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40 aniversario

40 años del primer diagnóstico oficial por aceite de colza adulterado

  • 25.000 personas intoxicadas y 5.000 fallecidos en la primera gran crisis sanitaria en España
  • Abel Fernández imagina cómo hubiera sido su vida y recuerda cómo ha sido tras ingerir el aceite
  • Hablamos con abogados y personal sanitario sobre cómo se afrontó la intoxicación hace cuatro décadas

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Personas intóxicadas por el aceite de colza adulterado se manifiestan
Personas intóxicadas por el aceite de colza adulterado se manifiestan

Abel Fernández es leonés. Siempre fue un chico risueño y curioso e hizo el servicio militar sin una pega. Al poco de conocerla se casó con Merche García Soto. Con ella sigue viviendo en su pueblo, San Miguel del Camino (León), 37 años después. Allí fue donde, en un permiso de pernocta y delante de una cena casera y de sus tres hermanos, decidió contarle a su madre que iba a ser agente de la policía municipal. Abel sabía que había muchas plazas y no iba a ser difícil entrar. Además, era un chico alto y fuerte: medía 1,85 metros y pesaba 84 kilos. Dicho y hecho. En el pequeño pueblo cercano a León nació su hijo, aunque no su hija. La madre se empeñó en que la primogénita viniera en Asturias. "¡Tiene que ser asturiana!", dijo, y allí se fue a tenerla. En la actualidad está jubilado y disfruta junto a Merche de sus tres nietos.

Esa podría haber sido la vida completa de Abel. El Abel que no tomó el aceite destinado al uso industrial. A partir de este punto, leerás la verdadera historia, la del que, junto a su madre y otras 25.000 personas, fue intoxicado en la primera gran crisis sanitaria en Europa: la del aceite de colza, que dejó 5.000 fallecidos en nuestro país.

Una ensalada aliñada

Una ensalada regada con aceite desnaturalizado de colza fue el punto de inflexión. El de él y el de su madre, los únicos afectados en San Miguel del Camino. A partir de ahí le siguieron "dos años de pollo y pescado hervido" que aparcaron sus planes para siempre. "Llevo viviendo desde 1981 de gorra", confiesa a RTVE.es. Tenía 20 años y le quedaban tres meses para acabar la mili cuando acudió a dormir a su casa. En su cocina ya estaba la garrafa de cinco litros de aceite que había comprado su abuela "para probar" a un reparto ambulante "que venía por la carretera general".

Abel Fernández posa mientras hacía el servicio militar

Abel Fernández posa mientras hacía el servicio militar Fotografía cedida por Abel Fernández

"Nunca olvidaré la cara del médico cuando me puse el calzado tras varios meses ingresado. Me quedaban las zapatillas enormes", cuenta. Entró en el hospital sin poder apenas respirar si no estaba tumbado y salió de él pesando 54 kilos, midiendo ocho centímetros menos y con el pie reducido en dos números. Problemas musculares, de respiración, triglicéridos altos y afecciones dentales están entre las 22 secuelas que padece, del centenar que tienen reconocidos los afectados del síndrome tóxico hasta ahora. Decimos "hasta ahora" porque van descubriendo nuevas dolencias día a día. "Me llegaron a desahuciar en el hospital, pero conseguí salir adelante. Eso sí, con una incapacidad absoluta", lamenta Fernández.

Salí del hospital pesando 54 kilos, midiendo 8 centímetros menos y con el pie reducido en dos números

El 25 de mayo de 1981, 120 personas se encontraban internadas por neumonía atípica en el Hospital Provincial de León. Una de ellas era Abel. Los médicos estaban desconcertados con lo que estaba ocurriendo y a principios de mes el aceite envenenado ya se había cobrado su primera víctima oficial: Jaime Vaquero, un niño de Torrejón que murió en brazos de su madre camino al hospital. Un mes después ya había 10.000 hospitalizados y 80 fallecidos. El especialista de medicina interna del Instituto Carlos III, Miguel Posada, lo recuerda bien: "Todos los pacientes que estaban ingresados se quejaban de lo mismo. Uno se quejaba de una cosa y al día siguiente les pasaba a todos".

En medio llegaron las famosas declaraciones del ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof quien aseguraba que la neumonía era "menos grave que la gripe". Y añadía: "Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata". Unas palabras que, aunque fueran desmentidas por el político años después, pasaron a la historia gracias a la hemeroteca.

