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Obama, entre la espada y la pared

  • La guerra de Afganistán amenaza con marcar su presidencia para siempre
  • Sus reformas se estrellan contra el Congreso
  • Obama consigue cambiar la imagen de EE.UU. en el mundo
  • La gran pega de su política exterior es la falta de resultados
  • Guantánamo y la reforma sanitaria le restan apoyos entre los liberales

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Obama: Un aniversario agridulce

Doce meses después de su victoria electoral, Obama se encuentra entre la espada y la pared. La espada la ponen las dos guerras que heredó de Bush. En la de Irak, se ha limitado a seguir el calendario que fijó su antecesor: las tropas abandonarán el país a finales de 2011. La guerra de Afganistán la ha hecho propia. Y amenaza con marcar su presidencia para siempre, como le sucedió a Lyndon B. Johnson con Vietnam.

Obama duda si enviar más tropas a un país donde sólo actúan un centenar de terroristas de Al Qaeda. La red se esconde en sus refugios al otro lado de la frontera, en Pakistán, un estado nuclear que recibe 30 veces menos ayuda. Obama se toma su tiempo para decidir, lleva ya siete reuniones con su Consejo de Seguridad Nacional y el equipo empieza a llamarle el joven Hamlet.

Los espectros que rondaban al príncipe de Dinamarca también huelen a podrido en este caso: Hamid Karzai será presidente de Afganistán, a pesar del fraude electoral y la corrupción de su gobierno. Pero Obama ya ha hecho suya esta guerra: ha calificado a Karzai de presidente legítimo y sancionó la estrategia para el conflicto el pasado mes de marzo. Ya no es mera herencia recibida. El éxito o el fracaso serán suyos.

Del barrio a la aldea global

El jefe de gabinete del Presidente, Rahm Emanuel, define a Obama como un realista con ideales. Su pragmatismo está comprobado. Obama intenta aplicar en política internacional la estrategia que le dio excelentes resultados al principio de su carrera, a nivel local, como activista en el South Side de Chicago. La idea básica consiste en forjar las relaciones sobre los intereses compartidos. Como dijo en Praga: "Cuando las naciones y los pueblos se permiten definirse por sus diferencias, la brecha entre ellos se amplía". La pega es que esta estrategia requiere paciencia. Y de momento, los resultados son escasos, como con Cuba.

En todo caso, la apuesta por la persuasión es un cambio radical con respecto al unilateralismo del aventurero Bush. Obama ha prodigado la mano tendida. A los musulmanes en el que quizás sea el mejor discurso hasta la fecha, el de El Cairo, con un llamamiento a la responsabilidad: "los gobiernos que protegen los derechos de sus ciudadanos son más estables, seguros y fructíferos". Y sin embargo, el conflicto de Oriente Próximo sigue empantanado. El gobierno de Benjamin Netanyahu ha hecho oídos sordos a la petición de Washington de congelar los asentamientos judíos.Y los palestinos amenazan con abandonar las negociaciones.

Tampoco ha cuajado la aproximación a Irán. Dos meses después de tomar posesión, en el año nuevo persa, el Nowruz, Obama lanzó por sorpresa un mensaje a los iraníes. Les invitó a "buscar un futuro donde se superen las viejas divisiones". Un giro notable después de 30 años sin relaciones diplomáticas. El gesto se remachó después de la sospechosa victoria electoral de Mahmud Ahmadineyad. Obama criticó la represión de la protesta popular pero no la legitimidad del proceso.

El último paso ha sido desmantelar el escudo antimisiles en Polonia y Chequia. A pesar de que Bush lo justificó como defensa contra Teherán, Rusia siempre lo consideró una amenaza en su patio trasero. La medida ha dado sus frutos, a pesar del coste en Europa del Este. Moscú ha sido clave en las negociaciones con Irán para que abandone su programa nuclear. Si finalmente fracasan, por la presión interna más que por el enfoque de Obama, el apoyo ruso será imprescindible para imponer nuevas sanciones al régimen iraní. Y como mínimo, la complicidad con Rusia supone un freno a un posible ataque preventivo israelí contra las instalaciones nucleares persas.

Los republicanos critican la estrategia internacional de Obama. Creen que los adversarios son inmunes a los guiños y el enfoque conlleva pasar de puntillas sobre las dictaduras. El ejemplo emblemático es China. Obama ha dejado claro que no pretende darles lecciones morales en la lucha contra el cambio climático o los derechos humanos. Y menos a los que son sus principales acreedores, cuyo apoyo precisa para Afganistán e Irán. Por eso, Obama viajará a Pekín este mes, después de aparcar una entrevista con el Dalai Lama.

Cabezazos contra un muro

De puertas adentro, Obama se enfrenta contra un muro: el Congreso. Las tres reformas de su presidencia se topan con las resistencias del poder legislativo. Y el tiempo corre en su contra.

El proyecto estrella de Obama es la reforma sanitaria. Aspira a lograr lo que todos su predecesores no consiguieron: una cobertura sanitaria universal en un país donde 60 millones de personas carecen de ella. Donde cientos de miles se quedan sin seguro porque son rechazados por padecer enfermedades previas. Y además, Obama quiere abaratar la factura sin engordar un déficit ya monstruoso.

Pero Don Quijote se enfrenta a molinos formidables. Los lobbies de farmacéuticas, hospitales, seguros y médicos financian las actividades y elecciones de los congresistas. Y la resistencia a los cambios se atrinchera a base de dólares. Al menos, Obama ha conseguido que el proyecto cuaje en las dos Cámaras, un logro histórico. Otra cosa es que supere la votación final. Y en qué condiciones. Incluso por la mínima, si sale adelante marcará los libros como el New Deal de Roosevelt.

Tres cuartas partes de lo mismo sucede con la reforma financiera o la lucha contra el cambio climático. Las nuevas normas que fortalecen el poder del Estado para atajar los excesos de Wall Street y proteger a los consumidores, o los derechos de emisión para disminuir las emisiones de efecto invernadero se eternizan en los pasillos del Capitolio.

La falta de resultados concretos desata las iras de los liberales en Estados Unidos. Arrecian las críticas por la tibieza de Obama con la llamada opción pública sanitaria o el cierre de Guantánamo. El Fiscal General, Eric Holder, admite que será difícil cumplir con el plazo que se fijó el Presidente para cerrar la prisión de la infamia, el próximo mes de enero. Tampoco gusta que Obama desista de perseguir a los torturadores de la anterior administración. O el limbo jurídico en que se encuentran los presos cuyas confesiones se arrancaron con torturas.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas expectativas desmedidas. Demasiados retos. Son los que hacen grande una presidencia. Pero su solución requiere tiempo. Como decía Obama en un reciente y poco oportuno viaje a Nueva Orleans, "pretenden que cambie el mundo y sólo llevo nueve meses en el cargo". De momento le han bastado para conseguir el Nobel de la Paz.