Si hay algo que Chicago sabe hacer es "contar" votos
- Chicago fía su suerte al "lobby" en Copenhague
- El apoyo popular está partido por la mitad en "The Windy City"
- La encuesta del comité organizador lo eleva al 72%
- Los ciudadanos están preocupados por la recesión y por quién pagará los Juegos
- Madrid aventaja a Chicago en Facebook
- La lluvia amenaza con arruinar el seguimiento de la votación final
- Sigue la carrera olímpica en nuestro especial
La confesión es de una franqueza es brutal, propia del carácter de esta ciudad: "si hay algo que sabemos hacer en Chicago es contar votos". La frase es del presidente de la Cámara de Comercio de Chicago, Jerry Roper. En la sede de Randolph Street, justo enfrente del Grant Park, donde celebró su victoria Obama hace once meses, corroboran su exactitud con cierta retranca.
La guasa está en que tiene base, y pone en contexto la declaración de guerra de Michelle Obama, que también nació en Chicago: "la lucha será sin piedad". La ciudad es conocida por su habilidad para moldear voluntades. Desde Al Capone hasta Richard J. Daley, el alcalde que dio la victoria a John F. Kennedy. Sin los votos de Illinois, no hubiera ganado a Nixon. Daley sacó los apoyos de debajo de las piedras. O de las lápidas. Y aún así, Kennedy ganó por la mínima, el margen más estrecho de la historia.
Suficiente. La votación para elegir la sede olímpica también se adivina apretada. Puede decidirse por un puñado de votos. Para arañarlos se han ido los Obama a Copenhague. Y con ellos, las fuerzas vivas de Chicago. El actual alcalde, Richard M. Daley, hijo del otro Daley, que de casta le viene al galgo, porque está a punto de superar el récord de su padre: seis mandatos consecutivos. El presidente del comité organizador de Chicago, Patrick Ryan. Y una de las mujeres más poderosas del país, la estrella televisiva, Oprah Winfrey, clave en la victoria de Obama.
No sólo es una cuestión de apoyo popular, calidad de la sede o de solidez del proyecto. Cuentan también la geopolítica, los intereses económicos y las amistades personales. "Lobby" en estado puro. Pero el despliegue estadounidense ha dejado Chicago huérfana de entrevistas de postín. Quedan sus habitantes. Y en la calle, los ánimos van por otros derroteros.
La primera en la frente
Una de las mejores fuentes para pulsar una ciudad son los taxistas. El que me lleva del aeropuerto al hotel no es precisamente parlanchín, y responde lacónico cuando le pregunto si apoya los Juegos. "No Games, sir". No Games, no a los Juegos, es el grito de guerra en contra de Chicago 2016.
No hace falta darle más carrete. Desgrana sus razones con la seguridad del discurso bien ensayado: problemas de tráfico, subida de los precios del mercado inmobiliario, baches sin arreglar, parquímetros privatizados que dan sablazos y sobre todo la recesión. "Tenemos varios hospitales cerrados, ¿para que gastar el dinero en los Juegos? Ni siquiera le consuela la presencia de Obama en Copenhague, "it's a shame", es una vergüenza. ¿Quién ganará? Río. No lo duda.
¿Es esa la opinión general? Fifty-fifty. Mitad y mitad, dice. Más o menos lo que refleja la última encuesta del Chicago Tribune: sólo el 47% apoya la candidatura. En febrero, la proporción a favor era de dos a uno. La caída refleja la pérdida de popularidad del alcalde Daley: ha pasado de ganar en 2007 con el 71% de los votos a contar con un respaldo de sólo el 35%. La crisis se traduce en paro y la población teme que al final tengan que rascarse el bolsillo para pagar los fastos. "Ya verás como nos toca pagar los Juegos", augura Tony Martínez, chicano. El término se aplicó en un principio a los inmigrantes mexicanos que se asentaron en Chicago. Los latinos son ahora el 30% de la población.
