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Obama gana por una mirada

  • El candidato demócrata da un baño de telegenia a McCain
  • El republicano nunca miró directamente a su rival
  • Obama resultó demasiado frío en algunos compases del debate
  • Ambos tiraron de sus historias personales para conectar con el espectador
  • El senador por Illinois se anotó otro tanto al dar la mano primero a su rival

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Senator John McCain and Senator Barack Obama shake hands at start of first U.S. Presidential Debate in Oxford, Mississippi
Obama estrecha la mano a McCain mirándole a la cara, mientras su rival desvía su mirada.

Cuatro y ocho minutos de la mañana. John McCain le reprocha a Barack Obama que haya dicho que se sentaría con Ahmadineyad pese a que ha confesado que sueña con la destrucción de Israel. El realizador del debate, en Oxford, Misisipi, mete un contraplano del senador por Illinois, que mira atentamente a su rival, como si le interesase cada palabra que le está contando.

Dos minutos después, Obama se defiende, explicando que reunirse con un dirigente internacional hostil no significa darle la razón. Entonces, el realizador hace el mismo cambio de plano. Y, de repente, muestra por qué McCain ha podido perder el debate. No mira a su rival, pese a que le ha interpelado directamente.  Es más, no lo ha hecho en todo el debate, ni siquiera cuando el moderador se lo ha pedido específicamente.

"John, tu has cantado canciones para lanzar bombas a Irán", le responde irónico Obama, buscando su mirada, su complicidad. Pero no la encuentra.

Mala gestualidad

Las leyes de la gestualidad son claras: "Evitar la mirada o el mirar a los otros sólo fugaz y ocasionalmente impide recibir retroalimentación, reduce la credibilidad del emisor y da lugar a que se atribuyan a éste características negativas". 

Bajar la mirada, esquivarla, son gestos que los humanos interpretamos de manera negativa. Puede ser que la otra persona nos inspire odio, o que consideremos a la otra persona superior o, simplemente, que se es introvertido.

Sin embargo, estas cualidades no son las que los espectadores esperan de un presidente de los Estados Unidos, sobre todo en un país donde la imagen se valora tanto o más que el contenido en estos debates.

A partir de ese momento, ambos se han enzarzado en una discursión sobre si Henry Kissinger, amigo y asesor de McCain, había defendido lo mismo que Obama en unas declaraciones. Mientras se cortaban mutuamente, Obama seguía mirando a su rival imperturbable. Él, por su parte, se limitaba a mirar al público y sonreír de forma queda, como si el asunto no fuera con él.

Emotividad frustrada

Lo curioso es que ese pequeño gesto de McCain ha minado la cercanía que había logrado en sus discursos de dos minutos. Ha comenzado dirigiéndose a la familia del senador Kennedy, que ha sido ingresado brevemente en el hospital esta noche, algo que se le ha olvidado a Obama.

Luego ha hablado de su experiencia con los soldados en Irak y ha relatado su diálogo con la madre de un soldado que le dio su pulsera frente al frío profesor universitario demócrata que tenía enfrente. Pero él le llamaba por su nombre de pila.

En el otro lado, Obama se ha desenvuelto con tal ligereza que, en algunos momentos, ha parecido más una estrella de televisión que un candidato (y eso que ha tenido que quedarse siempre inmovilizado en el estrado).

Gestos con las manos, tranquilidad al hablar y un pero que siempre se le pone: un tono doctoral con el que parece que se está dirigiendo a sus alumnos, en vez de a los ciudadanos.

La mano final

Para acabar, ambos han metido con calzador su argumentos para resultarles simpáticos a los ciudadanos. Obama ha hablado de sus orígenes exóticos, de su padre africano que se vino a estudiar a Estados Unidos porque creía en ese país. 

Entonces, McCain no ha podido evitar recordar que fue prisionero en Vietnam y que defiende como nadie a los veteranos de guerra.  Daba igual que viniese a cuento o no, había que recoger los últimos votos.

Y entonces, el joven senador ganó al veterano en el truco más básico: al acabar se lanzó sobre la mano de su interlocutor, con la mirada fija, con una sonrisa sincera. Y McCain, ni siquiera en ese momento, fue capaz de mirarle a la cara. Touché.