Los psicólogos advierten de que los japoneses podrían sufrir traumas por la catástrofe
Si algo ha sorprendido más que la propia catástrofe que vivió Japón el 11 de marzo con el terremoto más fuerte de su historia y el posterior tsunami ha sido la manera en la que los japoneses lo han vivido, con aparente calma y tranquilidad. Sin embargo, detrás de esa serenidad, podría haber muchos traumas, según los psicológos.
Imágenes de serenidad, de resignación, de gentes que no han derramado apenas ni una lágrima a pesar de haberlo perdido todo en algunos casos han dado la vuelta al mundo tanto o más como las de la destrucción acaecida por el terremoto y el tsunami, y las de la central nuclear de Fukushima.
Esta manera de vivir y sobre llevar la catástrofe ha suscitado una enorme admiración en otros países. Sin embargo, los psicólogos advierten de "esta aparente calma podría esconder numorosos traumas".
"Debo controlarme"
"He perdido a mi padre, a mi perro, mi coche, mi dinero. He perdido todo, pero todo el mundo está en la misma situación. Si yo lloro, todo el mundo se pondrá también a llorar, así que debo controlarme", cuenta Kenichi Endo, de 45 años, refugidado en un centro de acogida de Onagawa (noreste) cerrando los ojos y apretando los puños.
Cuando ya han pasado cinco semanas de la catástrofe que se ha cobrado la vida de cerca de 14.000 personas, unas 200.000 personas evacuadas continúan viviendo en centros de acogida provisionales como colegios, compartiendo un espacio reducido con decenas o cientos de otros supervivientes. Y lo que les queda aún por vivir.
Según el jefe del Gabinete del Gobierno japonés, Yukio Edano, a los habitantes de la zona próxima a la central nuclear de Fukushima, podrían tardar aún seis meses como pronto en volver a sus casas. Este anuncio llega justo un día después de que Tepco, la operadora de la planta, asegurara que le costará de seis a nueve meses hacerse con el control de Fukushima.
A pesar de la adversidad, los japoneses continúan controlando sus emociones, que solo salen a la luz en algunos momentos inesperados. Por ejemplo, un refugiado deja escapar una lágrima durante la comida, escuchando música o dirmiendo.
"Lo único que quiero es tener un espacio privado", señala Ken Hiraaki. "Por la noche, escucho a personas gemir, pero también a veces me despierto porque soy yo el que gime", añade Hiraaki.
Riesgo de depresión
La reticencia de numerosos supervivientes a compartir su tristeza inquieta a los doctores, porque este bloqueo de las emociones conlleva el riesgo de depresión.
"Si no reciben apoyo psicológico apropiado, podrían sufrir estrés post-traumático" advierte Ritsuko Nishimae, psicólogo de Médicos sin Fronteras en Minamisariku, en el corazón de una zona devastada.
Durante mucho tiempo ignorada en Japón, la depresión se ha tratado de una manera sistemática a partir del año 2000 en las grandes ciudades, donde 900.000 pacientes son tratados cada año de esto que se llama púdicamente "la enfermedad del corazón".
Pero en las zonas rurales devastadas, sigue siendo un tema tabú. "Cuando dices 'psiquiatría' la gente se avergüenza. Por eso en vez de presentarme como psicólogo, digo que soy doctor", explica Naoki Hayashi, que presta su apoyo a los evacuados de Rikuzentakata.
En el centro de Onagawa, pocos refugiados han tratado con profesionales sanitarios, quienes han construido una sala de consultas parecida a una cafetería de las más clásicas para ponerla al gusto de los pacientes.
"A los japoneses no les gusta hablar de ellos mismos y de sus problemas a gente que no conocen. Yo prefiero confesarme ante mis amigos o mi familia", resalta Keiko Katsumata, de 57 años.
"Un doctor no resolverá mis probemas. Yo con experiencia en la guerra, conozco otros", afirma Toshiko Sawamura, de 77 años, y añade que las nuevas generaciones son "más débiles".