Enlaces accesibilidad

Las experiencias de organización local alimentan la esperanza en la reconstrucción de Haití

  • Visitamos el campo de desplazados de La Pis, en Puerto Príncipe
  • Cruz Roja atiende aquí a 30.000 personas
  • Canciones y teatro para prevenir el cólera

Ver también:Ver también: Especial No te olvides de Haití

Por
El reto de reconstruir Haití tras la tragedia

Es fácil imaginar un campo de desplazados. Solo hay que pensar en un conjunto abigarrado de tiendas o chabolas, preferiblemente en un país del llamado Tercer Mundo. Dicha imagen se cosifica, se transforma en un objeto, y permite al periodista disponer de un plano socorrido para hablar de refugiados o de conflictos.

Recorriendo las "calles" del campo de La Pis (kryol para La Pista, ya que los terrenos en los que se asienta pertenecen al aeropuerto de Puerto Príncipe), hablando con su gente, probando su comida, hemos podido deconstruir esa imagen y acercarnos a las personas que viven aquí. En La Pis se alojan 50.000 personas que perdieron su vivienda con el terremoto de 2010. Muchas vivían justo enfrente.

Cruz Roja Española (CRE) gestiona parte del campo y ayuda a 15.000 personas. Trabaja en los sectores de agua, saneamiento, higiene y preparación para desastres. Pero lo interesante es cómo lo hacen.

Organización local

La parte del campo que visitamos, Pis Haut (alto), está dividida en nueve zonas, cada una con un comité y a su frente un presidente que actúa como representante comunitario y enlace con CR. Cada presidente (ojo, también hemos conocido a una presidenta, Isana) representa a más de 1.000 personas.

Todos bajo la coordinación de Brunarche Jude, un joven que, en el momento del seísmo, estudiaba para contable en la Universidad. Brunarche nos acompaña y nos presenta a los presidentes, que proclaman orgullosos su título y número de sector. Uno de ellos, Jean Louis, tiene 73 años. Es uno de los mayores a los que los técnicos han recurrido para, sobre sus recuerdos y los de otros muchos, elaborar una "historia" del terreno y prever catástrofes.

Porque las catástrofes, aunque no de la magnitud del terremoto, ocurren. La Pis se extiende junto a un barranco por el que corre una escasa corriente de agua (Ronald, uno de los operativos locales de la CR, se ríe con ganas cuando le pregunto si es un río). Llevamos dos días aquí pero ya nos hemos acostumbrado a ver esta especie de ramblas cubiertas de basura y a los animales "pastando" en ellas: cabras, cerdos y vacas.

Ahora en la temporada de lluvias, las tormentas pueden llegar a anegarlas e incluso desbordarlas: fuimos testigos el lunes en Carrefour, uno de los suburbios de Puerto Príncipe, cuando llegamos a temer que arrastrara nuestro coche. El problema añadido en La Pis es que las márgenes se desploman de tanto en tanto, y el barranco le gana terreno al campamento. Su borde está ya a escasos tres metros de algunas viviendas.

Por eso, la CR ha movilizado a los habitantes para reforzar las márgenes con piedras, y en ello están. Para planificar mejor, han dibujado mapas a mano, con un estilo naïf que parece marca de la casa en Haití.

Según explica Pablo Valero, delegado de Agua y Saneamiento de Cruz Roja, una vez acabada la "fase asistencialista" tras el terremoto, hay que trabajar con las comunidades a largo plazo. "La responsabilidad ahora tiene que ser de todos, para pasar a la reconstrucción,  al desarrollo", explica. Repasando la historia reciente de Haití, no se puede sino desear que estas experiencias de autogestión sean germinales.

El teatro del cólera

A la emergencia del terremoto de magnitud 7 sobrevino el cólera, importado a Haití por los cascos azules. Aunque continúan produciéndose brotes, y más con las lluvias, la epidemia se da por controlada.

En los campos, la higiene es mayor que en muchos lugares de la ciudad. En esta parte de La Pis hay instaladas duchas y 66 letrinas. El peligro son las personas que vienen de fuera para usar los recursos de los que carecen en sus casas (solo el 16% de las viviendas del país tiene saneamientos, según la OMS). Por eso es necesaria la concienciación, y ya que un 35% de la población de Haití es analfabeta, había que buscar alternativas.

Los voluntarios comunales de La Pis se convierten en cantantes y sus letras explican qué hacer para prevenir la enfermedad. También se transforman en actores. El público está formado en su mayoría mujeres y niños y la estrella del show es un joven que come un mango sin lavarse las manos, y tira la basura al suelo. Obviamente, los dolores del cólera hacen presa en él y es "evacuado", efecto sonoro de sirena incluido.

Mai mwlen a pwa

Los haitianos son muy celosos de su imagen. Los niños más pequeños del campo están descalzos, muchos desnudos, pero los que ya van al colegio lo hacen con sus mejores ropas, de una limpieza que haría enmudecer a cualquier vendedor de detergentes.

Un niño de unos dos años pide que le hagamos una foto con su cochecito, fabricado de un bote de plástico. Todo es "bon soir, bon soir", y después de cuatro calles (es decir, el hueco entre dos chabolas) pareciera que llevamos toda la vida hablando francés. Los refugios son de chapa ondulada (y cortante) y madera. Por la estación de lluvias se han repartido lonas plásticas para los techos. Al principio del campo hay casas prefabricadas, pensadas para discapacitados. Destacan aún más porque están pintadas de vivos colores.

Al torcer un recodo, un grupo de personas está preparando el almuerzo. El contenido de las ollas no es muy tentador, un potaje espeso y rojizo. "Mai mwlen a pwa", maíz molido y alubias. Cuando me lo ofrecen, me vienen a la cabeza las previsiones de viaje, las advertencias contra la diarrea. Pero la expectación es mucha, y no hay que defraudar: sabe a empedrado (alubias con arroz). Intento pronunciar el nombre y desencadeno una carcajada general.

¿Qué ocurrirá con La Pis? ¿Se lo comerá el barranco? ¿Arraigará el espíritu comunitario? Es difícil que 50.000 personas puedan ser realojadas en sus antiguas casas u otras nuevas. Lo mejor, nos dicen, sería que se permitiera levantar un barrio aquí, en la pista. Ya veremos.