Los "33 de Atacama" vuelven a la mina San José un año después
- Chile conmemora el aniversario del rescate de los trabajadores
- La mayoría aún sufre secuelas psicológicas
- Critican que el Gobierno les ha abandonado
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Este jueves 13 de octubre, los famosos mineros chilenos (“famosos” a su pesar o, al menos, eso es lo que nos han dicho varios de ellos) vuelven a pisar tierra quemada. El primer acto de conmemoración del aniversario de su rescate final, una misa de acción de gracias, tendrá lugar en el exterior de la mina San José, la que les mantuvo sepultados durante 70 días.
No estarán todos. Algunos se han trasladado más al sur de Chile, aunque la mayoría permanece en Copiapó, y ahí estarán, con su vida actual: muchos, sin trabajo, porque así lo obliga la baja médica; y varios emprendiendo sus propios negocios, que son por lo general no demasiado ambiciosos: venta ambulante, charlas de motivación…
Son una minoría los que han logrado sacar petróleo de la experiencia, una vivencia que definitivamente les ha marcado, terrible para todos y de la que intentan, todavía hoy, recuperarse.
“No somos millonarios como piensa la gente”, nos ha comentado alguno, molesto con todas esas informaciones que han asegurado a lo largo de todo este año que llevan un tren de vida envidiable.
Nada que ver. El dinero que les regaló un empresario local a cada uno de ellos (5 millones de pesos, unos 7.000 euros) apenas les ha alcanzado. Muchos son rehenes de la medicación, de los tratamientos médicos. Y nadie, ninguna empresa, por el alcance de su historia, se atreve a contratarles. No quieren que, llegado el caso de un accidente o mínimo incidente, el tener en nómina a uno de los 33 imprima notoriedad al caso.
Esa es una de las realidades que viven. Nos lo contaba Yonni Barrios, el minero cuya vida personal trascendió más que otras porque, a la puerta de la mina, en el campamento Esperanza, llegaron a esperar (y a pelear) por él dos mujeres. Yonni, finalmente, se quedó con la esposa “no oficial”, con Susana, y con ella le encontramos en un parque de Copiapó, en un asado. Celebraban la fecha de su liberación junto a otros familiares.
"Sabíamos que iba a ser duro afuera"
“Nosotros sabíamos que iba a ser duro afuera. Incluso, algunos compañeros llegaron a decir que preferían quedarse en la mina. Nadie va a querer vivir a oscuras y con tierra y en las condiciones en las que nosotros estábamos, viviendo como en los tiempos de las cavernas, sólo con ropa interior y zapatos de seguridad. No teníamos nada más. Durmiendo en el barro y la tierra. Pero uno, interiormente, estaba tranquilo abajo”. Franklin Lobos no podía ser más claro.
Es otro de los 33. Uno de los últimos en salir porque estaba entre los que presentaban mejores condiciones físicas en el momento del rescate. Un futbolista profesional que llegó a jugar en el combinado nacional chileno, pero que un día se vio obligado a meterse en la mina.
“Vivía bien, vivía cómodo”, nos ha contado, “pero el fútbol no me dio para ahorrar y yo tenía a dos hijas en la Universidad y la Universidad aquí es muy cara. Y eso me obligó a llegar a esa mina. Muchos amigos me dijeron que no fuera porque era una mina muy complicada, con accidentes y muertos, pero la necesidad…”. Franklin Lobos se salvó por los pelos. El techo de la galería se vino abajo y él lo pudo ver aquel 5 de agosto a tan sólo 20 metros de distancia.
Recuerda que trabajaba allí 7 días seguidos y que, en el descanso de otros 7, se dedicaba a conducir un autobús en Copiapó.
A pesar de lo que pueda pensarse, Franklin no descarta la opción de volver a trabajar en un yacimiento minero. En diciembre, se le acaba el contrato con el equipo local de fútbol y no sabe si le van a renovar, así que: “No descarto lo de la mina, aunque mi familia dice rotundamente que no”.
Franklin Lobos nos muestra orgulloso la camiseta que, todavía estando bajo tierra, le hizo llegar el jugador español David Villa. Y que guarda como un tesoro.
Secuelas psicológicas
Con el mismo orgullo nos habla José Ojeda, autor de aquel mensaje impreso en un papel y pegado a una sonda que corroboraría que todos estaban vivos tras 17 días de incomunicación: “Estamos bien los 33 en el refugio”.
Es uno de los que más está sufriendo las secuelas del encierro. Es viudo, comparte casa con su sobrina Elizabeth y vive entre pastillas. Pero, aún así, ya ha intentado volver a trabajar como minero. Fue hace 6 meses. No pudo. Le dio un ataque de pánico.