Finalmente, fue el equipo del pediatra José Manuel Tabuenca el que dio con el quid de la cuestión entre las más diversas teorías que apuntaban hasta a pesticidas de uso habitual en fresas o tomates, lo que desato la alarma entre la población. Tabuenca descubrió que la neumonía atípica era en realidad una intoxicación por vía digestiva, una enfermedad multisistémica que afectaba a todos los órganos. En su investigación y esos primeros estudios se basó la Organización Mundial de la Salud (OMS) para definir el aceite como causa del envenenamiento. Se le ponía nombre: Síndrome del Aceite Tóxico (SAT) y era una más de las 7.000 enfermedades raras catalogadas en el mundo.

Mujeres: las más afectadas

"Merche era mi novia en ese momento. Hizo como si no pasara nada", recuerda emocionado Abel. "No entiendo como no salió corriendo con lo jóvenes que éramos, ¿por qué iba a cargar conmigo en ese estado?". Ella no solo "cargó", sino que asegura que no le puede pedir más a la vida. Responde a nuestras preguntas por escrito ya que padece sordera: "Recuerdo cuando volvió al pueblo del hospital como un momento triste, por cómo estaba él de malito. Éramos muy jóvenes, pero a pesar de ello se ve que ya nos queríamos mucho, así que seguimos como pudimos", escribe. Hubo boda y García rápidamente se quedó embarazada, a pesar de que no se sabía qué podía provocar el síndrome tóxico a los fetos. "Nunca tuvimos ningún miedo con el embarazo, aunque sí es verdad que cuando nació mi hija lo primero que hice instintivamente fue mirarle los pies y las manos para ver si estaba todo en su sitio", dice el leonés.

Cuando nació mi hija instintivamente le miré los pies y las manos para ver si estaba todo en su sitio

Estos cuarenta años no solo han constatado científicamente que el envenenamiento afectaba más a las mujeres, sino que, aunque no hubieran consumido, ellas han tenido que sufrir la muerte de su descendencia o unos "cuidados eternos que no les han permitido ni trabajar", comenta Abel mientras que se pregunta: "¿Cómo se van a mantener cuando nos muramos?".

Abel Fernández y Merche García, matrimonio afectado por la intoxicación Foto cedida por Abel Fernández

Carmen Cortés, otra afectada y la coordinadora de la plataforma Seguimos Viviendo, se cuestiona lo mismo y recuerda que hasta finales de la primera década de los 2000, ellas ni siquiera cobraban el tope máximo de indemnización: "Aunque fuéramos cabeza de familia, como era mi caso, solo se tenía en cuenta a los hombres como tal para darles la máxima puntuación".

Muchas mujeres sintieron que fueron ellas las que envenenaron a su familia al cocinar

Cortés habla también de culpa y de silencio. "Hubo culpa, porque muchas mujeres sintieron que fueron ellas las que envenenaron a su familia al cocinar, aunque no tenían dinero para hacer otra cosa. Pero, también ha habido silencio, por ejemplo, entre las que se fueron a abortar al extranjero ante la recomendación extraoficial de los médicos".

"Muchas veces, ni yo me enteraba de que mis clientas se iban", añade Carlos Vila, abogado que, junto a Francisca Sauquillo o Antonio García de Pablos, representó a la mayoría de las víctimas. "Como en España estaba prohibido iban a los centros de planificación familiar donde les daban una dirección de Londres. Además, viajaban solas porque no tenían dinero para pagar dos pasajes".

La intrahistoria que no conoce Vila, sí está en el recuerdo de Mariqueta Vázquez. Una enfermera que, con 80 años en la actualidad y siendo presidenta de la Asociación de Mujeres por un Envejecimiento Saludable (AMES), no duda en hablar de una red clandestina de apoyo a las mujeres. "Era una red del horror en la que estábamos los sanitarios y sanitarias más progresistas. Teníamos un fondo en el que se recogía dinero para ayudar a las que no querían tener a los niños. Decían que iban a pasar un fin de semana a la sierra y se iban a Londres", comenta. Y recuerda: "Estábamos en los momentos que estábamos y había un doble rasero: ni la sociedad ni la medicina ni nadie ayudó al tema. Simplemente decían: 'Uy, qué horror, pero a ver cómo viene el niño', porque había que tenerlo, claro".

