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El régimen tienta con la normalidad a la revolución egipcia

  • El vicepresidente Suleimán se reúne con los Hermanos Musulmanes
  • El ejército trata de convencer a los manifestantes para reabrir la plaza
  • Los egipcios se agolpan en los cajeros tras reabrir los bancos

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Comienzan las negociaciones en Egipto

Este domingo en Egipto debería ser un día cualquiera. Han abierto los bancos por primera vez en doce días. Se vende pan incluso por las calles. Las tiendas de fruta y ultramarinos están llenas. Pero, al acercarse un poco, se ve que todo es pura apariencia.

“Está cerrado”, asegura con un cierto gesto de desesperación una mujer a la espera junto con una veintena de personas de poder sacar algunas libras egipcias tras doce días sin poder hacerlo.

Ellos esperan resignados, al igual que la mayoría de los egipcios que han salido este domingo a la calle esperando que fuese un día cualquiera.

Los que tienen más suerte logran tras esperar pacientemente conseguir una pequeña cantidad de dinero –la retirada de efectivo está limitada- pero otros, los que necesitan pasar a las oficinas, se desesperan agarrados a las rejas.

A su lado está la presencia policial de rigor, que vuelve a inundar las calles tras cederle el testigo al ejército por la brutalidad empleada en las manifestaciones del Viernes de la Ira.

Mientras ellos reafirman su poder en cada esquina, los militares buscan a toda costa relajar su control de la plaza Tahrir, pero para ello tienen que convencer a los manifestantes para que la desalojen.

Las negociaciones han alcanzado un punto álgido, con representantes militares dirigiéndose a los líderes de los que llevan días y días acampados en la plaza, símbolo de una revolución que sigue a la expectativa.

Negociaciones en los despachos

Sus argumentos se han visto reforzados por las negociaciones que han iniciado este domingo el vicepresidente, Omar Suleimán, el señalado por la comunidad internacional para hacerse cargo del sitio de Mubarak, al menos de forma efectiva y provisional.

El resultado ha sido un acuerdo para la formación de un comité que lleve a cabo reformas constittucionales a principios de marzo.

Junto a Suleimán se han sentado el líder opositor y premio Nobel de la Paz, Mohamed El Baradei, pero sobre todo representantes de los Hermanos Musulmanes, sus antiguos enemigos y un partido que está ilegalizado formalmente, aunque tiene representantes parlamentarios que se presentaron como independientes.

Al tenderle la mano a los islamistas, Suleimán hace un gesto de apertura que convalida en parte su papel de figura de transición, alejado de las gruesas palabras que Mubarak le sigue dedicando a la fuerza mejor organizada de la oposición.

El pasado jueves, por ejemplo, Mubarak culpó a los Hermanos Musulmanes de estar detrás de las manifestantes, una acusación cuya inexactitud precisamente ha enturbiado la imagen de la organización.

Hasta hace bien poco, se les ha acusado de lentitud en el apoyo de la revuelta y de querer sacar rédito político. Ahora, al prestarse a escuchar al menos a Suleimán pese a que dijeron que no lo harían hasta que no se fuera Mubarak tratan de volver a colocarse en el centro del juego político.

El debate en la plaza

Por eso, el debate que en estos momentos se plantea en la plaza Tahrir es esencial. En principio, se trata de una mera cuestión de tráfico: es uno de los corazones de la ciudad y es insostenible seguir teniéndola cortada.

De hecho, el paseo del Nilo se ha reabierto al tráfico rodado y el puente paralelo al del 6 de abril, que da a la plaza, mostraba un intenso tráfico sin la presencia de tanques.

Sin embargo, la pregunta que flota en el ambiente es qué pasará si las miles de personas que siguen acampadas pidiendo democracia se van a otro sitio y si, realmente, la aparente oferta de cambio y de estabilidad del régimen se queda en eso, en apariencia.

Al fin y al cabo, la Policía y el ejército siguen presionando a los testigos internacionales, de forma directa o con sutiles consejos tras un nuevo control de pasaportes.

“Y hemos sido buenos”, dicen tras veinte minutos de espera con un gesto amable. Al salir de allí zumbando, el conductor nos lo confirma con un gesto de manos esposadas sobre el volante. Le acababan de amenaza con meterlo en la cárcel.