Haydn y Mozart entre las rejas de Soto del Real
- Ha actuado Bandart, integrado por músicos de las mejores orquestas mundiales
- El Gran Wyoming y Sergio Pazos han presentado el concierto
- Más de 200 presos han seguido el concierto organizado por el Teatro Real
Cuando la noche de este jueves los asistentes al Auditorio Nacional escuchen a Haydn y Mozart no imaginarán lo que hoy por la mañana estaba haciendo, a 43 kilómetros de Madrid, esa misma orquesta Bandart que ahora toca ante ellos, música para príncipes.
Matiné en Soto del Real
Pocos después de las diez y media, los músicos de Bandart han bajado del autobús todos sus instrumentos, incluidos varios pesados timbales barrocos. Al llegar al salón de actos, algunos reclusos ya ocupaban las primeras filas; no querían perderse el ensayo del concierto.
Uno de los primeros es Miguel, tiene 35 años, cara de buen chico, y una camiseta amarilla sin mangas que deja ver un dragón tatuado en el brazo. Estudia psicología (“la cárcel es un buen lugar para observar conductas”) y dirige un taller de teatro. Lleva en prisión cinco años por diversos robos y aún le quedan otros cinco, aunque a partir de pocos días, entrará en el régimen abierto. Habla de la cárcel como una oportunidad para haber podido enmendar su vida tras verse envuelto en problemas por una antigua adicción a las drogas. “Lo que hago ahora es un reflejo de lo que podría hacer fuera”
No hay duda de que está interesado en el espectáculo que se prepara. Pero ¿y los demás? ¿No habrá quien piense que qué se les ha perdido en un concierto de música clásica? “Conciertos como éste -que el Teatro Real lleva años organizando dentro de su Proyecto Social desde 2008 - tienen buena respuesta” nos dice Miguel y añade: “los presos encontramos sensaciones, sensibilidades…Solamente ver como se coloca la orquesta es ya un espectáculo”.
Van pasando los minutos y mientras los músicos siguen ensayando en el escenario, se van llenando cada vez más las filas. Van apareciendo hombres de todas las edades aunque predominan los jóvenes. Entre ellos, la mayoría viste ropa deportiva y muchos lucen físico de gimnasio. Son excepción quienes no llevan tatuajes. Hay también muchos negros, dominicanos, mestizos. Pronto, comienzan a llegar las mujeres, son menos pero alborotan más. Se nota que se han preparado para la ocasión. Todas llevan prendas muy ajustadas y tacones altos. La mayoría son dominicanas.
Faltan sólo cinco minutos para el comienzo del concierto. El salón está repleto e incluso se han habilitado unas pequeñas gradas a un lado del escenario, ocupadas por reclusos caribeños.
La isla deshabitada
El Gran Wyoming y Sergio Pazos aparecen para presentar el concierto. Todos les conocen y corean sus bromas. Con su peculiar sentido del humor, explica Wyoming qué es la música clásica y les comunica que antes de entrar ya le han dicho que todos están allí “por un error”. Entre risas, los cómicos, con ayuda del violinista tinerfeño, David Ballesteros (miembro de la London Symphony Orchestra) explican la primera obra del concierto. Se trata de la obertura de L’isola disabitata de Haydn, un título propicio para un presidio; una música que habla de piratas y mujeres abandonadas en una isla. Por las caras de los reclusos, la historia les trae quizás algún recuerdo del pasado.
Como ha aventurado Miguel, los rostros de los hombres y mujeres que ocupan la sala parecen indicar interés. También el silencio. Después de Haydn llegará Mozart del que se han elegido pasajes que permiten escuchar el juego de la orquesta con la flauta, la viola y el violín. Las reclusas de la primera fila se mueven como si bailaran en sus asientos en los movimientos rápidos y se enternecen (“pueden coger la mano del compañero” recomienda Sergio Pazos) en los lentos.
Algunos rostros se muestran inexpresivos. Alguno disfruta de la música con los ojos cerrados.
Una orquesta distinta y solidaria
Aunque la orquesta independiente Bandart tiene como líder a Gordan Nikolic, concertino de la London Symphony Orchestra, presente también este miércoles en Madrid, nadie dirige durante sus actuaciones. Sus miembros que viven en distintas ciudades de Europa, donde forman parte de orquestas importantes, se reúnen sólo para conciertos como éste que ofrecieron este miércoles en la prisión de Soto del Real y que repetirán por la noche, con el mismo programa en el Auditorio Nacional.
Sólo cobrarán por el concierto nocturno, el de la mañana lo consideran una contribución gratuita para llevar la música hasta donde más hace falta. “No tocaremos igual esta noche, después de haber actuado aquí, llevamos una experiencia enriquecedora dentro” dice el violinista David Ballesteros. Y lo confirma, la flautista Julia Gállego: “hemos notado como los presos nos prestaban atención y nosotros, a su vez, también nos fijábamos más en ellos que en un público habitual. Ha sido un intercambio enriquecedor” y va más allá: “con este público te sientes como en casa”
Pasada la una de la tarde, recogidos los aplausos y los bártulos, y tras cerrarse varios puertas a sus espaldas, la comitiva de músicos sube al autobús. Todos parecen contentos dentro y fuera. Hasta el gato de ojos amarillos (obra de un recluso) que descansa en el césped, ante la entrada de la cárcel, parece sonreír feliz. Y eso que sólo ha visto pasar a los músicos.