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El imparable camino hacia la sonrisa

  • Se estrena en Madrid la adaptación teatral de la novela de Sampedro
  • Hector Alterio encarna al protagonista y Julieta Serrano, a su último amor
  • Alterio y Serrano dan una leccion de oficio teatral
  • Los sonidos y las imágenes arropan eficazmente la trama

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Héctor Alterio y Julieta Serrano forman una magnífica pareja
Héctor Alterio y Julieta Serrano forman una magnífica pareja.

La escultura funeraria de los esposos etruscos del museo romano de Villa Giulia proyectada sobre el ondulante telón es la primera imágen de este montaje teatral dirigido por José Carlos Plaza y basado en la adaptación que Juan Pablos Heras ha hecho de la novela 'La sonrisa etrusca' de José Luis Sampedro.

Como dice el protagonista de esta historia, Bruno, el anciano campesino calabrés enfermo de cáncer de estómago, esa sonrisa gemela en dos difuntos choca y no es la recatada sonrisa ascética de los santos sino una sonrisa plena, con la boca abierta. Como la que Héctor Alterio y Julieta Serrano dibujarán en la cara de sus personajes, Bruno, y su último e inesperado amor, Hortensia, en las siguientes escenas. Sonrisa, casi risa, verdadera y contagiosa.

Es lo que pudo comprobar este jueves, el publico asistente al ensayo general que precede al estreno, este viernes,  en Madrid.  La sonrisa etrusca estará en cartel hasta el 24 de abril, en el Teatro Bellas Artes, tras haber ofrecido dos funciones en Santander.

La naturalidad de dos grandes actores

A sus 83 años, Héctor Alterio parece haber nacido para ser el Bruno inventado por Sampedro; algo evidente desde los primeros segundos de la obra. En cuanto a Julieta Serrano,  que encarna a Hortensia, el último amor que el anciano encontrará en Milán, no será ya posible imaginar a partir de ahora a esa encantadora mujer mayor, sin su rostro. La actuación de ambos justifica por sí sola esta adaptación escénica.

"Me dicen que salgo demasiado sencilla, ¿tu que crees? Al fin y al cabo, Hortensia fue peinadora y debía preocuparse por su aspecto" preguntaba este jueves Julieta Serrano, a la salida del Teatro Bellas Artes a una amiga. Esta le tranquizaba diciéndole que salía guapísima pero lo cierto es que nadie se había fijado demasiado en el discreto atuendo de Hortensia. Sí, en lo cómoda que veía a la actriz en este personaje, y en la naturalidad y el encanto -nunca exagerado- de su flirteo con Alterio. O en la hermosa pareja que forman en esta producción.

Viajar en coche en un escenario

Lo de la sonrisa no propia de santos, lo dice Bruno (Héctor Alterio) a su hijo Renato (Nacho Castro), durante el viaje en coche hacia Milán, la ciudad donde las peras ni casi nada  tienen sabor, en opinion del viejo. Una escena de viaje que ocupa los primeros capítulos del libro y que Plaza pidió expresamente que se conservara en la obra teatral. E hizo bien porque en ella se dicen algunas de las cosas más importantes de la novela y se dibuja casi todo lo que ocurrirá. Y porque nos muestra, al padre y al hijo solos, sin la presencia de la calculadora y controladora nuera,  Andrea (Olga Rodriguez). Vemos aqui ya la relación de afecto y fastidio al mismo tiempo, que se da entre este padre y este hijo, como ocurre con casi todos los padres e hijos.

