Juan Pedro Domecq: un vanguardista incomprendido
- Fue el primero en renovar e informatizar la ganadería
- No vistió el traje de luces pero solía torear vacas en su casa
- Su refugio más íntimo fue la poesía
Siempre miró más allá de su tiempo porque a Juan Pedro Domecq le inquietaba más el futuro que el presente. Había una razón, conocía el pasado. Hijo y nieto de grandes alquimistas de la bravura, el primer “juampedro”, desde que se puso al frente de la ganadería en 1978 trabajó para criar y crear un toro que facilitara el éxito de los toreros.
Renovador de la ganadería
Su famosa definición del toro artista le acarreó muchas críticas porque se entendió que ese era un animal que se acercaba a la domesticación. No era esa su intención. Sólo pretendía hacer entender que la labor de cada ganadero tiene mucho de creación personal y por tanto de arte al ser la transmisión de un sentimiento.
Fue de los primeros criadores en informatizar la ganadería y crear una gran videoteca donde se recogían todas las reses de la vacada desde su nacimiento hasta su muerte. Además, fue generoso porque esa fuente estaba al servicio de aquellos que se lo pidieran. De ahí que las numerosas divisas que tienen su origen en el de Juan Pedro Domecq bebieron de sus conocimientos almacenados en el alma y en la vanguardia.
Ganadero poeta
Hombre culto, escritor de prosa tenía su refugio más íntimo en la poesía. Fue presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia durante diez años y durante su prolongado mandato dejó la huella de su gran personalidad. Como todos aquellos que tienen una marcada personalidad recibió críticas que admitía como pocos, aunque estaba convencido que el camino tomado era el correcto porque el toro del siglo XIX no tenía cabida en una Tauromaquia del siglo XXI.
Nunca vistió de luces, pero hasta hace pocos años tenía la costumbre de torear muchas de las vacas de su casa en los tentaderos. Decía que eso le enriquecía más a la hora de tomar las decisiones. La vida no le sonrió últimamente, sobre todo a raíz de la muerte de uno de sus hijos tras una prolongada agonía. Las canas le brotaron impetuosas como huella visible de ese dolor. Ayer, lidió en Zaragoza con el otro hierro de la casa, el de Parladé que lleva su primogénito del mismo nombre. Él deberá de prolongar la herencia que le dejó su padre o lo que es lo mismo lograr que como El Cid Juan Pedro Domecq Solís gane la última batalla después de muerto.
Federico Arnás
Dtor. Tendido Cero