Autores clásicos latinoamericanos para una Feria del Libro protagonizada por Hispanoamérica
- El Aleph (1949), Jorge Luis Borges
Como consideraba que en 300 páginas muchas son inevitablemente de relleno, Borges procuraba no leer novela y nunca escribió una. Su terreno preferido es el cuento y, aunque cada lector tiene su opinión al respecto, El Aleph recopila algunos de los mejores.
El relato que da título al volumen, en concreto, es una obra maestra de la precisión y de la sugerencia, dos de sus grandes virtudes. No son en absoluto desdeñables los otros 16, que recogen todas las aristas borgianas: desde los juegos matemáticos y mentales -"Los dos reyes y los dos laberintos"- a la brillantez de su prosa -"El Zahir"-, pasando por la historia -"Biografía de Tadeo Isidoro Cruz"-.
- Pedro Páramo (1955), Juan Rulfo
Entre los que Enrique Vila-Matas llama "bartlebys de la literatura", que han construido una obra literaria reconocida a partir de sólo unos pocos trabajos, destaca Juan Rulfo (México, 1917-1986), que con esta novela y el libro de relatos El llano en llamas se ha hecho un hueco en el cuadro de honor de la literatura hispanoamericana.
La novela -breve- de Rulfo está narrada por uno de los hijos que tuvo Pedro Páramo, el cacique de Comala, una imaginaria localidad en una zona paupérrima de México. A lo largo de la historia, llena de saltos temporales y de personajes que quizá no sean más que fantasmas, se dibuja un paisaje desolador habitado por vidas más penosa que el decorado por el que pasean.
- La ciudad y los perros (1963), Mario Vargas Llosa
Si el trasunto fundamental de la obra -y de la vida- de Vargas Llosa es la libertad, su primera novela es algo así como un exorcismo contra la rigidez social y la disciplina, encarnada en unos muchachos que superan la adolescencia en un férreo colegio militar.
Original y arriesgada, Vargas Llosa depuraría posteriormente su prosa de forma espléndida, pero en pocos pasajes supera la intensidad -la vida- que derrocha este libro.
- Historia de cronopios y de famas (1962), Julio Cortázar
Es posible que Rayuela (1963) sea la obra inmortal de Cortázar, pero lo que los verdaderos incondicionales del argentino anhelan es convertirse en un cronopio, ingenuo, asocial, bondadoso y poeta, al tiempo que odian a los estirados famas. Por algo era un maestro de las piezas cortas.
Se suele decir que este libro es surrealista, en un esfuerzo clasificatorio que no acaba de revelar toda la ternura y el humor que impregnan los aproximadamente 70 relatos y viñetas que lo componen. "Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo", nos anima el autor.
- Cien años de soledad (1967), Gabriel García Márquez
El canon. Cualquier novela que tenga un mínimo de ambición, de un autor hispanoamericano o no, deberá medirse con este libro, que García Márquez elaboró en un rapto de inspiración, cuando, en medio de un viaje a Acapulco, dio con el tono adecuado para contar la historia de la familia Buendía: la "cara de palo que ponía mi abuela cuando contaba" esas historias fantásticas de la Colombia caribeña.
Conviene, sin embargo, no confundirse, puesto que todo lo que cuenta Gabo es, única y exclusivamente, la realidad. Es su poesía lo que eleva el relato de la historia de Macondo -un mundo completo en sí mismo- a la categoría de mito. Después, esa apariencia "mágica" se resolvió en la etiqueta que desde entonces persigue a todo escritor latinoamericano.
- Un mundo para Julius (1970), Alfredo Bryce Echenique
"Una ácida crítica a la alta sociedad" puede ser un tópico de moda para tratar de camuflar las carencias de una historia. En el caso de esta novela de Bryce Echenique (Lima, 1939) la originalidad de esa "ácida crítica a la alta sociedad" está en que el autor de esa crítica a la oligarquía limeña es uno de sus miembros (la familia del autor se dedicabe a la banca) y en que se mete en la mirada de un niño, Julius, punto de vista que nos creemos.
Ante los ojos de Julius van pasando personajes y situaciones que reflejan los valores de una clase construida fundamentalmente sobre el dinero, la fama del linaje y la ostentación. La ingenuidad del niño sólo aparentemente rebaja la crudeza de un ataque directo a la sociedad peruana de clase alta cuya calidad literaria es difícilmente discutible.
- Los detectives salvajes (1998), Roberto Bolaño
Su muerte precoz y con ella una brillante carrera literaria truncada han aumentado el interés por la figura de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003), dándole ribetes de clásico.
La trama de Los detectives salvajes está protagonizada por la búsqueda de una poetisa mexicana llamada Cesárea Tinajera. Sus buscadores son una suerte de nuevos bohemios, Ulises Lima y Arturo Belano, pareja de jóvenes poetas que además de fundar el "real visceralismo", se dedican a vender droga de vez en cuando.
La novela de Bolaño, además de un estilo directo, tiene una compleja estructura que mezcla en aparente desorden los narradores, los escenarios, y es, entre otras cosas, un homenaje metaliterario (literatura dentro de la literatura) a la poesía.
- El mago de Viena (2005), Sergio Pitol
La obra de Sergio Pitol (México, 1933) es más que literaria, intelectual. El escritor mexicano tiene una dilatada carrera diplomática, que incluye haber sido embajador en Praga. Además, ha traducido decenas de obras de grandes autores de la literatura universal, se ha dedicado a la docencia y ha publicado un buen puñado de libros que incluyen la memoria, el libro de viajes, la poesía, el relato, la novela o el ensayo.
En 2005 recibió el Premio Cervantes, y ese mismo año publicaba El mago de Viena, que seguramente no es su mejor libro, pero que reúne a modo de diario sus impresiones sobre arte, viajes o relaciones sociales y que cierra lo que, según el autor, es una trilogía iniciada por El arte de la fuga y El viaje. En un momento de auge de la literatura del yo, esta obra de Pitol bien puede introducir al lector en su trayectoria intelectual y literaria.