Lo que para él ya es un hecho es que ha cambiado: “Yo, en un principio, me iba donde estaba el dinero, donde se ganaba. Y estaba dejando a la familia a un lado. Entonces, después de lo que pasó, ya lo primero es la familia y, después, la plata”.
También nos habla de las mentiras que, según él, se han vertido sobre ellos: “Hay libros para los que ni siquiera conversaron con nosotros. Yo, la última vez, supe que había como ocho libros. Y no sé de dónde sacaron la información. Nunca se sentaron conmigo a hablar sobre qué pasó abajo… Incluso hay hasta una película. A mí me regalaron un DVD y lo acabé regalando. Me dio vergüenza, me dio rabia… Cuando empieza la filmación, nos subimos al bus… y ya había quien llevaba el trago, la marihuana… Yo sólo al ver el comienzo, no me gustó. Regalé la película”.
Lo cierto es que hay, en marcha, una película “oficial”. Y, también, un libro “oficial”. Presumiblemente, saldrán al mismo tiempo, el año que viene. Para ambos proyectos, los 33 firmaron un contrato, un acuerdo restrictivo que les impide hablar de ciertos detalles de su experiencia en común y que, para el psicólogo que les atendió durante el proceso de rescate, Alberto Iturra, no sirve más que para coartarles todavía más, como si el encierro obligado en la mina San José no hubiera sido suficiente. Además, está el poder que firmaron a favor de una firma de abogados para que les llevara las demandas que emprendiesen. Otra traba más. Las manos demasiado atadas como para actuar, ahora, por su cuenta. Pero ellos, en su momento, estuvieron de acuerdo. Quizás pensando en que todo, de alguna manera, les acabaría beneficiando.
Demandas judiciales
A día de hoy, el proyecto cinematográfico está en pre-producción y, en cuanto a las demandas judiciales (contra la empresa y contra el gobierno, por negligencias varias), no hay grandes novedades. Pero ellos aceptan que la Justicia es lenta y confían en los resultados que pueda tener su historia en la gran pantalla porque, simplemente, es una producción de Hollywood.
Omar Reygadas, padre de 5 hijos y abuelo de 16 nietos, nos intenta explicar lo que ocurre: “Se habló de que había habido un pacto de silencio, que nosotros habíamos jurado dentro no hablar de algunas cosas. Dentro de la mina, no hicimos nada que nos avergüence, no hay nada que esconder, pero sí que hubo un compromiso de no hablar de ciertos temas para que eso quedara para las personas que quieran conocerlos viendo la película”.
Reygadas decidió, por su cuenta, dejar la medicación. Asegura que le atontaba demasiado. Y que ahora, sin duda, se encuentra mejor. Critica cómo las autoridades gestionaron el seguimiento médico del grupo, una vez fuera. Insiste en que está bien, “pero, a veces, mi familia, mi pareja, me dicen que no estoy bien… Es algo que nos pasa a los 33… Las señoras conversan entre ellas… Que nosotros estamos muy explosivos… Es verdad que cualquier cosa nos parece mal y explotamos al tiro… Yo creo que es por la falta de un buen tratamiento. Hay cosas que no fueron correctas. Lo que deberían haber hecho con nosotros. Después de tanto tiempo en la mina, nos quisieron echar a un lado”.
Todos, en general, echan de menos… la vida normal. Y un trabajo, aunque sea en la mina. Uno podría pensar que por qué el Gobierno no ha hecho más por ellos, siendo protagonistas de la hazaña y siendo como son tan sólo una treintena de mineros entre los 180.000 que hay en todo el país.
Es uno de tantos interrogantes que van surgiendo a medida que uno se sumerge en profundidad en la historia. Como, por ejemplo, el rescate en sí mismo. Según algunas personas que lo vivieron en primera persona, desde fuera, como profesionales, el rescate pudo llegar a retrasarse lo máximo posible para poder aprovechar el tirón mediático.
Parece, incluso, que hasta un asesor de prensa del gobierno chileno habría llegado a proponer que la salida, la presentación ante la prensa, fuera a lo grande: todos a la vez y con el presidente Sebastián Piñera, al frente, enarbolando la bandera nacional.
Los mineros de Atacama no quieren hablar de rumores, de comentarios que consideran ajenos a ellos, ni siquiera de futuro… porque lo ven complicado. Quieren vivir el presente y con su familia, que ha sido su pilar fundamental.
Hoy, los 33 de Atacama volverán a pisar el techo de la mina que, sin duda, les arrebató parte de su vida. Y recordarán, entre huellas y restos de lo que allí hubo, todo lo que vivieron juntos enterrados allí abajo, entre muros de roca rica en cobre y oro.
“La gozamos, nos reímos. Y cuando nos alejamos, como que se va una parte de uno”, nos confesaba ayer mismo Darío Segovia, “porque fueron 70 días en los que 33 trabajadores pasaron… hambre… de todo…”.