El camino hacia la sensibilidad masculina

Luego vendrán otros momentos previsibles como el choque con una nuera tan perfeccionista como odiosa. E imprevisibles y mágicos: el encuentro con Brunettino,  un nieto que tiene el mismo nombre con el que le bautizaron a él (Bruno) los partisanos. Un niño de 13 meses que no puede hablar pero sí escuchar y con quien Bruno se comunica mejor que nadie. Las conversaciones con la asistenta de su hijo, Simonetta (Sonia Gómez Silva),  encarnacion de la frescura y la espontaneidad. Simonetta parece saber que, a pesar de las prisas, la vida no vale la pena, si no nos detenemos a hablar con aquel que se cruza por el camino. Las pláticas entre el viejo Bruno y la joven Simonetta son fluidas, todo lo contrario de lo que le ocurre con su hijo y aún más con la despótica nuera que le quiera alejar de su nieto.

La explosión de sentimientos

Pero el climax de esa evolución del personaje de Bruno, en contacto con su nueva vida en Milán, viene de la mano del encuentro con una peinadora jubilada (Julieta Serrano), tras un encuentro casual durante una visita a un museo, mientras empuja el cochecito de su nieto Brunettino. No se trata de un climax sino de varios climax sucesivos; todos los que tienen lugar en las escenas que comparten estos dos veteranos actores.

Ahí esta, en esta versión teatral, la inmensa ternura que han encontrado José Carlos Plaza y Juan Pablo Heras, en esta historia creada hace más de 20 años por José Luis Sampedro. Pero no sólo la ternura sino muchas otras lecciones de vida. Como por ejemplo, el hecho de que cuando dos ancianos viven una historia de amor, la pueden vivir con mayor libertad y sinceridad que en ningún otro momento de la vida. Estos dos ancianos ya nada tienen que demostrar. Si quieren un beso, no esperan a que se lo den, lo piden con descaro, ríen continuamente, y deciden casarse como si se compraran un par de zapatos. Algo que, por cierto tambíen hacen para que Brunettino luzca como un señor.

Cuando Héctor Alterio y Julieta Serrano coinciden sobre el escenario, el espectador se olvida de que hay dos actores interpretando. Vemos, como a través de una mirilla, a un sencillo hombre de pueblo de firmes convicciones, uno de esos viejos gruñones que acaban cayendo tan bien y una señora mayor, sencilla y digna, que habla como todas, a cada rato, de su pasado pero a la que le brillan los ojos, cuando ríe a carcajadas con su nuevo amor. Vemos su aventura fresca y auténtica, ante nuestros ojos y pensamos que asistimos a unos de esos raros episodios mágicos que el cine o el teatro brindan muy de cuando en cuando.

Sutiles imágenes del recuerdo

Narrar esa evolución del protagonista en la que va despertándose su sensibilidad, su ternura, en definitiva, como dice José Carlos Plaza, su "profundísima humanidad" que lo hacen tan cercano al espectador hubiera sidio muy difícil sin el apoyo de la música y  los sonidos pregrabados (Maríano Díaz) las proyecciones (Rocío Westendorp) o la actuación de Israel Frías (Bruno) y otros actores que dan vida al pasado de Bruno. Por una razón muy sencilla: los recuerdos del viejo partisano Bruno están presentes constantemente en la novela original.

En las situaciones que va viviendo Bruno en el presente milanés se van entremezclando sus pensamientos (pregrabados) y el recuerdo de su pasado como partisano, en una accion paralela, encarnada por Israel Frías junto a Cristina Arranz, que da vida a Dunka, una amante yugoslava a quien Bruno nunca podría olvidar. Las intervenciones son breves, muy gráficas y eficaces; como destellos atormentados del pasado que surgen de pronto en la cabeza de Bruno.

Pero el pasado no sólo revive con el trabajo de esos dos actores. Las imágenes proyectadas sobre el sobrio escenario (el apartamento burgués de Renato y Andrea) nos devuelven algunos de los elementos más poderosos de la memoria: el pueblo de Calabria, la naturaleza, la guerra...Además de esa función, las imágenes, a veces descritivas, otras metafóricas, envuelven el escenario y a los actores, marcan un ritmo a cada escena, van coloreando la narración y quizá lo más importante, son tan sutiles y han sido elegidas con tanta delicadeza, que no nos desvían nunca de la acción.