Obama se juega la reforma sanitaria en un gran discurso ante las Cámaras
- Obama se dirige este miércoles a la nación para desatascar la reforma
- Aspira a una Sanidad universal en la que el Estado juegue un papel importante
- EE.UU. gasta el doble que Europa en la cobertura sanitaria
- Los costes administrativos suponen el 20% de la factura
- 47 millones de ciudadanos carecen de cobertura
Obama empieza el curso con la agenda sobrecargada. Tiene que lidiar con una recesión que todavía no ha acabado y que se ha cobrado 7,4 millones de parados. Tiene que gestionar la salida de Irak y tomar decisiones críticas en la guerra de Afganistán, un conflicto al que ya se opone el 57% de la población. Amén de impulsar la lucha contra el cambio climático en un país que se ha mantenido al margen. Pero el gran reto de su mandato es la reforma sanitaria.
Si la guerra de Afganistán no eclipsa su presidencia, como le ocurrió a Lyndon B. Johnson, la Historia puede recordar a Obama por implantar una Sanidad universal y asequible en Estados Unidos, como señala su asesor John Podesta. Un logro equivalente a la Seguridad Social de Franklin Delano Roosevelt en la Gran Depresión. Una tarea titánica en la que todos sus predecesores en la Casa Blanca han fracasado.
Un berenjenal político
No lo tiene fácil. Obama no ha querido repetir el error que cometió Bill Clinton. En lugar de elaborar un proyecto detallado y enviarlo al Congreso para su debate, el Presidente ha preferido dejar las manos libres a los legisladores. El resultado es que la reforma se ha empantanado en el Senado, el Gobierno está a la defensiva y recibe tortas a diestro y siniestro.
A la oposición republicana se han sumado las discrepancias dentro del propio partido Demócrata. Los congresistas temen perder el respaldo de sus electores, muchos opuestos a una opción pública en la Sanidad. Hay hasta cinco proyectos distintos en el Congreso. Y fuera, los lobbies del sector propalan una campaña de falsedades, como que la reforma impulsa el aborto libre, la eutanasia y el comodín de siempre: el Socialismo. La propaganda cala.
Por eso Obama se va a dirigir este miércoles a la nación -madrugada del jueves en la Península-. La ocasión es solemne, en sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso, la segunda vez que lo hace. Quiere retomar la iniciativa. Como dijo el lunes en Cincinnati, el debate tiene que terminar en algún momento. Es la hora de decidir y actuar. Y pronto. Pretende que la reforma se apruebe este mismo año.
Se espera que Obama detalle su propuesta en ese discurso. Pero ya ha marcado el terreno de juego. Quiere una Sanidad para todos, beneficiosa para el ciudadano y las empresas. Una cobertura con opción pública, en la que el Estado compita con las empresas privadas. Aspira a reducir los costes del sistema, mantener las prestaciones a los jubilados y eliminar las injusticias. Tiene que convencer al país de que es preciso engordar el déficit público otro billón de dólares en plena recesión.
La Sanidad más cara del mundo
La Sanidad norteamericana es una anomalía dentro de las democracias industrializadas. Estados Unidos dedica a este capítulo el 16% de su PIB. Más de 7.000 dólares por persona y año. Aproximadamente el doble de lo que gastamos en Europa. No es extraño que 700.000 americanos se declaren en bancarrota cada año porque no pueden pagar la factura médica.
La razón de fondo es que la Sanidad en Estados Unidos es un negocio, no un derecho. Las 1.300 aseguradoras existen para sacar beneficios. De ahí que rechacen de forma sistemática a todos aquellos con un historial clínico problemático. Ponen a trabajar a sus gabinetes jurídicos para que buceen en la letra pequeña para cancelar la póliza. El resultado es que los costes administrativos suponen el 20% de la factura médica. En Francia sólo son el 4%.
La cobertura sanitaria se encarece también porque los médicos tienen que blindarse contra posibles demandas por mala praxis. Otro negocio. Los seguros son caros; los abogados, muchos; los abusos de uno y otro lado están a la orden del día. Por si fuera poco, hay escasez deliberada en la oferta de profesionales sanitarios. De ahí que sus sueldos sean astronómicos, con la consiguiente repercusión en la factura final.
La guinda es la competencia entre los seguros médicos. Para destacar sobre los demás, tienen que dedicar recursos al marketing. Aunque esa competencia no la noten los ciudadanos. A la hora de la verdad, sus opciones están limitadas al puñado de aseguradoras que ofrezca la empresa donde trabajan. En Alemania pueden escoger entre más de 200. Y a la postre, la atomización impide negociar a la baja los precios de las medicinas con las farmacéuticas.
Una mezcolanza de sistemas públicos y privados
A pesar de la imagen generalizada, la Sanidad en Estados Unidos no es exclusivamente privada. Están los experimentos innovadores de la ciudad de San Francisco y el estado de Massachusetts. Pero la principal excepción es el Medicare, una cobertura médica casi universal, operada por el Estado, financiada con cotizaciones asequibles y servida por los mismos hospitales y médicos privados.
La pega es que para disfrutar de ella hay que tener más de 65 años. Hay otra excepción más reveladora. Los veteranos del Ejército y los nativos americanos disfrutan de un seguro público. Uno de los ejemplos más puros del planeta. El Gobierno paga la factura íntegramente y los costes se sufragan con los impuestos generales. Como en Gran Bretaña.
Una sanidad que deja al margen a 47 millones
Hay casi 46 millones de estadounidenses que carecen de cobertura médica. La cifra engloba a los trabajadores con ingresos insuficientes -menos de 44.000 dólares anuales-, los jóvenes que pueden permitirse pasar sin ella de momento, los parados que carecen de recursos, los más pobres: 11 millones. Pero no incluye a los diez millones de inmigrantes sin papeles.
Parte de estos desamparados pueden acogerse al Medicaid, un seguro médico de subsistencia, más parecido a la caridad institucionalizada. La otra opción es acudir a urgencias. El Estado o el hospital se hacen cargo de la factura si el paciente es insolvente. Pero la alternativa no vale, como es obvio, para tratarse un cáncer. O para tratar la enfermedad a tiempo.