Para salir de la 'anarchy in UK', ¿palo o zanahoria?
- Cameron recupera su discurso más conservador y apela a la moralidad
- La izquierda le reprocha los recortes y evoca el 'thatcherismo'
- A eso se unen factores como el consumismo, el racismo y las redes sociales
- Tras mirar por encima del hombro a Europa, los británicos no se reconocen
"Soy un anticristo / Soy un anarquista / No sé lo que quiero / Pero sé cómo conseguirlo / Quiero destruir al transéunte / Porque quiero ser anarquista".
Cuando la voz estridente de Johnny Rotten gritó estas palabras por primera vez la inmensa mayoría de los alborotadores que han sido detenidos esta semana en Londres ni siquiera había nacido y el primer ministro británico, David Cameron, era un formal niño de diez años destinado a estudiar en la exclusiva escuela de Eton.
Era 1976, y la canción de los Sex Pistols se convirtió en un himno del punk y un reflejo de la desesperación y falta de expectativas de toda una generación de jóvenes en Reino Unido, que se acenturaría unos pocos años después en los conflictivos 80 con el 'tharcherismo' de telón de fondo.
Sin embargo, las imágenes que han dado la vuelta al mundo de jóvenes sin control destruyendo comercios y viviendas, saqueando tiendas bajo la mirada impotente de la Policía y atacando a ciudadanos sin control ha devuelto la expresión 'Anarchy in the UK' (Anarquía en Reino Unido) a los titulares de toda la prensa británica e internacional.
Conmoción nacional
"Las escenas en las ciudades británicas son un deshonor para la nación", concluía el conservador The Times la jornada siguiente a los disturbios más graves, los producidos el pasado lunes en Londres y otras ciudades del país.
"¡Denunciad al cretino! La anarquía reina en Gran Bretaña", señalaba más directamente el sensacionalista The Sun, recuperando la voz de la indignación popular después de haber estado en el punto de mira por el escándalo de las escuchas de su periódico hermano, News of the World, fuera ya de los quioscos.
Hasta hace apenas una semana Reino Unido era un pequeño oasis apreciado por haber implantado un fuerte plan de recortes para reducir el déficit sin sufrir la conflictividad social de sus vecinos europeos y un lugar donde los más pudientes de todo el mundo podían hacer negocio y comprar propiedades a precios ventajosos.
El pasado sábado, el estallido violento en el barrio de Tottenham comenzó a resquebrajar poco a poco esa máscara de estabilidad, que se ha ido desmoronando en cuatro jornadas de disturbios sin precedentes que han conmocionado un país que se pregunta, una vez que el amplio despliegue policial parece haber calmado los ánimos: Y ahora, ¿qué?
"No creo que aún se hayan pensado o aceptado en toda su extensión las implicaciones de lo que ha pasado", señalaba a Reuters Peppe Egger, analista para Europa de la consultora Exclusive Analysis, con base en Londres.
"Lo que tenemos aquí es resultado de décadas de crecientes divisiones y marginalizaciones pero la austeridad ciertamente puede empeorar las cosas. La Policía ha tomado el control con un despliegue masivo pero no es sostenible a largo plazo. Tienen que aceptar que esto puede pasar de nuevo", añadía.
Cambio en el panorama político
La reacción de la inmensa mayoría de los políticos ha sido priorizar la respuesta policial al vandalismo y evitar cualquier apelación a las desigualdades y a la pobreza en determinados barrios de Londres y otras grandes ciudades de Reino Unido para no justificar a los violentos.
El problema es que como señala el cronista político del diario The Guardian, Patrick Wintour, los cuatro días de caos han cambiado de tal manera el panorama político que lo que empieza a estar en juego es nada menos que el propio estado del bienestar.
De hecho, del aparentemente amigable debate mantenido entre el primer ministro británico, David Cameron, y el líder de la oposición, Ed Miliband el pasado jueves en la Cámara de los Comunes se extrae una pregunta que puede resultar clave para el futuro del país.
¿Los disturbios se han producido por una sistemática pérdida de valores y moral y una cultura de irresponsabilidad asentada por un exceso de ayudas sociales, tal y como señala Cameron recuperando su discurso de la 'Gran Sociedad' y un conservadurismo social que había enterrado tras su pacto con los liberales?
¿O, más al contrario, es resultado de ignorar durante décadas las crecientes desigualdades sociales de un país que perdona todos los pecados a sus estrellas del fútbol, la música y multimillonarios varios pero condena a jóvenes por romper escaparates y robar chocolatinas?
Cameron rescata el conservadurismo social
En la visión que Cameron y el Gobierno conservador están empezando a dibujar sobre el futuro para evitar que vuelvan a ocurrir estos disturbios son necesarias una serie de medidas restrictivas pero, más allá de eso, el primer ministro ha dejado claro cual es su diagnóstico: "Éste no es un problema de pobreza, sino de cultura".
"Las potenciales consecuencias de la negligencia y la inmoralidad a esta escala ha quedado clara por mucho tiempo sin que se tomase una acción contundente en este sentido", denunciaba Cameron, que ha llegado a decir estos días que hay partes de la sociedad británica que están "enfermas".
Como recuerda el analista de The Economist Bagehot, Cameron lleva años hablando de la ruptura social y de la muerte de la responsabilidad social, que diagnostica en un ansia constante de derechos sin cumplir ninguna obligación.
