España, 2010: La presidencia que marcará la pauta
- El gobierno español modelará las relaciones con los nuevos cargos de la UE
- Zapatero promete servir a Van Rompuy pero ha trazado una agenda ambiciosa
- La creación del servicio diplomático europeo será uno de los primeros retos
- España, a la cola de la recuperación, trazará la estrategia de salida de la crisis
- El gobierno llevará a Bruselas su lucha por la igualdad de las mujeres
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Entre luces azules, España afronta desde esta noche la primera presidencia de la Unión Europea con el Tratado de Lisboa en vigor, con la incógnita sobre el modelo de coordinación que habrá entre el Gobierno y los nuevos cargos de la UE, que según todos los analistas marcará las siguientes presidencias rotatorias.
Para ilustrar el problema al dilema al que se enfrenta el ejecutivo español solo hay que imaginarse una escena: Madrid, primavera de 2010. El presidente Zapatero recibe a Barack Obama en la cumbre anual Estados Unidos-Unión Europea. Se reúnen en el Palacio de la Moncloa y hablan de los grandes temas que preocupan al mundo: Afganistán, cambio climático, la salida de la crisis.
De repente, un hombrecillo con escaso pelo blanco y don de lenguas les interrumpe. Sí, él también está allí, él es -¿cómo se llamaba, Barack?- Herman Van Rompuy, el presidente de la Unión Europea.
Y es que el camino que va de las palabras a los hechos es en el que se definirá el éxito o el fracaso de España al frente de la UE post-Lisboa. ¿Se hará a un lado el presidente español no solo en los consejos europeos, también en las lucidas cumbres bilaterales que mantendrá en España como país que preside la UE o a la hora de convocar una cumbre por una crisis imprevista?
O bien ¿se aprovechará de la indefinición del papel de Rompuy y de su bajo perfil político para marcar la agenda europea aunque formalmente el belga presida las reuniones?
Perfil bajo antes que gloria nacional
Esta es la pregunta que corre por los mentideros europeos de Bruselas, en los que el programa de la Presidencia española así como su agenda de "libro Guiness" -tal y como la ha definido el secretario para la UE, Diego López Garrido- hace albergar sospechas.
"España necesita darse cuenta de que no es el momento para la gloria nacional; el objetivo no es ser recordado como el país que ostentó la presidencia europea en la primera mitad de 2010", subraya José Ignacio Torreblanca, representante en España del European Council of Foreign Relations.
Con Van Rompuy y la británica Ashton al frente de la Política Exterior europea, el margen de maniobra de España se va a ver seriamente reducido.
Sin embargo, ambos necesitan que el primer país que ostente la presidencia rotatoria se tome en serio su papel y les otorgue una relevancia y credibilidad que no se han ganado, en parte por los dudosos equilibrios de poder que dieron lugar a sus nombramientos.
"Si se superan las tentaciones del corto plazo, el presidente del Gobierno de España se encuentra en un momento ideal para prestar un servicio extraordinario a la causa europea, ya que su conducta sentará un precedente", defiende Ignacio Molina, responsable del programa de Europa en el Real Instituto Elcano.
Objetivo número 1: Implantar el Tratado de Lisboa
Sobre el papel, España está comprometida en este sentido; de hecho su primer objetivo es la plena y eficaz aplicación del Tratado de Lisboa.
En realidad, estas grandes palabras se resumen para Zapatero y su Gobierno en una sencilla frase: predicar con el ejemplo.
Eso supone que los grandes momentos que Zapatero había dibujado en su mente para estos seis meses -fundamentalmente el encuentro con Obama, pero también la cumbre con los líderes latinoamericanos- tendrán que pasar por el filtro de Van Rompuy, al que ha prometido servir "lealmente" tras la entrevista que mantuvieron en Madrid a mediados de diciembre.
Además, en aras a la unidad europea que se pretende con el Tratado de Lisboa, posiciones como el no reconocimiento de la independencia de Kosovo pueden dejarnos en evidencia ante una posible resolución favorable de la Corte Penal Internacional.
Estas posturas maximalistas, junto a otras como la expresada en la crisis de Honduras o la intención de dar un giro a las relaciones con Cuba deberán ser consensuadas con la nueva representante de Política Exterior.
"España necesitará predicar con su ejemplo: los intereses nacionales deben dejarse de lado si Europa tiene alguna esperanza de hablar con una sola voz", recuerda Torreblanca.
Para hablar con una sola voz, el Tratado de Lisboa prevé la creación del Servicio Diplomático Europeo, toda una red de embajadas de la UE en la que la nueva voz exterior de los 27 empezará a cobrar forma.