El pronóstico de Tony tiene razón de ser. Daley prometió al principio que los ciudadanos no pondrían ni un céntimo para organizar los Juegos; se financiarían con aportaciones privadas. Los patrocinadores ya han puesto 70 millones de dólares. Pero al final, y por presiones del COI, el ayuntamiento se ha comprometido a garantizar las posibles pérdidas. Los seguros suscritos ascienden a 500 millones de dólares.
En el barrio de Obama es peor
Los Obama conservan su casa de South Side, un barrio que concentra buena parte de las actividades olímpicas del proyecto de Chicago. Si ganara, el Presidente podría ir andando a inaugurar los Juegos. La ceremonia tendría lugar a tres manzanas de su hogar. Pequeños chalets y calles arboladas. Clase acomodada.
Esa es la parte noble. El barrio está dividido por una cicatriz antigua. Varias millas de viviendas de protección oficial para blancos de origen irlandés. Una operación municipal de Daley padre para ganar sus votos. Precios baratos y miedos raciales a partes iguales. Y de paso, servían de dique de contención ante los afroamericanos, que se reproducían más rápido.
Todavía escuece. En el pleno para que el ayuntamiento cubriera las posibles pérdidas de los Juegos, hubo cinco votos en contra. Todos del South Side. Todos negros. Son mayoritariamente escépticos ante los beneficios que traerían las Olimpiadas al barrio. "Lo que necesitamos es que reparen los baches de las calles, que den dinero a los colegios", dice Samuel Desmoines. El alcalde ha optado por crear un consejo asesor de "southsiders", cuyo objetivo es que el 30% de los contratos olímpicos sean para empresas gestionadas por los afroamericanos y otras minorías. Eso ha aliviado las tensiones, pero persiste la desconfianza.
Apoyo institucional pasado por agua
Llueve en Chicago. Hace un tiempo de perros. La temperatura no llega a los ocho grados pero la habitación del hotel tiene el aire acondicionado puesto. En la calle, la gente sale del trabajo y regresa a sus casas. En el centro del distrito de los Teatros, ceñido por la "L" del metro elevado, está la Plaza Daley. El nombre parece inevitable en esta ciudad. Los obreros dan los últimos toques al escenario. Pantallas gigantes para retransmitir en directo la votación de Copenhague.
La plaza es el bastión de los partidarios de Chicago como sede olímpica. Después de patear la ciudad, por fin aparecen. Lisa O'Connor cree que la mayoría de los chicagüenses están a favor del proyecto. "Es cierto que hay dudas, que la gente teme que tendrá que pagar la factura, pero al final, todos cierran filas con su ciudad". ¿Seguro? Duda unos segundos, "sí, será una fiesta, ¿en Madrid no pasa lo mismo?"
En la Plaza Daley, la parafernalia en pro de Chicago 2016 luce todo lo que escasea en el resto de la ciudad. Prometen 22.500 millones de dólares para el estado de Illinois a lo largo de 11 años. La creación de 315.000 empleos a tiempo completo. Aunque ahora jarree, el tiempo en verano es bueno. El transporte público, excelente. Las zonas verdes, extensas. Los parques bordean la ciudad a lo largo del lago Míchigan. En este entorno, es creíble la encuesta realizada por el comité organizador: el 72% de los habitantes apoya la candidatura.
Es posible. A Chicago la llaman "The Windy City". Se suele traducir como ciudad ventosa. Aunque el viento sople más fuerte en Boston, la cuadrícula de rascacielos de Chicago refuerza la velocidad del aire. Sin embargo, hay otra interpretación posible: la ciudad fanfarrona. Tienen fama de ello. Y el resto del país la castigó apodándola "la segunda ciudad", aunque ahora ya sólo sea la tercera. Si vale de algo frente a la dispersión de los sondeos, el apoyo a Chicago en Facebook cuenta con más de 115.000 seguidores. Madrid le saca ventaja: unos 127.000 seguidores y se coloca en cabeza . Y eso que EE.UU. es el país con más usuarios de esta red social.