Un cálido viaje junto a Best Coast
- Radio 3 emitió el concierto que la banda ofreció en Madrid en diciembre
- Vuelve a escucharlo con los comentarios de Virginia Díaz ('180 Grados')
- Txemi Terroso y Óscar Giménez te cuentan cómo vivieron el concierto en su crónica especial
Hay un perro llamado Bobb en la bandeja de atrás moviendo la cabeza constantemente y tocando la guitarra con mucha gracia. Es verano, diciembre para ser exactos. Y por la calle Princesa este coche recorre las carreteras que bordean la costa de California.
Las ventanillas están bajadas, la brisa del Pacífico es tan suave que parece mantequilla y el sol choca con el agua pegando en los ojos y haciéndote cerrarlos en una dulce mueca que parece una sonrisa perenne. El coche tiene que ser un Mustang, por lo menos. O un Pontiac. No sé. No tengo ni idea de coches pero este parece uno bien antiguo. Con solera y kilómetros recorridos, aunque la tapicería es nueva y sus ocupantes realmente jóvenes. Se paran ante la puerta de la sala Heineken y no lo dudas. Subes. ¿Por qué no pegarse un viaje con los Best Coast?
Al bajista han debido de dejarle abandonado en la última gasolinera. Casi mejor. Así hay sitio para ti. Todo el asiento trasero para que puedas asomarte por las dos ventanillas. Para que tengas la oportunidad de descubrir todos los matices de esta costa. Aunque, realmente, como buenas carreteras costeras, en estas tampoco hay grandes subidas ni terribles bajadas. Por muy bonitas y agradables que sean, no dejan de parecer repetitivas, monótonas.
Conduce Ali. Una mujer a la que no se le ve la cara. Los pelos por delante y realmente por su tamaño puede que ni tan siquiera sea una mujer. Podría llegar a ser un hombre disfrazado. En cualquier caso golpea el salpicadero como si se tratara de una batería que le debe dinero, mientras los kilómetros van devorándose uno a uno. Mantiene el ritmo con elegancia y seriedad. Sin alardes pero con buenas maneras. En ocasiones parece que la carretera concentra toda su atención. Que es incapaz de hacer otra cosa que no sea conducir. Y por supuesto, no se mete en la conversación.
La conversación la mantiene Bethany. Sentada de copiloto es la que marca el rumbo. Ella dirige, se revuelve constantemente en el asiento y habla contigo, pero en seguida vuelve a mirar a la carretera. Le obsesiona el día de mañana, el próximo kilómetro, el siguiente tema. Canta y canta bien. Lo suficiente como para que un buen número de incondicionales estén dispuestos a saltar en cada acelerón del coche. Lo necesario para hacer de este viaje una moda, aunque queda la duda de saber si van a ser capaces de bajarse en algún momento y dejar de ser pasajeros de su propio coche.
Se han hecho sitio en la carretera a base de recorrer playas y visitar fiestas robadas al mar. Fiestas con la música alta y el ánimo adolescente, divertidas, animadas y con ese regusto de tristeza y sonrisa cuando te vuelves al coche con las chanclas en la mano. Entonces, después de la pequeña explosión de felicidad, Bethany se emociona. Ha bebido demasiado, parece, y se echa a llorar dándote las gracias por habérselo pasado tan bien contigo. Aunque tú no tienes la misma sensación. Parece como si no distinguiera una palmada en la espalda de la devoción. Te abraza y no sabes bien qué hacer. 'No te preocupes, Bethy, ha sido un placer'. No hay mucho más que decir.
Dos temas más allá aparecen en el horizonte el frío del invierno. La Plaza de España te pone en situación. El coche para y todos te miran. El perro suelta su guitarra, deja de cabecear y sonríe. Todos te sonríen. “Gracias por venir con nosotros” Tú sonríes también pero dudas. No sabes si te lo has pasado todo lo bien que podías…