No es un hombre un voto; gana el que consiga 270 delegados
- El presidente de Estados Unidos no es quién consiga más votos sino más delegados
- El vencedor en votos en un estado se lleva todos sus delegados, salvo en Maine y Nebraska
- El Colegio Electoral se reúne el 15 de diciembre para elegir al nuevo presidente
- En caso de empate allí, es el Congreso quien decide. Esa cámara también se renueva ahora
- Toda la información de las elecciones estadounidenses del 2008, en el especial de RTVE.es
En Estados Unidos los ciudadanos no eligen directamente a su presidente sino que votan a unos compromisarios. Algo similar ocurre en España. Aquí elegimos a nuestros diputados y después, una vez constituidas las Cortes, son ellos quienes votan al presidente del Gobierno en la sesión de investidura.
Sin embargo, y es una diferencia fundamental, los partidos minoritarios pueden resultar decisivos en nuestro país. En EE.UU., esa influencia se pierde en el proceso.
El primer martes después del primer lunes de noviembre, este año cae el día 4 de noviembre, los ciudadanos, eligen en realidad a un delegado, designado por cada partido entre sus fieles, que se compromete a votar por sus candidatos a presidente y vicepresidente.
Cada estado dispone de un número de compromisarios que varía con el tiempo. Un mínimo de tres y un máximo que depende de su peso demográfico en el país. California tiene 55, Texas 34, Nueva York 31. En cambio, las dos Dakotas, Wyoming, Alaska, Montana, Vermont y Delaware sólo tienen tres. Igual que el Distrito de Columbia, sede de la capital federal, que carece de representación en el Congreso, pero al que se le asignan tres compromisarios.
En conjunto, 538 grandes electores, tantos como la suma de los cien senadores, los 435 representantes y los tres delegados del distrito federal. Para conseguir la presidencia hace falta la mayoría absoluta: 270 delegados.
El ganador en votos en un estado se lleva todos sus delegados
La siguiente cita, la reunón del Colegio Electoral, se fija con otra enredada fórmula, fruto de enmendar los viejos reglamentos que no tuvieron en cuenta casuísticas del calendario que, sin la coletilla "después del primer lunes", alargaban los plazos requeridos.
En realidad, los grandes electores se reúnen en la capital de cada estado el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre: este año el día 15 de diciembre.
La candidatura que haya vencido en las urnas se lleva todos los votos delegados del estado, salvo en Maine y Nebraska, donde el sistema es proporcional y no mayoritario.
Sin embargo, la mitad de los estados no obligan a los compromisarios a votar por el ganador en su territorio. En el resto, no hay sanciones graves para los que rompan la disciplina de voto. Y de hecho, ha sucedido en siete ocasiones desde la segunda Guerra Mundial.
El 6 de enero, se reúnen las dos Cámaras del Congreso para ratificar la decisión del Colegio Electoral. Si hubiera empate, la Cámara de Representantes dirime quién es el nuevo presidente. En ese caso, cada uno de los 50 estados tiene un sólo voto, en función de la mayoría que tenga en su territorio. El Senado hace lo propio en caso de empate en la elección del vicepresidente.
Un anacronismo que hunde sus raíces en la esclavitud
Este sistema electoral indirecto es una herencia del siglo XVIII. El Colegio Electoral es una creación de los padres de la Constitución de los Estados Unidos. Un compromiso entre los que abogaban por una elección directa y los que defendían la fiscalización del Congreso.
Un equilibrio entre estados, para impedir que las grandes metrópolis impusieran su criterio a los territorios menos poblados. Una solución a la imposibilidad de que un candidato pudiera llegar a todos los ciudadanos en un siglo sin televisión ni internet.
Pero la razón de fondo está en el pecado original del país. El Colegio Electoral se creó para favorecer a los sureños blancos. En 1787, cuando se redactaba la Constitución en Filadelfia, James Madison rechazó la elección directa del presidente porque resultaba perjudicial para el Sur, menos poblado que el Norte.
El Colegio Electoral compensó la diferencia demográfica con una injusticia histórica. Los estados sureños podían incluir a los esclavos a la hora de calcular el número de compromisarios, a pesar de que en la práctica se negaba el voto a los afroamericanos.
Virginia fue la mayor beneficiaria, con más de un cuarto de los delegados para elegir presidente. Pensilvania, estado libre, disponía de menos compromisarios, a pesar de tener una población similar. El Colegio Electoral retrasó además el sufragio de las mujeres. Con un sistema indirecto, no había incentivos a la extensión del derecho, ya que el número de votos estaba prácticamente fijado de antemano.
Distorsiones en el resultado
El sistema tiene más inconvenientes. Es posible que el candidato con menos apoyos populares se convierta en presidente. Es precisamente lo que sucedió en el año 2000. Al Gore obtuvo 300.000 votos más que Bush en todo el país y sin embargo, perdió en el Colegio Electoral por unos cientos de votos en Florida.
Hay más precedentes. En 1888, el demócrata, Grover Cleveland, ganó en las urnas por 60.000 votos. Y sin embargo fue su rival, Benjamin Harrison, quién venció en el Colegio Electoral. Y en 1876, Tilden Smith obtuvo el 51% de los sufragios, pero Rutherford Hayes llegó a la Casa Blanca gracias a su victoria por un solo voto en el Colegio Electoral.