Escobar, el maestro del cómic costumbrista
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Funcionario de correos, autor de teatro -de considerable éxito en el ámbito independiente-, preso político tras la Guerra Civil, humorista, pionero de la animación en España y, por supuesto, historietista: José Escobar hubiera cumplido este miércoles 100 años, consagrado como uno de los maestros del cómic español.
Se lo debe, sobre todo, a una pareja de críos gamberros que han divertido a varias generaciones de lectores. Porque a principios de los 40, tras abandonar la cárcel después de un año y medio preso por haber trabajado durante la República en la revista L'Esquellot (El Cencerro), el cómic era para Escobar, que dibujaba desde la niñez, una más de sus facetas artísticas.
Sin embargo, se enroló en el grupo de colaboradores de la mítica revista Pulgarcito, y allí alumbró a los hermanos Zapatilla, que le convertirían en uno de los más célebres autores de tebeos de España.
Los personajes
Los orígenes remotos de Zipi y Zape se encuentran en las historietas mudas de Max und Moritz, dibujadas por Wilhelm Busch a mediados del siglo XIX y que Rudolf Dirks adaptó en 1897 como The Katzenjammer Kids, una tira sobre dos gemelos gamberros que se publicaba en el New York World de Joseph Pulitzer.
Escobar recogió aquella idea y, con mucha agudeza, la adornó con un tono costumbrista que convertía a aquellos críos revoltosos en unos personajes perfectamente identificables para los lectores españoles -por increíble que parezca, en el colegio los suspensos equivalían efectivamente a calabazas-.
A ello unía su particular estilo, heredero de la línea clara que triunfaba en Francia y Bélgica. El ilustrador valenciano Paco Roca destaca, en este sentido, el "trazo elegante" del dibujante catalán, quien, sin embargo, tenía un punto irregular, que de cuando en cuando dejaba caer obras maestras.
Entre las mejores están las de un peculiar personaje, siempre hambriento, que nació casi a la par que Zipi y Zape y que reflejó mejor que ningún otro la miseria de la posguerra española: Carpanta. "A pesar de ser cómico, tiene un punto amargo, como una especie de Chaplin", comenta Roca.
Zipi y Zape y Carpanta son los más conocidos, pero Escobar creó una treintena de personajes, desde Petra, criada para todo, hasta el perro Toby, pasando por Doña Tula Suegra, que se fueron publicando a lo largo de medio siglo en las páginas de Bruguera.
La eterna comparación
En 1958, cuando Escobar ya era un veterano en Pulgarcito, la revista empezó a publicar las historietas de unos personajes que pasarían a la historia del cómic español: Mortadelo y Filemón, agencia de información.
A partir de entonces, la comparación con Francisco Ibáñez -un par de generaciones más joven que Escobar- sería permanente y casi inevitable, ya que ambos seguirían carreras paralelas en Bruguera y, ya en los ochenta, en Grijalbo, antes de que Ediciones B se hiciera cargo del catálogo de ambas.
La memoria de Escobar no se ha librado de la alargada sombra de Ibáñez ni siquiera en su centenario, que coincide en este 2008 con el 50 aniversario del lanzamiento de Mortadelo y Filemón.
Uno de los pioneros
Pese a todo, Zipi y Zape contaba con seguidores fieles. Paco Roca destaca la ternura y "un punto de aventura" que tenían sus historietas, de las que se dice seguidor por encima incluso de Mortadelo y Filemón.
"Cuando mis amigos ya se habían pasado a los cómics de Vértice y a los superhéroes americanos, yo seguía con Zipi y Zipe", afirma. "Es la primera toma de contacto con el género, un tipo de cómic que yo respeto muchísimo", señala el gallego Alberto Vázquez, un dibujante relativamente alejado de los presupuestos de Escobar.
Vázquez destaca de Escobar su relevancia en el grupo de "pioneros", cuyas historietas enseñaron los códigos esenciales del lenguaje del cómic a varias generaciones de dibujantes españoles.
Anacronismo
Esa universalidad resalta especialmente si se tiene en cuenta que las historietas de Escobar estaban inspiradas en un contexto muy concreto, la posguerra española, pero seguían divirtiendo décadas después.
"Las calabazas, el aceite de ricino, el cuarto de los ratones... era algo obsoleto, pero funcionaba. Quizás representa lo que los críos querían ser", comenta Roca, que empezaba a leer a Zipi y Zape a principios de los 80.
El lenguaje de sus personajes, propio en ocasiones de los años 20, también chirría a veces para el lector moderno, aunque muchos seguidores lo consideran parte de su encanto. "Sentimentalmente, ocupa un lugar destacado, aunque con el tiempo releo más el Superlópez de Jan", confiesa Roca.
Porque Superlópez es ya otra generación, definitivamente moderno, más incluso que Mortadelo y Filemón, mucho más que los gemelos gamberros que colocaron a Escobar entre los mejores del cómic español.