María Isbert, la actriz que no necesitaba actuar
- Estuvo 80 años sobre el escenario y filmó 250 películas
- Debutó a los ocho años y compaginó teatro, cine y televisión
- En 2008 fue nombrada académica de honor por la Academia de Cine
La última fecha que recogen las biografías oficiales de María Isbert fue 2008; aquel año la Academia de Cine la convirtió en académica de honor. Entonces declaró: “He sido siempre feliz en el teatro y, ahora que soy vieja, lo echo de menos. Por eso leo en voz alta y me aplaudo a mi misma”. Tenía entonces 91 años, de los que ochenta los había pasado sobre el escenario, 250 películas en su curriculum, y siete hijos, cinco nietos y algunos bisnietos que la acompañaron a la Academia, aquel 10 de noviembre de 2008.
Hija del mítico cómico Pepe Isbert, y madre de actores (Tony y Carlos), se sentía muy orgullosa de poseer una familia artística (su otro hijo José escribió para ella la obra Casa de locos) y de pertenecer a una casta, la de los comediantes, a quienes les gusta “ decir la verdad, siempre”, según sus propias palabras.
Debut a los ocho años
Y bien que lo sabía porque María Isbert, nacida en 21 de abril de 1917, debutó a los ocho años, junto a su padre, en la obra Nuestra Natacha de Alejandro Casona. Su primera película: La vida empieza a medianoche de Juan de Orduña, en 1944. A partir de entonces el listado de obras y películas produce vértigo: aparecerá en películas como Un hombre de negocios de Luis Lucía (1945), Recluta con niño de Pedro L. Ramirez (1955), Viridiana de Luis Buñuel (1961) o La gran familia, de Fernando Palacios, en 1962.
A principios de los años cincuenta, se casó con el profesor de idiomas húngaro Antonio Spitzer lo que la apartó de los escenarios, pero el fallecimiento de su esposo en 1968, la devolvió al teatro.
Cine y teatro
En su regreso a los escenarios, trabajó por ejemplo en la obra de Alfonso Paso ¡Cómo está el servicio! (1968), dentro de la compañía de Florinda Chico o en Milagro de Londres, estrenada en Barcelona en 1973. Lo mío es de nacimiento, Los chaqueteros, Un espíritu burlón, o El cianuro solo o con leche fueron otros de sus éxitos teatrales.
Podemos también recorrer su vida a través de todos las declaraciones sinceras de esta gran mujer y cómica que conquistó al público con su chispa y una naturalidad a prueba de guiones. Declaraciones convertidas en titulares como éstos: “Ser actriz me ha venido de Dios” (2004), “la verdad del actor se encuentra sobre las tablas del teatro” (1998) o este de 1996 que no llegó a realizarse: “Puedo quedarme muerta en el escenario si sigo trabajando tanto”. Pero sin duda, su declaración sobre su oficio teatral más auténtica y que repitió toda su vida fue la que mejor resume su carrera: “Para ser buena actriz, lo mejor es no actuar”.