Un difícil camino hacia un Gobierno estable
Una verdadera odísea. Así podría calificarse el trago por el que ha tenido que pasar Yves Leterme, ganador de las elecciones generales belgas del pasado mes de junio, para llegar a conformar gobierno.
Las negociaciones, que han durado nueve meses, han sido constantemente torpedeadas por los partidos flamencos, quienes han tensado al máximo la situación al imponer exigencias como la división de distritos electorales de mayoría francófona.
Unas reivindicaciones históricamente marcadas por el problema lingüistico. El escenario político belga está fuertemente dividido. Al margen de ideologías, lo que realmente separa a unos y otros es el idioma.
Por un lado, los francófonos, minoría en las instituciones pero fuertemente respaldados por la Constitución belga, que pese a dar la mayoría a los flamencos -por ser la comunidad más numerosa- no les permite imponer sus criterios si éstos afectan a los intereses vitales de los francófonos.
Por otro lado los flamencos, entre los que destaca el hasta ahora primer ministro, Guy Verhofstadt, quien ha presidido un Gobierno interino los últimos meses únicamente capacitado para resolver asuntos corrientes. Un gobierno de excepción, que nació el pasado mes de diciembre para tres meses, dando algo más de tiempo a los partidos vencedores de las elecciones para formar una coalición fuerte que compusiese un nuevO Ejecutivo.
Pero esta agonía se ha demostrado una situación insostenible que, sin embargo, se ha prolongado en el tiempo: se ha llegado a batir el récord de 148 días, el máximo tiempo que hasta ahora había pasado Bélgica sin un Gobierno en firme.
Yves Leterme, el democristiano flamenco que salió respaldado por el pueblo en las elecciones del pasado 10 de junio, ha sufrido un gran desgaste a lo largo de todos estos meses. Perdió credibilidad ante el electorado al mostrarse incapaz de formar Gobierno y, además, vio cómo su salud se resentía por la presión: sufrió un derrame intestinal y tuvo que ser ingresado en un hospital de Lovaina.
Desde el incio de las conversaciones, las partes tuvieron claro cuál era el objetivo final: una coalición naranja-azul, compuesta por democristianos y liberales francófonos y flamencos. Pero Leterme fracasó el año pasado en dos ocasiones en su intento de formar gobierno, debido, sobre todo, a las exigencias de los nacionalistas NV-A, que ahora no participan en el nuevo Ejecutivo.
Sin embargo, el acuerdo final lo han logrado los conservadores y liberales de la parte norte, flamenca, y la sur, valona, así como los socialistas francófonos.
Uno de los momentos más críticos de todo el proceso de negociación tuvo lugar cuando los partidos flamencos, que son mayoría en la Cámara de Diputados, aprobaron con la oposición frontal de las formaciones francófonas unas proposiciones de ley sobre la división del distrito electoral Bruselas-Halle-Vilvoorde.
La escisión de este distrito -en la que se encuentra inscrita la capital- tenía como consecuencia que los francófonos que viven en esta región ya no podrían votar por candidatos francófonos ni acceder a otros servicios del Estado utilizando su idioma materno.
El rey Alberto II llegó a exigir a los partidos que aparacaran el debate sobre la reforma del Estado para que se centraeran en la formación de un Ejecutivo que sacara al país del inmobilismo político en el que hasta ahora Bélgica se encontraba inmerso.