El Muro de Waters inunda el Palacio de los Deportes de Madrid
- Una pantalla circular mostraba fotografías de soldados y víctimas de guerras
- Las primera foto, un homenaje a su padre caído en la II Guerra Mundial
- Interpretó las 26 canciones que conforman el album en el mismo orden
Roger Waters levantó anoche en Madrid el rompecabezas sonoro bautizado como The Wall, una ópera rock de dimensiones cósmicas que rememora el espíritu del álbum conceptual de Pink Floyd, cuyo fundador es ahora responsable deun espectáculo que cuenta con la más alta tecnología como aliada.
Waters comenzó su actuación con In the Flesh, el primer corte de The Wall (1979), un disco que interpretó en el mismo orden que presenta la edición original de un trabajo compuesto por 26 canciones.
El mensaje antibelicista de este álbum, el más vendido de la década de los setenta, no puede estar de mayor actualidad, y por esa razón canciones como The Thin Ice nunca pasarán de moda.
La pantalla circular situada en el centro del escenario mostraba las fotografías de soldados, víctimas y activistas fallecidos en Iraq, Palestina o Irán. El retrato del padre de Waters, caído en la Segunda Guerra Mundial, fue el primero de una larga lista de homenajeados.
Tras la ejecución de la primera parte de Another Brick in the Wall, los 15.000 espectadores que abarrotaron el recinto fueron sorprendidos por la presencia de una gigantesca marioneta -un profesor con un bastón- que caminaba al ritmo de The Happiest Days of Our Lives.
Interpretó el conocido himno de Pink Floyd con 15 niños
La segunda parte de Another Brick in the Wall motivó la entrada de un grupo de quince niños que interpretó la composición más célebre del repertorio de Pink Floyd, dueño de un himno que puso en tela de juicio al sistema educativo inglés.
Tras saludar en castellano al público madrileño, Waters recordó que muchos de los allí presentes no habían nacido cuando se publicó esta obra maestra del rock sinfónico.
Sin apenas efectos especiales y con la guitarra acústica llegó la versión más íntima del espectáculo dirigido por el músico británico, quien logró emocionar al público con Mother.
Pero con Goodbye Blue Sky comenzó de nuevo a tomar más fuerza el aspecto visual sobre el sonoro, un giro que se debe al protagonismo de las imágenes proyectadas, que exhibían una lluvia de símbolos religiosos -cruces, medias lunas y estrellas de David- que caían como proyectiles lanzados por un bombardero B-52.
Cada canción marcaba una evolución en la construcción de un muro con más de 70 metros largo y diez de ancho. La cabeza de Waters se asomaba por un pequeño hueco en la pared en "Good by cruel world", un recurso que aprovechó para dar por cerrada la primera parte del concierto.
Tras un descanso de 25 minutos se reanudó la colosal puesta en escena de The Wall, que arrancó con Hey you y prosiguió con Is there anybody out here y Nobody hom", que sirvió a Waters para abrir un pequeño salón con sofá y televisión en el muro.
Mucho más apoteósico resultó el solo de guitarra final de Comfortably Numb y la dramatización de Waters en In the flesh, donde se disfraza y ejerce su papel de dictador fascista con metralleta incluida.
Un cerdo volador teledirigido flotaba a sus anchas por el Palacio de los Deportes, que disfrutaba de una nueva muestra del universo Pink Floyd, capaz de tener una mascota con tanta personalidad como esta.
Stop y The Trial sentenciaron al muro, que cayó con los gritos al unísono del Palacio de los Deportes, sumergidos aún en la película de animación que muestra el desfile del ejército de martillos, obra del artista londinense Gerald Scarfe.
El bajista, vocalista y compositor de Pink Floyd se despidió de sus seguidores con Outside The Wall.
Waters repetirá este sábado su actuación en este mismo escenario, una cita para la que está todo el papel vendido. El artista británico llevará el martes y el miércoles -única fecha con entradas disponibles- su montaje al Palau Sant Jordi de Barcelona, donde ofrecerá dos conciertos que pondrán fin a la gira española de The Wall.