Era una red del horror en la que estábamos los sanitarios y sanitarias más progresistas

Para Vázquez es importante el contexto. Uno en el que la empatía gana terreno: "Quizá no habían salido de Alcalá de Henares o Guadalajara y tenían que afrontar irse a Londres. Y lo hacían. Eso y el trauma que supone para una mujer perder a un hijo, que se hace mucha literatura, pero es un trauma. Era muy duro porque las parejas además eran otra barrera ya que no colaboraban mucho. Y luego estaba las relaciones sexuales extramatrimoniales. Eran todas las transgresiones juntas. Hicimos lo que pudimos, y lo mejor que pudimos", concluye. Cortés afianza este relato: "Son muchas las que han pasado por ello y son muchas también las que siguen sin contárselo a sus familias. Por vergüenza, por culpa, por lo duro que fue y sigue siendo", añade.

El de abortar no fue un camino fácil, pero el de no hacerlo, tampoco. Aunque algunos médicos aseguraron que no habría consecuencias sobre la salud de la descendencia, el trabajo del periodista Mariano Sánchez Soler en 1987 ponía de manifiesto que se equivocaban. En abril de ese año, Sánchez entrevistaba, por primera vez, a varias madres para la revista "Tiempo". Entre las numerosas páginas del reportaje el periodista recuerda cómo los bebés de la colza sufrían malformaciones, fiebres periódicas y alteraciones en la sangre. Era el caso de María Albertina Texeira cuyo hijo, David Navarro, había nacido con malformaciones en las extremidades tras un parto difícil con fiebre alta y una cesárea. "Una segunda generación de una enfermedad que, en ese momento, resultaba incurable", escribía. Algo que nunca cambió.

Luchando contra el olvido: sin afectados, solo quedará la memoria

De los 25.000 afectados, siguen vivos 20.000, según las asociaciones. En la actualidad continúa pendiente la creación de una unidad de referencia, una promesa que se quedó en su paso previo en la Unidad Funcional del SAT ubicada en el Hospital 12 de Octubre de Madrid. "Solo se consiguió a través de un encierro y una huelga de hambre en el propio hospital", cuenta Cortés. Es la mayor reivindicación de las víctimas: seguir teniendo médicos y centros especializados. Una forma, reclaman, de seguir "las recomendaciones internacionales acerca de la vigilancia del SAT".

Aseguran quienes siguen padeciendo las secuelas que muchos de los médicos actuales no saben lo que es este síndrome. Un extremo que confirma un joven digestivo de un hospital público de Madrid quien explica que los empresarios "crearon una enfermedad": "En la facultad se estudia muy de pasada en alguna clase de reumatología o dermatología. En la carrera no se puede profundizar en todas y cada una de las enfermedades. Luego ya, si eres especialista de medicina interna o reumatología, te dedicas a ver pacientes y te formas específicamente", confiesa. Esa situación lleva a muchos, como a Abel, a seguir siendo fieles a quienes llevan tratándoles desde hace 30 años: "Mi médico, Enrique Castrillo, sabe a la perfección lo que me pasa. Es más, si él está de baja, yo prefiero esperarme".

Da la sensación que se está esperando a que se mueran

De los afectados, casi 5.000 quedaron incapacitados para trabajar. Otros como Luismi, que tenía tres años cuando enfermó, se han visto obligados a retirarse en su cincuentena: "Era director de sucursal en un banco. Hace dos años, tras dos hernias, me caí y se me rompieron los isquios de la pierna izquierda y llevo dos años de baja. En el Tribunal Médico me llegaron a decir que como ya me habían indemnizado por el SAT no me lo podían reconocer ahora", declara a TVE.

Esto no solo nos arruinó la niñez, sino toda la vida

"Esto no solo nos arruinó la niñez, sino toda la vida", dice Miguel Ángel, quién convive con su silla de ruedas desde hace 40 años. Para ellos y para el abogado Carlos Vila, la conclusión es clara: "Da la sensación de que se está esperando a que se mueran". En parte, aseguran, para cerrar esta página negra de la historia de España. Por eso, siguen luchando para se les reconozca y se abran los centros especializados con un objetivo muy claro según Cortés: "Queremos estar en los libros de historia ya que no hay mayor dolor que el abandono".