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Carlos Berzosa sobre la crisis: "Si los gobiernos no llegan a intervenir, el sistema se hunde"

  • El rector de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Economía analiza la crisis
  • Carlos Berzosa asegura que la intervención estatal ante la crisis era necesaria
  • Ve difícil que haya los países europeos consensúen un plan de rescate conjunto
  • Duda de que el plan de rescate del sector del motor de EE.UU. tenga interés general

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PREGUNTA: ¿Cómo valora los resultados de la cumbre del G20 celebrada el pasado 15 de noviembre en Washington? ¿Considera que sólo es humo y buenas intenciones o cree que el encuentro arroja resultados concretos y positivos?

RESPUESTA: Esta Cumbre no arregla mucho, por no decir nada. A la expresión Nosotros, dirigentes del mundo con que comienza la declaración de la Cumbre de Washington, habría que oponer otra del tipo: Nosotros, ciudadanos del mundo, nos sentimos preocupados ante la insuficiencia de medidas que han tomado para abordar con un determinado grado de acierto la grave crisis por la que atraviesa la economía mundial. No había mucho que esperar de una cumbre convocada por Bush con unos dirigentes que son responsables, no todos, de lo que está sucediendo impulsando la globalización financiera y la desregulación. Por eso, tenemos que levantar la voz y oponernos a lo que los grandes quieren, que no es otra cosa que cambiar algo para que nada cambie.

P.: ¿Cree que el conjunto de directrices acordado servirá para evitar otra crisis financiera en el futuro o sólo cambiará la naturaleza del problema? En otras palabras, ¿las crisis son consustanciales al sistema capitalista o por el contrario, es posible eliminarlas?

R.: Las crisis financieras se han producido de una forma recurrente a lo largo de la historia del capitalismo. Por tanto, la crisis financiera actual no es la primera ni la única, sino que como las anteriores es resultado del propio funcionamiento del sistema. Un estudio de las muchas crisis que han tenido lugar se puede encontrar en Kindleberger: Manías, pánicos y cracs (Ariel, Barcelona, 1991). Un poskeynesiano como Minsky expuso ya en 1975 un modelo que pone énfasis en la fragilidad del sistema monetario y su propensión al desastre.

En los sesenta hubo brevemente en Estados Unidos sedicentes keynesianos como importantes asesores y funcionarios gubernamentales que proclamaron la conquista del ciclo económico. Afirmaban que, mediante una política fiscal y monetaria adecuada, la economía podía afinarse ya de modo que no se produjeran más recesiones ni depresiones.

La realidad se encargó en los setenta de desmontar esta visión tan optimista, al igual que hechos posteriores como la reaparición de los ciclos y las crisis financieras, aunque ninguna de ellas de una gravedad como la del presente. Al igual que les sucedió a algunos mal llamados keynesianos en los años sesenta, en cuanto al optimismo del comportamiento económico suponiendo que las recesiones y depresiones eran cosa del pasado, ahora ha sucedido con los fundamentalistas del mercado y apologistas de la globalización, que han considerado que ésta había ya dejado atrás la posibilidad de la crisis, a pesar de esas inestabilidades a las que nos hemos referido.

P.: El segundo frente de actuación está en los planes de estímulo fiscal para lidiar con la recesión. Una cuestión de principios, ¿está de acuerdo con la intervención pública para estimular la economía en circunstancias excepcionales o cree que los gobiernos deberían dejar que la quiebra haga su trabajo de limpieza?

R.: Si los gobiernos no llegan a intervenir, el sistema se hunde. Hasta los más acérrimos neoliberales lo han tenido que admitir y hemos podido ver cómo los detractores de lo público y del Estado han pedido que los gobiernos salven a importantes bancos y empresas. La inyección de gigantescas sumas de dinero público en entidades financieras norteamericanas y europeas ha logrado detener la sangría de quiebras y bancarrotas bancarias, lo que habría supuesto sin duda el colapso general. Sin embargo, a la recuperación de la economía real nadie se atreve todavía a ponerle fecha.

Por el contrario, son muchos los que temen que el año próximo será todavía peor. Y en esto también tienen que intervenir los gobiernos incentivando la creación de empleo, independientemente de que en distintos sectores vayan a producirse ajustes que conlleven la desaparición de empresas no aptas para el momento presente.

P.: Dos sectores en particular centran las críticas a la intervención pública: el financiero y el automovilístico. El gobierno de Estados Unidos es el más activo en las medidas de rescate. ¿Cree que es necesaria la intervención pública en el sector automovilístico para salvar millones de puestos de trabajo o sólo sirve para retrasar una reconversión ineludible?

R.: Como digo, es importante mantener el sistema financiero porque sin él la situación sería mucho peor, de consecuencias incalculables. Ese dinero en socorro de estas entidades debe retornar, cuando la situación lo permita, al sector público. Las intervenciones que se puedan efectuar en el sector automovilístico las veo de interés más dudoso, pues parece evidente que resulta inevitable un redimensionamiento a la baja en su capacidad productiva, como ha ocurrido en la construcción. En cualquier caso, las ayudas deberían estar condicionadas a que el sector se oriente a la producción de vehículos de nueva generación que no utilicen combustibles contaminantes, un cambio que se ha ido retrasando y para el cual ha llegado el momento adecuado.

