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China quiere que su economía crezca menos... para desarrollarse mejor

  • Pekín trata de enfriar la economía, que crecía a principios de año un 12%
  • Los desequilibrios internos amenazan sus avances

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Cuando la mayoría de los países del mundo se esfuerzan para conseguir que sus economías crezcan, China sigue el camino contrario y su Gobierno trata de enfriar la actividad económica para evitar un peligroso recalentamiento. Así interpretan los analistas la ralentización registrada en julio en muchos indicadores del gigante asiático, reflejo de algunos cambios en las políticas de Pekín.

A principios de este año, la economía china crecía a un ritmo infernal del 11,9% y amenazaba con agravar los ya preocupantes desequilibrios sociales, medioambientales y energéticos.

Menos dependencia del exterior y más consumo interno

Por eso, los expertos creen que las autoridades de Pekín han decidido sacrificar parte de su crecimiento económico a cambio de reequilibrar su desarrollo para estabilizar su economía. Como efecto de esos cambios, el crecimiento del tercer trimestre podría estar por debajo del 10%, según las primeras previsiones.

El economista chino Xu Xiaonian, profesor en la Escuela Internacional de Negocios China-Europa, opina que la salida de la crisis de China se ha basado casi por entero en los estímulos del Gobierno y advierte que eso no ha solucionado los problemas estructurales de su economía. "Demasiada inversión, muy poco consumo y con un crecimiento dependiente en exclusiva de la inversión interna y la demanda externa no permitirá un desarrollo sostenible por mucho tiempo", resume Xu.

Consciente de esas debilidades, el Ejecutivo chino ha decidido reducir la dependencia económica del exterior (exportaciones e inversión extranjera) y promover el consumo interno, tanto de los hogares como del propio Estado. Así, ha apostado por aumentar la eficiencia energética, mejorar la protección del medio ambiente e impulsar la innovación.

Para lograrlo, el Gobierno de Pekín ha invertido una enorme cantidad de capital público que ha supuesto, según algunos cálculos, el 8% del 9,1% del crecimiento registrado por China en 2009.

Enfriar el mercado inmobiliario

Esa expansión ha favorecido el aumento de liquidez lo que -unido a los bajos tipos de interés- ha desembocado en un fuerte aumento de la actividad crediticia enfocada a la vivienda. Así, lo sucedido recuerda mucho a lo vivido en Estados Unidos -donde la abundancia de dinero y crédito favoreció la existencia de las llamadas hipotecas-basura- o en España, donde alimentó la formación de la burbuja inmobiliaria.

En China, esa combinación de factores ha producido un boom de la vivienda con su correspondiente subida de precios. Entre enero de 2009 y mayo de este año, el precio de las casas se ha disparado un 40% en 36 grandes ciudades del país. En Pekín, Shanghai y Shenzhen, el incremento ha sido todavía mayor.

Ese encarecimiento ha causado malestar en la población, incapaz en la mayoría de los casos de comprarse una vivienda a esos precios, y ha encendido la luz de alarma en los despachos oficiales de Pekín.

Para enfriar el mercado inmobiliario, el Gobierno ha limitado los préstamos de los bancos y las inversiones en propiedades inmobiliarias. Además, debate por primera vez la creación de impuestos sobre la propiedad y los beneficios del capital.

Sin embargo, esas medidas pueden acarrear el debilitamiento del consumo interno en China (se compra menos, desde cemento o acero, hasta mobiliario), provocando un desequilibrio con el nivel de exportaciones que, el pasado julio, siguieron creciendo a un ritmo avasallador (el superávit comercial del gigante asiático superó en julio los 22.400 millones de euros).

China quiere vender menos al mundo

Para tratar de evitar esa circunstancia, Pekín intenta limitar desde hace tiempo sus exportaciones, algo que ha criticado la Organización Mundial del Comercio (OMC) porque considera que puede distorsionar los flujos comerciales internacionales.

Así, el último informe de la OMC sobre el comercio chino asegura que el único efecto que persiguen esas limitaciones es ayudar a las empresas nacionales porque, al evitar la salida de productos, crece su presencia en el mercado interno y se abaratan, por ejemplo, las materias primas usadas por la industria.

Detrás de esa estrategia están las quejas empresariales sobre el incremento de sus costes. Un directivo de una empresa china que fabrica moldes metálicos y plásticosen Dongguan ha explicado a The New York Times que los salarios de los trabajadores han subido entre un 20 y un 30% el año pasado, mientras que el precio de la materia plástica básica se ha disparado un 23%.

Esa política de control de las exportaciones contrasta con el empeño del Gobierno chino en mantener baja su moneda, el yuan o renminbi, lo que hace sus productos muy atractivos para el resto de países con monedas más fuertes. Sólo tras una fuerte presión de Washington, Pekín ha aceptado dejarla fluctuar un poco, aunque sin permitirla moverse siguiendo los movimientos reales de los mercados.

La visión económica de las autoridades chinas se trasluce en lo publicado por el periódico oficial China Daily News, que asegura que "la verdadera solución para reducir el superávit comercial de China incluye reformas a largo plazo que enriquezcan a los ciudadanos chinos e impulsen sus niveles de consumo". De paso, se lograría también acallar las crecientes protestas de la población nacidas de los desequlibrios sociales.

Esa estrategia de reformas está en el punto de observación de todos los economistas occidentales porque, cualquier cambio en el desarrollo y el crecimiento de un gigante como China repercute en el resto del mundo, y temen que la ralentización buscada de su actividad económica pase factura, de algún modo, a la recuperación mundial.