El puente de goma
Ciencia al Cubo
El nacimiento de perritos fluorescentes, la muerte de una chimpancé calva, qué son las neuronas espejo, el origen de los ojos azules o por qué nos salen canas. De la mano de América Valenzuela, en 'Ciencia al Cubo' pueden escuchar las historias más variopintas sobre temas científicos de actualidad. Emisión en Radio 5: Lunes a viernes 10:07; Sábados 09:22 / 17:52 / 21:06; Domingos 09:22 / 17:55
Un puente que ondula como una ola. Construido rígido, pero que hoy oscila como si estuviera hecho de chicle. Ha sucedido hace escasos días en Volgogrado en Rusia. Las imágenes han dado la vuelta al mundo.
Las ondulaciones comenzaron con las fuertes lluvias y vientos que están azotando la ciudad. El puente tiene siete kilómetros de longitud y algunas ondulaciones han alcanzado el metro y medio de altura. Muchos aseguran que es un montaje, un 'fake', como se denomina a las falsificaciones que corren como la pólvora en Internet. No obstante, no es la primera vez que suceden fenómenos de este tipo. Eso sí, en puentes colgantes.
Algo muy similar sucedió en el año 2000 con el Puente del Milenio, en Londres. 320 metros de pasarela suspendidos por ocho cables de acero sobre el Támesis. El puente estaba preparado para soportar el peso de más 5.000 personas al mismo tiempo, que se agolparon en la estructura el día de la inauguración. Pocas horas después, el puente comenzó a balancearse. Era un extraño vaivén que se intensificaba con el tiempo. Tanto es así que dos días después de su apertura, se cerró el paso.
Los científicos concluyeron que el fuerte vaivén del puente se debía a la sincronización de los pasos de los viandantes con el movimiento natural del puente. O sea los londinenses caminaban balanceándose a cada paso y eran ellos todos juntos los que movían el puente. Así que se tomaron medidas. Ajustaron el puente con 91 amortiguadores que absorbieron las oscilaciones laterales y verticales. Y aunque eran efectivas y no volvió a suceder a los ingenieros no les salían las cuentas. El origen del movimiento del puente tenía que ser otro.
Varios años después averiguaron que las cosas eran más sencillas de lo que parecían. No era imprescindible que los peatones sincronizaran sus pasos para aumentar el balanceo del puente. El caminar aleatorio de cada uno de ellos en conjunto, contribuyó el curioso vaivén.
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