El objetivo de España es que esté en marcha antes de abril para dotar a Lady Ashton de un verdadero servicio diplomático que evite que se convierta en una comisaria más dentro del ejecutivo de Durao Barroso.
Objetivo 2: Aumentar la relevancia europea en el exterior
En este sentido, otro de los objetivos de la presidencia española es reforzar la presencia e influencia de la UE en la nueva realidad internacional.
Por eso se han planeado una serie de reuniones bilaterales con México, Canadá, Pakistán, Rusia, Japón y Estados Unidos, entre otros países, para este periodo.
Además, en junio se dará el impulso definitivo a la Unión por el Mediterráneo, el proyecto de aproximación de la UE a la orilla sur del Mediterráneo, en Barcelona, donde situará su sede. Esta cita está marcada en rojo por el Gobierno español como oportunidad para reunir a los líderes de Oriente Medio en un eventual renacimiento del proceso de paz.
El problema del papel de Europa en el mundo es, sin embargo, su necesidad de relevancia ante el papel preponderante que tienen China y EE.UU., tal y como se demostró en la Cumbre de Copenhague.
Durante estos seis meses, los 27 tendrán que definir una estrategia para que su voz se escuche más en la próxima cumbre del clima de México, donde se espera que se adopte un tratado vinculante de reducción de emisiones.
Objetivo 3: Asentar la recuperación económica
Más allá de la política internacional, el otro ámbito estrella en el que España deberá predicar con el ejemplo es el de la economía, y en el que quizá lo tendrá más difícil.
En febrero se celebra una cumbre informal de Jefes de Estado y Gobierno, la primera presidida por Van Rompuy, en la que se tratará la estrategia de salida de la crisis en un año que se prevé que esté marcado por el desempleo tras salir la mayoría de los países de la recesión.
España, que preside el consejo de ministros de Economía (ECOFIN) a través de Elena Salgado, se encontrará con una disyuntiva: ahora que la mayoría de los países están fuera de la recesión, deberán arreglar sus cuentas retirando los paquetes de estímulo.
Más aún, se prevé que el Banco Central Europeo empiece a retirar liquidez del sistema y se plantee subir los tipos para frenar una posible recuperación de la inflación.
El problema es que esos estímulos y, sobre todo, el dinero barato, son fundamentales para asentar la débil recuperación económica en nuestro país.
La Presidencia española se limita a repetir como un mantra una palabra, coordinación, tras la cual se esconde un reto fundamental tras la crisis: aumentar la regulación y la supervisión de los mercados financieros.
Para ello, los 27 decidieron el año pasado crear dos organismos: el Consejo Europeo de Riesgo Sistémicos -formado por los gobernadores de los bancos centrales y el Banco Central Europeo-, el Sistema Europeo de Supervisores Financieros (ESA, en inglés).
El principal punto de polémica se centra en el segundo, que sí tiene poderes vinculantes sobre las regulaciones nacionales y que provoca pánico en el centro financiero de Europa por excelencia: la City londinense.
También durante la presidencia española se empezará a definir la nueva estrategia de crecimiento sostenible para 2020 que sustituya a la llamada Agenda de Lisboa 2010, y que previsiblemente se centrará en la economía verde y la inversión en I+D.
Objetivo 4: Europa como factoría de derechos
La regulación financiera será uno de los principales de fricción con el gobierno británico, sobre todo si los conservadores vencen en las elecciones de primavera.
Más frontal será el choque en el capítulo de derechos que recoge Lisboa, del que el candidato conservador, David Cameron, se quiere salir y que Zapatero desea implantar de manera profunda.
España llevará su apuesta por la lucha contra la violencia de género y a favor de la igualdad a Bruselas con la puesta en marcha de una directiva contra la discriminación, centrada sobre todo en la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral.
Además, se dará un gran peso a los asuntos de Justicia e Interior a través de la aplicación del Programa de Estocolmo -aprobado en la última presidencia sueca- que busca estandarizar los protocolos de asilo y crear una cultura común en el caso de la política de inmigración.
Y el futuro...
Por último -pero no menos importante- 2010 será el año en el que Europa empezará a mirar su futuro con otros ojos.
Culminado el proceso institucional con Lisboa y estancada la entrada de Turquía, el grupo de sabios liderado por Felipe González dará a conocer en junio su veredicto sobre el mañana de la UE, que promete no ser demasiado complaciente ante cuestiones como la falta de relevancia internacional o la constante sensación de crisis que invade al proyecto europeo.
A esas alturas, España ya debería haber empezado a edificar algo diferente: una Unión Europea que significa algo más que la suma de sus partes y que se encamina, humilde pero orgullosa, a reivindicar su lugar en el mundo.