Del temblor de Túnez al tsunami de Egipto
- Su ejemplo pondría en peligro a todos los regímenes autocráticos árabes
- Afectaría al comercio a través del Canal de Suez y al precio del crudo
- Israel quedaría totalmente aislado en Oriente Medio
La caída en cadena de los regímenes árabes. La subida del precio del petróleo ante el descontrol del Canal de Suez. La pérdida del principal aliado árabe de Occidente. Y, de rebote, el entierro del proceso de paz en Oriente Medio al dejar a Israel aislado del resto, favorecer la entrada de bienes a Gaza por el paso de Rafá y el ascenso de los islamistas.
Éstos son los motivos que tienen a buena parte de los líderes occidentales -y a buen seguro a todos los árabes- pendientes del televisor para saber qué ocurrirá en Egipto o, lo que es lo mismo, si una revuelta popular creada a través de Internet por un puñado de jóvenes y sin apenas líderes será capaz de tumbar al todopoderoso Hosni Mubarak, que lleva gobernando el país desde hace 30 años.
De ser así, la ola de acontecimientos que podrían seguir serían los siguientes:
1. La crisis de las autocracias árabes
Si algo llamó la atención sobre la Revolución de los Jazmines en Túnez es su posible impacto en los países del entorno, además de que fuese la primera revolución democrática en un país árabe que consiguió derrocar a un Gobierno en décadas.
Los primeros síntomas aparecieron en forma de personas desesperadas que se quemaron 'a lo bonzo', imitando al mártir de Túnez Bouazizi. Argelia, Marruecis, Mauritania y Egipto vivieron casos similares.
Aunque los primeros países prometieron tomar medidas para aliviar las malas condiciones económicas de la población comprando trigo, por ejemplo, para bajar el precio de los alimentos básicos, Egipto negó desde un principio cualquier posibilidad de contagio.
El Gobierno de Mubarak contaba con un dato a su favor: frente a la pequeña Túnez, su país de más de 80 millones de habitantes es igual que la suma de las poblaciones de Marruecos, Argelia, Libia y Jordania. Es miembro del G20 y el principal aliado de Estados Unidos en la zona, que le da una ayuda militar de 1,3 billones de dólares.
O, lo que es lo mismo, es demasiado grande para caer.
El sistema político egipcio es una versión calcada del de otros como Túnez: regímenes formalmente democráticos en los que la oposición no tiene posibilidad real de gobernar y que son apoyados por Occidente gracias a su aire de estabilidad y por mantener bajo control la amenaza islamista.
Mubarak lleva treinta años en el poder y solo en 2005 se sometió a las urnas (con casi un 90% de los votos). Las elecciones próximas, previstas para 2011, han sido boicoteadas por destacados líderes opositores como el premio Nobel El Baradei.
Lo mismo que Mubarak se podía decir del presidente tunecino Ben Alí, elegido en 2009 con porcentajes similares, o del presidente argelino Buteflika. En Jordania y Marruecos, los monarcas son los encargados de designar a los primeros ministros y dominan la escena política. Gadafi en Libia ni siquiera se permite la vulgaridad de llamarse presidente.
2. El cuestionamiento de Occidente
Como señala el analista de riesgos políticos de la agencia Reuters, Peter Apps, la revuelta de Egipto ha atrapado a Occidente entre sus alianzas estratégicas, su retórica de defensa de la democracia y la simpatía que en sus propios países despiertan las revueltas.
La mejor síntesis es lo que ocurre con Estados Unidos que, como demuestran los papeles de Wikileaks hechos públicos este mismo viernes, era consciente desde hacía años de la brutalidad intolerable de la Policía egipcia e incluso había tratado de ayudar tímidamente a movimientos opositores de cara a la difícil sucesión de Mubarak.
Ese asunto, la sucesión de un Mubarak que se ha empeñado en colocar a su hijo Gamal, mal visto por la población y por el ejército, como su sucesor, es un dolor de cabeza recurrente para Washington.
Una eventual caída de Mubarak podría dar lugar a dos escenarios: o bien un Gobierno de transición con miembros del antiguo régimen, que ya ha sido rechazado en Túnez y que sería visto con buenos ojos por Occidente con la complacencia del ejército; o bien una ruptura total que llevase incluso al poder a los Hermanos Musulmanes, la organización islamista más importante del mundo.
El segundo escenario aterroriza a todas las cancillerías occidentales, aunque en un eventual escenario democrático no les quedase más remedio que aceptar su concurrencia a las elecciones.
Para liderar el Gobierno de transición se ha ofrecido El Baradei, pero es mal visto por Washington por su posición poco contundente frente a Irán cuando era director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).
3. Las consecuencias económicas
Pero el mundo se juega en Egipto mucho más que la estabilidad del mundo árabe. La presencia del Canal de Suez en un contexto en el que además se está produciendo una subida mundial del precio de las materias primas puede ser decisiva.
Una revuelta o un ambiente de guerra civil podría ser letal, más aún cuando la propia ciudad de Suez es uno de los núcleos de las revueltas.
El canal sigue siendo una importante vía de comunicación en las importaciones marítimas hacia Europa de combustible y bienes baratos procedentes de Asia.
El Canal sigue siendo la ruta más rápida entre Asia y Europa. Es uno de los siete puntos clave en el mundo para la Administración para la Información sobre Energía y por él pasó el 8% del tráfico marítimo mundial en 2009.
4. Y el caos regional
Por último, pese al cuestionamiento interno, Mubarak es una figura internacional reconocida, que ha jugado un papel decisivo de mediador en conflictos como el bloqueo de Gaza, las conversaciones de paz entre Israel y la ANP o los problemas entre Siria y Líbano.
Como recuerda en la BBC Roger Hardy, analista del Woodrow Wilson Center para Oriente Medio, Egipto fue el primer estado árabe en firmar un tratado de paz con Israel, que mantiene buenas relaciones con Egipto y a cuyo Gobierno le aterroriza la posibilidad de que el mayor país árabe caiga en manos de islamistas hostiles a su país.