P.: Si Keynes levantara la cabeza recomendaría a los gobiernos que gastaran a manos llenas, sin importar los déficit, para estimular una demanda alicaída. Y no sólo comprando activos financieros o como avalista/prestamista de última instancia, sino tomando el relevo a los consumidores. A estas alturas, ¿le parece una herejía trasnochada?

R.: Hace falta una política económica más intervencionista y regulada que dé por finalizada la era del fundamentalismo de mercado. Una vuelta, en concreto, hacia algunos de los postulados de Keynes y de Kalecky. Hay que volver a leer a Marx, a Polanyi, a Schumpeter, a sus discípulos, y seguro que con ello no sólo analizaremos mejor los acontecimientos y lo que está sucediendo, sino que también serenos capaces de ofrecer proposiciones para crear una economía más equilibrada, equitativa y sostenible.

Hay que ir indudablemente más allá de la crisis financiera, y ser conscientes de que estamos ante una crisis global del modelo de producción y de consumo existente. Por supuesto, el aumento del gasto público en la situación de crisis es necesario para reactivar la economía, hay que invertir en obras, infraestructuras, en la extensión de redes para las tecnologías digitales. No queda más remedio que tirar de déficit público.

P.: En cualquier caso, ¿cree que es imprescindible la coordinación de las distintas políticas nacionales para salir de la crisis?

R.: Parece conveniente adoptar medidas conjuntas, pero ya vemos lo difícil que esto resulta en el marco europeo, donde Alemania, Francia y Gran Bretaña encuentran múltiples dificultades para ponerse de acuerdo. Si esto pasa en Europa, a una escala mayor las dificultades aumentan.

P.: Uno de los "resultados" de la cumbre de Washington es la participación creciente de los países emergentes y en particular de los BRICs, en la solución del problema. ¿Cómo cree que será su papel en el futuro?

R.: Ante las tímidas respuestas dadas por los dirigentes internacionales a la crisis económica mundial, hay que ser más enérgicos para conseguir establecer otro orden económico a escala global, que sea capaz de satisfacer las exigencias que se plantean. Estas son muchas, desde el cambio climático y la pérdida de diversidad, hasta las graves desigualdades existentes, la pobreza y el hambre, que se siguen dando a unos niveles en verdad escandalosos.

Hay que reformar los organismos internacionales como el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), que han puesto de manifiesto que no sólo no son capaces de abordar los grandes desafíos señalados, sino que fundamentalmente perpetúan el orden vigente. Los análisis efectuados por Naciones Unidas, que han ido variando a lo largo del tiempo, resultan bastante más acertados que los del Banco Mundial y los de la OMC, aunque tampoco sean la panacea en la que podamos encontrar las respuestas a tantos desafíos.

El problema principal es que Naciones Unidas tiene un buen planteamiento teórico, pero escasa capacidad en la toma de decisiones, que recaen primordialmente sobre las otras instituciones internacionales. Por ello, sería conveniente que el Banco Mundial, con sus recursos y personal técnico, pero no con su personal directivo, se integrase en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Económico (PNUD), el cual marcaría las líneas de actuación en consonancia con las propuestas realizadas en los diferentes informes de Desarrollo Humano.

Conseguiríamos de esta forma unas Naciones Unidas operativas, basadas en unos supuestos de reforma de las relaciones económicas internacionales, en vez de unos organismos con planteamientos asentados en principios neoliberales, en los que se supone que el crecimiento por sí solo es capaz de conseguir el desarrollo económico, sin contemplar unas condiciones mejores de igualdad y de sostenibilidad. Otro tanto se puede decir de la OMC, que lo mejor que podría hacer es disolverse e integrarse en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).

P.:  En el siglo pasado, fue necesaria una Guerra Mundial para salir de la Gran Depresión. Los cinco billones que se quemaron entonces consiguieron acabar con la deflación y reactivar por fin la economía. ¿Estamos abocados a la misma salida o hemos aprendido lo suficiente para sortearla?

R.: Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, pero espero que esto no ocurra, aunque en ocasiones la situación internacional se pone demasiado caliente y no faltan focos de conflicto que, si no se mantienen aislados podrían irradiar una fuerza devastadora. Si somos capaces de reducir el hambre en el mundo no creo que esa guerra se produzca.

R.: Las crisis se ceban siempre con los más débiles. ¿Cómo cree que afectará la actual a las naciones más pobres del planeta y en particular, a las africanas?

P.: Los damnificados pueden ser muchos millones de personas en todo el mundo y afecta a las clases medias y trabajadoras de los países desarrollados, y también a los más pobres del planeta, que están en África, en América Latina, en el continente asiático, y también en el primer mundo, que cuenta con su propio tercer mundo. El paro crece, el consumo disminuye, cantidades de empresas anuncian todos los días quiebras, o cierres temporales o parciales.

En este contexto, la falta de inversiones directas y de ayuda afectará de manera directa al África subsahariana. Son millones de personas las que están amenazadas. Los esfuerzos de los gobiernos de África por mejorar la calidad de vida de sus habitantes quedarán comprometidos al disminuir créditos y préstamos. La ola de choque financiera, originada en Estados Unidos y Europa, se propaga por toda la economía mundial y como resultado millones de personas engrosarán la lista de pobres y hambrientos.