Osetia del Sur, un peñón de separatismo alentado por Moscú
- Recibieron el estatuto de región autónoma de Georgia en 1922
- La economía sumergida suroseta sobrevive gracias a las arcas rusas
- Saakasvhvili comenzó los acercamientos a la OTAN, que denegó su ingreso
Osetia del Sur, un pequeño territorio montañoso poblado por menos de 80.000 habitantes, ha sido durante los últimos quince años un peñón de separatismo y contrabando alentado y financiado por la vecina Rusia.
El reconocimiento internacional de la independencia de Kosovo en febrero pasado ha alentado las ansias independentistas de las autoridades surosetas, cuyo verdadero objetivo es integrarse en la Federación Rusa. Los territorios habitados por osetas pasaron a formar parte del Imperio Ruso en las postrimerías del siglo XVIII: el norte fue conquistado por las tropas zaristas y el sur anexionado junto a Georgia.
Tras la revolución bolchevique de 1917, Osetia del Norte formó parte primero de la República Montañesa, que agrupaba a los pueblos norcaucásicos, y después como república autónoma de la Federación de Rusia. Los osetas sureños, por su parte, recibieron en 1922 el estatuto de región autónoma en el seno de Georgia.
Nacimiento entre las cenizas de la URSS
En medio de las luchas intestinas de la agonizante Unión Soviética, en Moscú los sectores más conservadores lanzaron la idea de "atar en corto" los separatismos instigando movimientos secesionistas en las repúblicas proclives a la independencia, como era el caso de Georgia. En ese contexto los osetas proclamaron en 1990 la creación de la república soviética de Osetia del Sur, tras lo que decenas de miles de georgianos marcharon pacíficamente hacia el polémico territorio, donde fueron recibidos a tiros.
Seguidamente, empezaron los enfrentamientos entre osetas y georgianos, que constituyen un tercio de la población local, lo que sirvió de pretexto para el envío de fuerzas georgianas en 1991. Esto desemboca en una breve pero cruenta guerra -unos 2.000 muertos-, que se saldó sin vencedores ni vencidos.
En enero de 1992, en medio de la guerra civil en Tiflis, la mayoría de la población suroseta votó en referéndum a favor de la secesión y la unión con la república de Osetia del Norte. Medio año después, el 24 de junio, el líder georgiano Eduard Shevardnadze firma con el presidente ruso, Borís Yeltsin, un acuerdo para el arreglo del conflicto y el cese de las hostilidades.
Unas fuerzas mixtas para el mantenimiento de la paz, integradas por un batallón georgiano, uno ruso y otro noroseta, debían encargarse de desarmar a las formaciones paramilitares y destruir el armamento pesado. Sin embargo, los "cascos azules" sirvieron más bien de escudo para los separatistas, que no sólo erigieron su Estado, con su bandera, escudo, himno y Constitución, sino también adiestraron y armaron todo un ejército.
De paso, sus ciudadanos aprovecharon el reparto de pasaportes rusos que Moscú efectuó también abiertamente en otros territorios separatistas, como Abjasia (Georgia), y Cisdniéster (Moldavia). Según fuentes georgianas, la economía sumergida suroseta se sostiene gracias al contrabando de armas, alcohol, drogas y tabaco, aunque la región sobrevive fundamentalmente gracias a las arcas rusas.
Saakashvili llega al poder
Todo cambió con la llegada al poder en Tiflis del actual líder georgiano, Mijaíl Saakashvili, tras la Revolución de las Rosas que derrocó a Shevardnadze en 2003. Saakashvili proclamó desde un principio que su principal objetivo era recuperar la integridad territorial del país, para lo que multiplicó el presupuesto dedicado a la defensa.
En los años siguientes, el presidente georgiano inauguró bases militares, invitó a instructores norteamericanos para adiestrar a sus tropas y tendió puentes para ingresar en la OTAN. Sin embargo el golpe más duro para el régimen separatista fue el establecimiento de aduanas en la frontera, cortando de raíz el contrabando que lucraba a los dirigentes separatistas y a algunos militares rusos.
Según los analistas, el factor desencadenante de la actual escalada del conflicto fue la decisión de la OTAN de no invitar a Georgia a ingresar en su seno durante la cumbre de Bucarest de abril pasado. Una vez más, Rusia se entrometió en el camino de Georgia al amenazar a Occidente con medidas de respuesta en caso de que la Alianza aceptara a Tiflis.
El apoyo manifiesto del presidente de EE.UU., George W. Bush, no fue suficiente, y Georgia asumió que el tiempo jugaba en su contra, más aún cuando hace sólo unos meses Rusia estableció relaciones estatales y comerciales con Osetia del Sur y Abjasia.