que calan de verdad.
Hasta ese momento la mayor ovación se la habían llevado las expediciones de Brasil y China, por aquello de su mayoría entre el público. De entre las siguientes, hasta la llegada de los barcos finales de USA y Francia, solo destacar los aplausos a los pocos representantes de Palestina. Honor y ánimos.
El desfile de barcos con los deportistas estaba adobado de actuaciones musicales, acrobáticas y recuerdos a la historia de Francia y a sus héroes. Lo malo es que todos esos atractivos había que verlos por las pantallas instaladas (en algunos puntos, incluso, la lluvia dejó sin volumen dichas pantallas). ¿Se imaginan pagar una buena suma de dinero para acudir a una tribuna y mirar a la pantalla?
Es entendible que con el paso de los minutos y las horas, aquellos a los que el improvisado poncho no les repelía ya más agua decidieran marcharse a seguir la ceremonia por televisión (si tenían suerte y llegaban en menos de hora y media a su casa). Para ese tipo de público estaba ideada esta ceremonia, para que el mundo entero viera las bondades de Francia desde el salón de su casa.
Cuando cerró la caravana el barco con la delegación de Francia, cual coche escoba, el ánimo en las gradas subió la temperatura. Pero ligeramente, ya se habían ido muchas manos para aplaudir.
Nada que debatir en lo bonito y emocional del último tramo de la ceremonia. Desde que Zidane concedió la antorcha a Rafa Nadal, hasta el encendido final sobre el globo flotante. Broche reseñable para la que hasta ahora ha sido la ceremonia más duradera de la historia.
Se abrirá el debate desde hoy, ¿realmente el resultado final ha compensado el sacar la ceremonia del clásico marco del estadio olímpico teniendo en cuenta lo que ha vivido París y los parisinos en las últimas semanas? Cada cual tendrá su opinión.