Los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal: ¿agua o gasolina para la crisis del euro?
- Los tres programas de ayuda financiera se han puesto en marcha en un año
- Los préstamos a Grecia y los recortes no han frenado la crisis económica
Justo al cumplir un año, el rescate financiero diseñado por la UE y el FMI para auxiliar a Grecia ha sido puesto en solfa por los mercados, que han renovado su presión sobre la deuda soberana del país al poner en duda el cumplimiento de su reducción del déficit y la deuda.
Los constantes rumores sobre que la restructuración de la deuda del país es inevitable –sugeridos en ocasiones desde dentro de la propia Unión Europea- han atizado esas arremetidas, ya que una reestructuración implicaría que los tenedores de esa deuda tendrían que aceptar al vencer los títulos un cobro menor del esperado o verlo diferido en el tiempo.
Desde otros flancos más sociales, las críticas cuestionan la utilidad de unas medidas que -en contra de lo necesario en estos momentos de crisis- han estrangulado aún más una ya anémica actividad económica helena. Así, argumentan, han hundido al país en un círculo vicioso difícil de romper, ya que no puede generar sus propios recursos para pagar unas deudas que, de esa forma, no dejan de acumularse y crecer.
... y Portugal llama a la puerta
Esos ataques han puesto en duda el mecanismo del rescate, la eficiencia de esa ayuda financiera de sus socios del euro y el Fondo Monetario Internacional y de la contraprestación que estos prestatarios exigen en forma de ajustes, recortes y reformas en sus economías (Ver tabla comparativa).
Y esas dudas han llegado justo en el momento que un tercer país, Portugal, se ha visto abocado a pedir la asistencia externa, después del caso griego y de Irlanda, que solicitó la ayuda en noviembre pasado.
La ofensiva de los mercados financieros contra Grecia ha hecho casi imposible que Atenas pueda cumplir su objetivo de volver en 2012 a esos mismos mercados, es decir, que pueda financiarse de nuevo de forma sostenible con lo obtenido al colocar sus títulos de deuda entre los inversores.
La clave de esa frustración está en las rentabilidades que se está viendo obligada a pagar por sus títulos de deuda, que se gravan en el mercado secundario –donde las entidades financieras compran y venden los bonos, obligaciones y letras emitidos en primer lugar por los Estados- con más de un 15% de interés, a más de 1.290 puntos básicos de distancia de los que paga la deuda alemana.
Irlanda y Portugal –los otros dos países que han solicitado el rescate- también han sufrido las dudas de los mercados.
Las condiciones de esos rescates son distintas a las de Grecia (Ver tabla comparativa). Para empezar, el recibido por Atenas fue una ayuda preparada ad-hoc, elaborada sobre la marcha y con urgencia ante el estallido de la crisis de deuda griega en marzo y abril de 2010.
Sin embargo, los de Irlanda y Portugal se inscriben dentro del llamado Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, un instrumento disponible para cualquier país y formado por dos patas: un fondo de 60.000 millones de euros nutrido por el presupuesto común de la UE que gestiona la Comisión Europea y otro fondo de 440.000 millones de euros formado por las garantías bilaterales de los países miembros de la Eurozona. A ellos se añaden 250.000 millones aportados por el FMI a través de sus propias facilidades de crédito.
La lección griega, sin aprender
En un principio -y debido a las reticencias de países como Alemania, Holanda o Austria a ayudar a unos miembros que consideraban díscolos en el cumplimiento de la estabilidad presupuestaria-, se impusieron unos elevados tipos de interés a los préstamos y un corto período de devolución para los mismos.
Se buscaba que fueran una especie de penitencia y un aviso a navegantes para que otros países no vieran en el rescate una salida fácil para cuadrar sus cuentas.
Pero las dificultades encadenadas a las que se ha enfrentado Grecia han ido convenciendo a la Zona euro y el FMI de la necesidad de suavizar esas condiciones si se quería que la ayuda sirviera para su objetivo inicial: ayudar a Grecia a retomar el equilibrio presupuestario y, así, contribuir a la estabilidad de la propia Eurozona.
Por eso, en marzo pasado, la UE rebajó el interés impuesto en la devolución de sus préstamos desde un 5,2% a un 4,2%, y alargó el período de devolución desde los tres años iniciales hasta siete años y medio. Ahora, tras el agravamiento de la situación griega, no se descartan nuevas modificaciones tanto por parte europea como del FMI. Incluso se empieza a reconocer ya la posibilidad de que se apruebe una ampliación del rescate.
Pero no parece haberse aprendido la lección de esa experiencia griega. Los intereses impuestos a Irlanda en noviembre (5,8%) superaron a los marcados a Atenas. Dublín ya ha conseguido que se revisen a la baja, aunque el acuerdo aún no está cerrado.
Y, mientras tanto, para Lisboa ya se estudia fijar unos tipos también superiores a los griegos, ya que estarán entre un 5,5% y un 6%, según ha adelantado la Comisión Europea.