El universo romántico de Carolina Coronado
- Se cumplen 100 años de la muerte de la poeta romántica Carolina Coronado
- La Biblioteca Nacional y el Museo del Romanticismo le rinden homenaje
- Excéntrica y singular se la llegó a denominar como la "Bécquer femenina"
En el famoso cuadro que le dedicó el pintor Federico Madrazo, expuesto en el Museo del Prado, Carolina Coronado (1820-1911), tocada con mantilla negra, esboza una media sonrisa y mira determinada hacia delante. La estampa desliza ya dos rasgos de la escritora: belleza y decisión.
Un empeño por ser autora que mostró a lo largo de su casi centenaria existencia, no exenta de sinsabores por su condición de mujer, en una época en la que las poetas eran consideradas poco menos que “trastornadas sin remedio”.
En su poema, La poetisa en el pueblo, recoge las burlas y el sentimiento de rechazo:
“¡Ya viene, mírala¡ ¿Quién?
- Esa que saca coplas.
–Jesús que mujer más rara.
–Tiene los ojos de loca (…)”.
El sentimiento amargo también aflora en sus cartas, dónde escribe, “en esta población tan vergonzosamente atrasada, fue un acontecimiento extraordinario que una mujer hiciese versos sin ‘maestro’.
Carolina, inmune al desprecio, no se achicaba y hacía frente a los que cuestionaban su creatividad con fina ironía: “Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié, sino la ciencia del pespunte, el bordado y encaje extremeño, que sin duda es tan enredoso como el código latino donde no hay un punto que no ofrezca un enredo” (sic).
La poeta olvidada
Oriunda de Almendralejo (Badajoz), hija de una familia acomodada y liberal, quedó atrapada desde la infancia por el “númen sacro y bello de la poesía”, como ella misma describió, cuando ya componía sin parar arrebatadas coplillas.
Junto a Gertrudis de Avellaneda fue la principal exponente de la poesía femenina de la segunda oleada del Romanticismo en España en el siglo XIX, aunque también escribió novela y teatro. Se la ha llegado a calificar, no sin cierta exageración propia de un periodo convulso de extremos, como “la Bécquer femenina”, aunque pertenecía a una generación anterior.
También se le ha considerado como la equivalente extremeña de Rosalía de Castro, aunque su obra se asemejaba más al Romanticismo de Beethoven, Byron y los Lakistas ingleses, que eran considerados románticos rurales.
Digna hija de su tiempo, la escritora abordaba la religión, la muerte y un incipiente feminismo en sus escritos. Sus poemas más conocidos fueron recogidos en Poesías (1843) o Poesías de la señorita Carolina Coronado (1850).
Sus aspiraciones literarias caminaron un paso más allá. Pergeñó un ensayo sobre la analogía entre Safo de Lesbos y Teresa de Ávila, ambas luchadoras sobre la libertad de la mujer. El escándalo con la extremeña estaba asegurado.
“Padecía catalepsia y 'llegó a morir en varias ocasiones'“
Fue una figura relevante en su tiempo, aunque ha llegado hasta nuestros días bajo la incómoda etiqueta de miembro del grupo de “poetas menores”.
Tal y como cuenta a RTVE.es el profesor y filólogo, Juan Senís, especialista en literatura femenina, su historia no brilla en los manuales literarios y la “apasionada Carolina” es una gran desconocida para el gran público, a pesar de que muchas de sus poesías están jalonadas con versos de "indiscutible calidad".
“Con las mujeres escritoras suele ocurrir esto con frecuencia: parece que solo hay sitio para una en un periodo, y el del XIX español lo llena con tanta fuerza Rosalía de Castro que casi no deja sitio para ninguna más. Quizás en otra situación su obra hubiera tenido otra suerte, pero eso es algo que no podemos saber”, analiza Senís.
El Museo del Romanticismo y Museo del Romanticismola Biblioteca Nacional, con una amplia muestra que engloba exposiciones, talleres literarios, y visitas teatralizadas, consagradas a la escritora. Para la ocasión, se ha creado “el carné de Carolina”, un pasaporte que el público podrá sellar para participar en las actividades, en un claro guiño a los carnés de baile decimonónicos.
La bella cataléptica
La obra de Coronado “resucita”, se cumplen 100 años de su muerte, sin dejar de lado, el análisis de una personalidad singular y apasionada, no exenta de cierto punto excéntrico.
Su animada conversación le granjéo la amistad de la reina Isabel II, y su carácter arrollador le convirtió en una de las anfitrionas más solicitadas de las tertulias de Madrid, dónde residió largos años, siendo habitual la presencia en su palacete de la calle Lagasca, de literatos como Hartzenbusch y Espronceda. Éste último llegó a alabar su belleza en un poema:
Dicen que tienes quince primaveras
y eres portento de hermosura ya,
y que en tus grandes ojos reverberas
la lumbre de los astros inmortal. (...)
El temperamento sensible del que hacía gala se vio acrecentado por la catalepsia que padecía, llegando a “morir varias veces”- los periódicos recogieron incluso su necrológica- y obsesionándose con la idea de ser enterrada viva.
Una fijación que derivó en un lado oscuro hacia el final de sus días: “Aún resulta un misterio la razón por la cual su voz poética se calló tan repentinamente al casarse con el diplomático americano Horace Perry. Y no hay que olvidar su miedo al enterramiento, que la llevó a no dar sepultura a su marido y a conservar su cuerpo (embalsamado) en su propia residencia. Tan presente estaba en su vida, que a su hija la obligó a pedir permiso al cadáver para casarse. Cabe recordar asimismo cómo se encerró en su residencia de Lisboa durante varios años convertida casi en una sombra, en una muerta en vida”, describe el profesor Senís. El misterio continúa rodeando la vida y obra de la “bella cataléptica”.