Los tres factores clave para este diagnóstico son la dependencia del estado del bienestar, los hogares rotos y una política blanda de seguridad.
En el primer caso, el Gobierno ya ha empezado a tomar medidas y lejos de escuchar las quejas por los recortes en centros municipales juveniles como posible causa del descontento social ha propuesto permitir a los consejos municipales expulsar de las viviendas sociales a aquellos que tengan un comportamiento inapropiado no solo en su barrio, sino en cualquier sitio.
A juicio de sir Max Hastings en un artículo en el Daily Mail, "hay una perversión de los valores sociales, que eleva la libertad personal a la categoría de absoluta y le niega a las clases bajas la disciplina con la que alguno de sus miembros podrían escapar de la dependencia en la que viven".
En cuanto a los hogares rotos, Cameron evocó en su intervención que muchos de los menores detenidos no tenían padres o sus padres no estaban en sus casas, algo en lo que coincide Cristine Odone, cronista del Daily Telegraph.
"Como la abrumadora mayoría de los jóvenes entre rejas, los meibros de estas bandas tienen una cosa en común: no tienen un padre en casa", resume.
Más palo
En cuanto a la política de seguridad, los medios de comunicación han criticado que la Policía no se ha enfrentado con suficiente dureza a los disturbios, condicionados por incidentes anteriores como las críticas por su actuación en las protestas contra la cumbre del G20 en Londres.
En su intervención ante el Parlamento, Cameron ha reconocido que la Policía ha actuado con lentitud y que no fue en los primeros momentos todo lo contundente que habría tenido que ser al considerar que solo se trataba de un asunto de orden público.
En un artículo, el sensacionalista The Sun consideraba como "una locura" que no se permitiese desde un primer momento usar cañones de agua y balas de goma, algo que posteriormente autorizaría el Gobierno, que incluso ha abierto la puerta a la presencia del ejército en las calles.
Además, el primer ministro ha dado potestad a la Policía para que fuerce a los ciudadanos a que enseñen su rostro, ampliar los supuestos del estado de sitio e interrumpir la conexión a las redes sociales para impedir la rápida difusión de las protestas.
El doble lenguaje laborista
En el otro lado de los Comunes, Ed Miliband tuvo que hacer un curioso equilibrio: por un lado, trataba de dejar de un lado el discurso de la izquierda tradicional, encarnado por su número dos, Harriet Harman, que ha insistido en que los recortes sociales del Gobierno están detrás de lo ocurrido.
Por otro, apuntaba a la necesidad de tener en cuenta el contexto social "sin que eso suponga dar excusas para los crímenes".
Miliband es consciente que pese a que muchos en su partido agitan el fantasma del 'thatcherismo' de los 80, precisamente los disturbios en la época de la Dama de Hierro fortalecieron su mayoría.
Más cercano en el tiempo, la postura de Nicolás Sarkozy frente a la quema de coches en los suburbios de París apuntaló su victoria electoral en 2007 atrayéndose a los votantes del ultraderechista Frente Nacional.
El líder laborista sí qe abrazó en su cara a cara con Cameron uno de los principales argumentos de la izquierda: que los recortes en la Policía han dejado a los barrios más desfavorecidos precisamente a expensas de estos alborotadores.
Estos recortes, que fueron defendidos por el primer ministro y que son su principal punto débil, no fueron aplicados por Thatcher en su momento en los 80 y no son respaldados por algunos de los compañeros de partido de Cameron, incluyendo el alcalde de Londres, Boris Johnson.
Recortes y división social
Pero los recortes en general también han sido puestos en el punto de mira por algunos laboristas, como Ken Livingstone, que considera que si están realizando grandes recortes "siempre hay potencial para este tipo de revueltas contra ellos".
El segundo argumento desde este bando es el de la exclusión social y la pobreza, plasmada en barrios londinenses como Tottenham, Brixton o Hackney.
"Cuando la gente vive vidas paralelas, viven en la misma ciudad pero en diferentes mundos no debería sorprendernos que sea difícil mantener un sentido de la responsabilidad y la solidaridad", apuntaba Miliband.
El tercer pilar de este enfoque es la crítica, el hecho de que los robos y saqueos se hayan centrado en aquellas tiendas que tienen los objetos más deseados por los jóvenes -artículos de electrónica, zapatillas deportivas y ropa de marca- lo que para muchos analistas una prueba de hasta qué punto la cultura del consumo ha pervertido a sus nuevas generaciones.
"Son disturbios en tiendas, caracterizados por elecciones de consumo. Esto es lo que ocurre cuando no tienen nada y ven delante de sus narices constantemente cosas que no se pueden permitir y no hay razón que pueda permitirse", apuntaba Zoe Williams en The Guardian.
Mientras, los vecinos de estos barrios que no han participado en los disturbios asisten con impotencia a una 'guerra' en la que ellos, paradójicamente son los que más tienen que perder.
"¡Si tenéis reivindicaciones sociales, atacad los edificios del Gobierno! ¿Por qué mi tienda?", se preguntaba indignado un comerciante de Hackney en declaraciones a Afp.
"Los disturbios han sido malos para la ya vacilante economía británica. Han sido ruinosos para aquellos cuyas viviendas y negocios han sido destruidos. Han enturbiado la imagen de Reino Unido en el mundo y, sobre todo, ha desorientado desesperadamente la propia imagen que el país tiene de sí mismo", resume la situación el semanario The Economist.