La gran boda real del siglo XX
- El príncipe entre el príncipe Carlos y Lady Di revolucionó a los británicos
- Más de 750 millones de personas siguieron la boda por televisión
- La boda de William y Kate no tendrá el mismo esplendor
- La sociedad y la monarquía han cambiado desde aquel 29 de julio de 1981
El encargo no me cogió por sorpresa. Yo ya había sido corresponsal en Londres dos veces y había retransmitido una boda real, la de Fabiola de Aragón con el rey Balduino de Bélgica. Sin miedo, aunque consciente de la enorme responsabilidad que suponía, acepté tranmitir la boda de Carlos de Inglaterra y Diana Spencer, la que sería, como pude comprobar con mis propios ojos, la gran boda real del siglo XX.
No tuvo nada que ver con la de los reyes belgas, en 1960, aunque ese fuera un enlace de mayor importancia histórica que el británico. Entonces era en blanco y negro, no solo porque el color no había llegado a los televisores, sino también por su solemnida. Y no logró el mismo impacto mediático.
El 29 de julio de 1981, unas 3.500 personas se congregaron en la catedral de San Pablo, un escenario perfecto, enorme, espectacular, muy luminoso si lo comparamos con la sombría Canterbury, por ejemplo. La Catedral de San Pablo con sus 158 metros de longitud de crucero, que pretende emular y competir con la de San Pedro del Vaticano, lució de veras ante el mundo en la transmisión de aquella boda.
El recorrido por el inmenso crucero de la catedral fue algo grandioso y muy emocionante incluso para mí, muy bregado ya tras 30 años de profesión a las espaldas.
La rigidez de la ceremonia, plagada de normas, con una liturgia complicada y oficiada por más de 25 clérigos, contagió nuestra narración, que, por mi parte, y a mi juicio, fue demasiado rígida y solemne, cuando en realidad lo más importante era la imagen, que hablaba por sí misma.
Hace treinta años, el día de la boda del siglo, una compañera de TVE y yo, permanecimos por más de tres horas en una pequeña cabina cerrada, rodeados de pantallas, entre guiones y documentación, y recibiendo en auriculares las órdenes del equipo de realización, y la voz de un apuntador inglés que nos chivaba los datos -nombres de calles y personalidades- en lo que se llama sonido guía. Mi colega femenina aportaba, en sus comentarios, los indispensables conocimientos de moda y sociedad. Fue una transmisión “a dúo” en la que arrastramos un pequeño handicap, sobre todo porque no siempre nos compenetramos a la perfección.
La figura de Diana
Ahora me pregunto qué tuvo esa boda que no han tenido otras para ser considerada como la boda real del siglo XX y la verdad es que hay muchas razones: el príncipe heredero se casaba con una joven que pese a pertenecer a una familia aristocrática británica, no era de sangre real. Y eso, aunque no era la primera vez que sucedía en la historia de la monarquía, todavía era noticia. Aquella mañana de julio, llegaba el final feliz de un cuento de hadas que apasionó al mundo entero. Tenía lugar en la capital mundial de moda. Los preparativos de la ceremonia llevaban meses inundando los medios del mundo. Era una boda que tenía algo de revolucionaria, en el país de las tradiciones consagradas, rodeada de un ambiente mítico.
“Diana emocionó a la gente por su naturalidad y su ternura“
Y luego, fue el propio esplendor del enlace en una ciudad bellísima, con el morbo añadido que representaba poder entrever algún gesto contrariado en los rostros de la realeza y de la aristocracia conservadora, en contraste con la alegría desbordada que captaron las cámaras en un día luminoso.
Diana Spencer escapaba a cualquier clasificación por relevancia social. Era algo más que una sencilla joven de la nobleza sin historia previa. Había resultado ser una princesa por sí misma. La princesa del pueblo. La recuerdo como una persona enormemente carismática, de inocente naturalidad. En sus primeros planos de aquel día, destacaban unos ojos que irradiaban ternura. Emocionó a la gente. A sus 20 años, Diana ya dejaba entrever, sin embargo, una especie de patética firmeza.
La boda de William y Kate no será lo mismo
Lo siento, pero creo que la boda de William y Kate no será lo mismo. Aunque también haya creado una gran expectación, lo que veremos el próximo 29 de abril será difícil que se asemeje a aquel 29 de julio de 1981, en el que acompañó hasta la meteorología. Además, en tiempos de crisis y debido a los propios cambios que ha sufrido la Casa Real británica, ésta deberá ser una boda que ni siquiera sugiera derroche económico.
Y así parece que lo han considerado, a juzgar por la elección de la abadía de Westminster para el enlace. Un templo más bello si cabe, aunque menos grandioso que la Catedral de San Pablo. El recorrido de la comitiva ceremonial, no llega a los 5 kilómetros que recorrieron los ya esposos Lady Di y el príncipe Carlos, hasta el Palacio de Buckhingham. Aún así, los ingleses son grandes expertos en pageantry, ceremonias y desfiles, y seguro que también les queda muy lucido.
“Los ingleses son ahora más fríos y críticos con su monarquía“
Y esta boda tampoco será lo mismo que la de los príncipes de Gales porque en 30 años la visión que tienen los británicos de su monarquía ha cambiado mucho.
Muchos de los que aclamaron fervorosamente a Diana y a Carlos, ya no estarán en las calles; la popularidad de los Windsor ha descendido, y ahora, los ingleses son más críticos y fríos con su realeza. La monarquía británica como símbolo ha perdido fuerza. Sus representantes ya son menos reverenciados, y pasado a formar parte del extenso círculo de personajes populares, con lo que ya no no se les dedica una actitud popular ni tan respetuosa, ni tan reverencial como hace treinta años.
Un espectador de excepción
Otra interesante diferencia que apreciaremos el próximo 29 de abril en el enlace entre William y Kate será la presencia de la Casa Real española, que no estuvo presente en el enlace de 1981, a causa del conflicto histórico de Gibraltar. Los Reyes de España fueron los únicos soberanos reinantes de Europa que no asistieron a la ceremonia de Londres.
“Es un espectáculo para ver en pantalla grande y alta definición“
La decisión de los novios de hacer escala en el disputado peñón durante su luna de miel, motivó que el jefe del Estado español, don Juan Carlos I, no asistiera al enlace, ni tampoco nadie de su familia en una decisión que fue muy popular y tuvo una buena acogida entre los españoles.
El 29 de abril veré la retransmisión que hagan mis compañeros, con gran ilusión y mucha curiosidad. Espero, eso sí, que resulte más amena, y menos solemne que la que yo hice hace treinta años. Y aunque sea la era de Internet, espero verla también en televisión, porque va a ser, con seguridad, un soberbio espectáculo de los que deben contemplarse en pantalla grande y alta definición para no perderse nada.