Renoir, el pintor de la alegría
- La colección privada del matrimonio Clark llega al Museo del Prado
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No deja de ser sorprendente que un país como España, donde han nacido los mejores pintores de la humanidad, -de Velázquez a Picasso-, sufra una auténtica sequía de cuadros del movimiento impresionista. Pero la realidad es tozuda y quien quiera disfrutar de la obra de Monet, Manet, Pisarro, Degas, y tantos otros debe darse una vuelta por Europa o por los Estados Unidos. De ahí, de la colección privada de un matrimonio millonario, Sterling y Francine Clark, son los 31 Renoir que hasta febrero se pueden disfrutar en el museo del Prado.
Pierre Auguste Renoir fue uno de los principales valedores del movimiento impresionista, pero su independencia era mayor que cualquier atadura. Además de capturar el instante con la pincelada que dio nombre al movimiento, Renoir nunca renunció a la línea como tampoco a la figura humana que, -a diferencia de otros impresionistas-, siempre se impuso a sus paisajes.
Un canto al color y a la belleza
Los cuadros que se pueden ver en El Prado son un canto al color y a la belleza. Los expertos dicen que pertenecen al mejor Renoir pero sobre todo, son fáciles de disfrutar por cualquier espectador aunque no se trate de un iniciado. Sus retratos de mujer son un regalo para la vista; los desnudos, sensuales y pudorosos. Renoir fue un pintor sin secretos: le gustaba la belleza y se sentía heredero de los grandes maestros: de aquellos que como copista contempló durante horas y horas en el Louvre y de aquellos que ya en su cincuentena, visitó en el Museo del Prado. Nada le hizo pensar que un día sus naturalezas muertas, retratos, paisajes y desnudos estarían a escasos 10 metros de las Meninas de Velázquez.
Le llamaron el pintor de la alegría pero la vida de Renoir estuvo marcada, durante 30 años, por el dolor de una artritis reumatoide que deformaba sus brazos y manos. Para no dejar de pintar inventó una técnica casera que le permitía manejar el lienzo y los pinceles atados a sus dedos. Su pasión por la pintura era tal que el día que murió tenía un lápiz en la mano.
Un ejemplo de coleccionismo inusual en Europa
También fue su pasión por la pintura la que llevó al americano Sterling Clark a comprar numerosa obra de artistas europeos y americanos. Empezó con el arte antiguo y siguió con el contemporáneo. Su matrimonio con Francine Clark y su estancia en Paris le convirtieron en un devoto de la pintura de Renoir. Sus cuadros son hoy el corazón de la Fundación Clark, en Massachusetts. Curiosa pareja el matrimonio Clark. Discreto y multimillonario, al final de su vida decidieron que toda su colección fuera expuesta al ojo público. Un ejemplo de coleccionismo inusual en Europa, pero bastante común en los Estados Unidos. En un país donde el Estado está más que diluido, los grandes museos rebosan de obras de arte donadas por sus ciudadanos más acaudalados.