Las revueltas de Baréin y Siria recrudecen la 'guerra fria' entre Irán y Arabia Saudí
- Las dos potencias tratan de influir en los resultados de las revueltas
- Las posturas que sostienen se invierten en función del país
- Baréin y Siria no son los únicos escenarios de esta lucha
- Otros actores como Turquía y Catar también luchan por encontrar su sitio
Los disturbios vividos en Baréin a mediados de diciembre han rescatado del olvido una idea que permanecía eclipsada por las revueltas en Siria: la 'primavera árabe' sigue viva también en el Golfo, para disgusto de Arabia Saudí, y alegría de Irán. Tres nuevos muertos registrados en el último mes han puesto en tela de juicio la tímida voluntad conciliadora del régimen, pese a que el pequeño petroreino reconoció a finales de noviembre sus excesos durante la represión de las protestas de febrero y marzo.
Un posible triunfo de las revueltas chiíes de Baréin no solo asusta a su monarca, el suní Hamad bin Isa al Khalifa. El desfile de carros de combate de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes del pasado marzo, bajo el manto del Consejo de Cooperación del Golfo, para reprimir las protestas fue toda una declaración de intenciones que dejó claro hasta qué punto llegaría la potencia saudí para evitar que los gobiernos del Golfo caigan en la órbita chií.
"Sería un golpe demasiado duro" apunta a RTVE.es el profesor Ignacio Álvarez Ossorio, co-autor del libro Informe sobre las revueltas árabes, publicado recientemente. "Para Arabia Saudí es prácticamente un asunto de seguridad nacional que otros países del Golfo no caigan bajo la influencia de Irán, especialmente después de que Iraq haya caído bajo su influencia (tras la caída de Sadam Husein)."
La lucha de Irán y Arabia Saudí
Baréin es uno de los escenarios en los que se libra esa batalla de poder entre las potencias que representan (mal que bien) a las dos grandes corrientes del Islam, el chiismo y el sunismo. Para Arabia Saudí, el chiísmo de Teherán es una herejía, y para los ayatolás las políticas saudíes están destinadas a "satisfacer a EE.UU. e Israel".
En el pequeño reino bareiní gobernado por una minoría suní, el 70% son chiíes que han hecho de su causa la bandera de las revueltas. Piden más participación política, una monarquía parlamentaria, y una Constitución que permita elegir un gobierno y un Parlamento independientes de la familia en el trono. En sus protestas cuentan con el apoyo diplomático, e incluso táctico, según acusaciones saudíes, de Irán.
Las manifestaciones comenzaron el pasado 14 de febrero y ya han dejado más de 40 muertos, además de la detención y condena a destacadas figuras opositoras. El propio régimen ha reconocido sus excesos, pero también acusa con el dedo a Irán de estar detrás de la incitación de los disturbios.
Para Teherán, el despligue militar de Arabia Saudí en apoyo del rey Al Kahlifa fue considerado casi como "una declaración de guerra", y desde entonces ha enfilado su artillería mediática contra las potencias del Golfo. El incidente elevó el nivel de tensión entre saudíes e iraníes latente desde el trinunfo de la revolución de Jomeini en 1979. La excusa, esta vez, ha llegado a cuenta de las revueltas árabes, pero esta lucha no sólo se libra en Baréin.
Los papeles se invierten en Siria
Los papeles representados por Irán y Arabia Saudí en esta particular 'guerra fría' por el corazón del Islam se invierten cuando el escenario es Siria, un país de mayoría suní (74% de la población ) gobernado por miembros de una secta minoritaria chií, los alawíes, que son los grandes aliados de Irán en la región.
"En el caso sirio hay también una pugna importante" asegura Álvarez-Ossorio. "Para Irán es vital que siga el régimen de Al Assad pero Siria también importa para Arabia Saudí". Tras la guerra de Iraq de 2003 y la caída de Sadam Husein, la influencia de los ayatolás en Iraq ha dejado descolocada a la potencia saudí en la región. "Parece que ahora está recuperando posiciones" con las revueltas, especialmente tras la victoria islamista en Túnez y el gran resultado de los salafistas en Egipto, asegura el experto.
El resultado de las revueltas en Siria, donde ya hay más de 5.000 muertes y el régimen está cada vez más colapsado, podría cambiar la inclinación de la balanza. "Los Hermanos Musulmanes serían los que se impondrían en una eventuales elecciones en el caso de la caída de los Asad, y ello significaría para Arabia Saudí recuperar buena parte del poder que han perdido" en los últimos años, apunta el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.
Ese escenario permitiría a Arabia Saudí romper la cadena de influencia chií en Oriente Medio y dejar sin una de sus aristas al llamado triángulo de poder chií, formado por Irán-Siria-Hezzbollah.
Sin embargo, otros actores también tratan de aprovechar la coyuntura para ganar terreno. Frente a la teocracia de Irán o el wahabismo rigorista de Arabia Saudí y los países del Golfo, Turquía ha dado un paso adelante y se ofrece al mundo árabe como una alternativa atractiva, una tercera vía que presenta un modelo que conjuga Islam y democracia con cierto pragmatismo económico.
Su actitud es cada vez más activa en la región, especialmente en Siria, donde ha desarrollado una intensa actividad diplomática. "Esperamos que una intervención militar nunca sea necesaria", dijo el ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, a finales de noviembre pero "si la opresión continúa, Turquía está lista para cualquier escenario. El régimen sirio ha de encontrar una forma de hacer la paz con su propio pueblo". Todo un aviso a navegantes.
Catar lucha por llenar el vacío
En esa lucha por obtener réditos inesperados de los inciertos resultados de las revueltas árabes se ha sumado también otro actor menor que en los últimos años ha ido adquiriendo lentamente cada vez más protagonismo: Catar.
En el mundo suní, Arabia Saudí "ha cejado de ejercer un papel hegemónico y ese papel lo está intentando llenar Catar", apunta Álvarez Ossorio. Y el pequeño emirato suní, siempre atento, ha visto en las revueltas una gran oportunidad para ganar presencia en la región.
Catar ha actuado como mediador entre las organizaciones palestinas ( Hamas y Al Fatah), ha introducido armas para los rebeldes libios, vendido su petróleo en plena guerra civil, y ahora busca un lugar protagonista en las revueltas en Siria.
"Se han dado cuenta de que hay un gran vacío. En el mundo árabe siempre ha habido dos polos, el polo socialista o panarabista (representado por Nasser o el partido Baath) y el otro integrado por Arabia Saudí, que desde los 70 había asumido un gran protagonismo" y que en los últimos años estaba en decadencia.
En esa irrupción, el emirato catarí ha tenido un instrumento vital: La cadena de televisión Al Jazeera. Para Álvarez Ossorio, durante las revueltas la cadena ha ejercido más como " un actor que como un testigo, aunque habría que diferenciar entre cada una de las revueltas, que no han sido cubiertas de la misma manera".
Frente a coberturas como las de Egipto o Libia, en las que Al Jazeera ha actuado en ocasiones casi como incitador, en otros casos "como por ejemplo, el de Baréin la cobertura ha pasado de puntillas. Es un país mucho más próximo a Catar y no quieren que se contagie al resto de las petromonarquías, y en ningún momento se han mostrado críticos con la intervención saudí para acabar con la revuelta".
Sea como fuere, Álvarez Ossorio apunta que la realidad es que "han caído los modelos autoritarios y no se tiene muy claro cual es el modelo a seguir". Y es que cada vez son más los actores que intervienen en las revueltas. Si bien comenzaron como un movimiento civil y espontáneo, las potencias regionales también han puesto en movimiento sus peones para influir en su incierto resultado.