Se cumplen 60 años del inicio de la construcción del Canal Danubio-Mar Negro en Rumanía
- El Canal, inaugurado en 1984 costó más de 2.000 millones de euros
- En su construcción intervinieron al menos 20.000 prisioneros
Se cobró la vida de 2.000 personas y arruinó la de muchos más, el Canal Danubio-Mar Negro, la mayor obra de ingeniería de la historia de Rumanía de cuyo comienzo se cumplen 60 años, fue un infierno para los disidentes comunistas obligados a trabajar en ella.
Miles de "enemigos del pueblo" se dejaron la piel y la vida en la construcción del tercer mayor canal del mundo, un proyecto megalómano y de dudosa rentabilidad que debía abrir una vía navegable entre el Danubio y el Mar Negro, y ser piedra angular de la política soviética de obras faraónicas en Rumanía.
Convoyes de prisioneros "burgueses" llegaban desde las cárceles y centros de reeducación de todo el país a orillas del gran río europeo, donde ingresaban en campos de trabajo.
Cuando en 1950 comenzaron los trabajos forzados, Nicolae Purcarea, que entonces tenía 27 años, purgaba en el terrible campo de reeducación de Pitesti su participación en un movimiento fascista.
“De día trabajábamos doce horas, saliamos al trabajo a las cinco de la mañana, por la noche venía la reeducación“
"De día trabajábamos doce horas, rompiendo y transportando piedra. A las cinco de la mañana salíamos al trabajo, estábamos hasta la tarde. Los accidentes eran continuos. Unos morían de frío, otros de impotencia, de cansancio. De noche venía la reeducación por terror", rememora Purcarea.
La oleada de detenciones que comenzó en 1947 con la instauración de la República Popular Rumana había llenado a rebosar las cárceles de militantes de la fascista Guardia de Hierro, como Purcarea, y también de demócratas, monárquicos y sacerdotes.
Quienes no acogían el marxismo eran candidatos a trabajar como esclavos en el Canal
Ingenieros, médicos, profesores, campesinos díscolos, militares y todos aquellos que, aun sin rebelarse, no habían acogido con suficiente entusiasmo la llegada del marxismo leninismo, eran también candidatos para trabajar como esclavos en el Canal.
“Les preguntaban tras la tortura si seguían creyendo en Dios“
"Debíamos dar cuenta de todas nuestras conversaciones, se trataba de destruir cualquier lealtad, de convertirnos en robots", dice Purcarea, que recuerda cómo les preguntaban al final de las sesiones de tortura si seguían creyendo en Dios.
"Yo respondía que sí, y el torturador decía: 'aún tenemos más trabajo contigo'", rememora con orden y lucidez a sus 87 años, 20 de los cuales los pasó en centros de detención comunistas.
Una protesta por los impuestos a los campesinos llevó al Canal al contable Stefan Rogoz cuando tenía 28 años.
“Si no cavabas cuatro metros cúbicos no recibías comida“
"Nos obligaban a cavar al día cuatro metros cúbicos por persona, quien no cumplía no recibía comida", recuerda Rogoz.
"Nos retenían dinero por el alojamiento, por la alimentación, por la ropa y el equipamiento, y también por protección. ¡Trabajábamos para pagarles a ellos por vigilancia y protección!", cuenta con una risa amarga.
En medio del terror organizaron clases de alfebetización
En medio del terror, la demencia de los carceleros provocó también situaciones cómicas, como cuando las autoridades ofrecieron a los peones no instruidos clases de alfabetización.
Médicos, abogados y profesores se apuntaron inmediatamente a los cursos para escapar del extenuante trabajo.
"Militares que debían esforzarse para escribir una 'a' enseñaban a escribir a auténticos intelectuales. Cuando se dieron cuenta del absurdo, cerraron la escuela", rememora divertido Rogoz.
Tras la muerte en 1953 de Stalin, que había sugerido la idea de la obra al primer dictador rumano, Gheorghe Gheorghiu-Dej, terminó también el apoyo de Moscú al Canal y se detuvo la actividad de lo que el régimen llamaba "tumba de la burguesía".
El último dictador rumano, Nicolae Ceausescu, reanudó los trabajos más de dos décadas después, para inaugurar la obra en 1984.
La faraónica infraestructura costó, al cambio actual, más de 2.000 millones de euros y por ella pasaron 20.000 prisioneros. Todo para un megalómano proyecto de dudosa rentabilidad que, según estimaciones oficiales, sólo amortizará la inversión después de más de 600 años de funcionamiento.