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Quien no llora, no sale del sótano

  • El ruido era el criterio que seguía Fritzl para subir a los niños o dejarlos en el sótano
  • Los que se criaron con el acusado y su mujer disfrutaron de una educación ejemplar
  • Mientras tanto, sus hermanos vivían en un zulo, donde sufrieron daños físicos y psíquicos

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Un estudio científico publicado recientemente ha desvelado que el llanto de los niños madreros pudo ser una ventaja evolutiva para protegerse de depredadores. En el mundo en miniatura creado en el sótano de su casa por Josef Fritzl, también lo era, aunque de una manera opuesta: sus hijos-nietos que lloraban más de la cuenta eran separados de su madre, pero a cambio accedían a una vida aparentemente normal.

Éste fue el criterio que siguió el 'carcelero' para decidir si dejaba a los vástagos que tenía con su hija en el zulo donde la tenía recluida o los dejaba en la puerta de su casa con una carta falsificada de su víctima, que supuestamente los había abandonado para irse con una secta.

Al separarlos en dos grupos diferenciados -tres arriba, en el purgatorio de la normalidad; tres abajo, en el infierno de la realidad de un secuestro- Fritzl se ha comportado inconscientemente como un singular Dios que ha decidido el destino de sus hijos-nietos.

En el primer grupo, por ejemplo, está Monika, la segunda de las hijas en libertad, que ha dicho que quiere volver ya a la escuela sin comprender muy bien todo lo que está pasando a su alrededor.

En el segundo, destaca Kerstin, de 19 años, que se encuentra en estado de coma inducido en una clínica de Amstetten por una grave y desconocida enfermedad, posiblemente vinculada al incesto.

Vidas paralelas

Fritzl subió del calabozo a tres bebés de pocos meses de edad en los años 1993, 1994 y 1997, alegando ante su familia que la hija, supuestamente desaparecida en una secta, los había depositado delante de la puerta de su casa.

Estos niños han crecido en la casa familiar como si fueran nietos y luego fueron adoptados por Fritzl y su esposa Rosmarie, que ha sido exculpada por el momento por la Policía.

Han recibido una educación ejemplar, incluyendo instrucción musical y deportiva, y tenían un buen trato con sus abuelos, según los funcionarios de los servicios sociales que han acudido a la situación.

Mientras tanto, sus tres hermanos malvivían en el calabozo de unos 60 metros cuadrados y 1,70 metros de altura, donde han sufrido daños físicos y psíquicos.

Eso sí, al parecer Fritzl intentó darles algo parecido a una educación, tal y como demuestra el que uno de ellos, Stefan, de 18 años, nunca estuvo en una escuela, aunque "sabe leer y escribir, aunque de forma limitada".

Un séptimo hijo, nacido bajo tierra en condiciones infrahumanas murió poco después de nacer en 1997 y fue incinerado por el propio Josef Fritzl en el horno de su casa.

Reunión en la clínica

Todos ellos se encuentran concentrados en una clínica de Amstetten, donde un amplio equipo de especialistas se está ocupando de los familiares, entre ellos psiquiatras, psicólogos, psicoterapeutas, logopedas, fisioterapeutas y neurólogos.

"El estado físico de los afectados, en particular de los encerrados, es relativamente bueno y sigue bajo supervisión. La protección de los afectados es lo prioritario", ha asegurado Berthold Kepplinger, jefe del centro para cuidados especiales de Amstetten-Mauer.