Gotthard Schuh, la mirada etérea de lo cotidiano
- Llega por primera vez a España la obra del fotoperiodista suizo
- Considerado como uno de los padres del "realismo poético" en imágenes
Sus composiciones desprenden erotismo, misterio, y una extraña sensación de densidad onírica, que atrapa la atención del visitante con una rara cualidad hipnótica, en un bucle en el que no puede apartar la mirada de las imágenes.
Gotthard Schuh (1897-1969) plasmó fotografías de mujeres-muchas mujeres- del efervescente París de los años 30, escenas nocturnas callejeras, parejas que se aman y estampas de aglomeraciones que rezuman el “pulso de la vida”.
Creó su propio mundo- particular, excéntrico, asfixiante- basado en la cotidianidad más aplastante bajo su particular mirada subjetiva y cargada de sensibilidad psicológica
Además, fue uno de los padres del fotoperiodismo de la época de entreguerras, e iniciador del “realismo poético” en la fotografía.
Parte de su universo se muestra por primera vez en España, en la exposición ofertada por la Fundación Mapfre (hasta el 12 de febrero de 2012 en Madrid). Engloba un total de 113 fotografías que datan de entre 1929 y 1956.
La muestra se divide en cinco partes diferenciadas, desde sus “años tempranos” en los que la técnica pictórica impregna sus trabajos-Schuch comenzó como pintor- hasta su evolución como reportero independiente que viajó por todo el mundo cubriendo temas sociales y políticos.
Fantasía y realidad en la 'Isla de los dioses'
El artista también creó La isla de los dioses (1941), uno de los libros de mayor éxito de la fotografía suiza, considerado una obra maestra, que paradójicamente encontró su hueco en un entorno abiertamente hostil, marcado por la Segunda Guerra Mundial.
El volumen es fruto de un viaje que realizó en 1938 a Singapur, Sumatra y Java, que le marcaría hondamente.
Sus imágenes intimistas y fantásticas reflejan la fascinación del fotógrafo por la forma de vida y las costumbres de sus habitantes, en un ejercicio de observación cercana documentado al detalle.
Destacan sus retratos de paisajes, en un claro homenaje a la exhuberancia de la naturaleza, y las fotografías de fiestas y rituales religiosos. La obra, para algunos expertos, se asemeja a los paisajes tahitianos de Gauguin, en su búsqueda incesante de una belleza lírica, no exenta de melancolía.
Su marcada impronta personal no pasó percibida y su estilo pronto se convirtió en guía para jóvenes fotógrafos.
Robert Frank, que triunfaría a posteriori con su libro fotográfico The Americans, donde destaca su visión fresca y moderna de la sociedad de EEUU, le reconoce como mentor y se declara impresionado por su forma de expresar las emociones y su verdad interior. Fueron íntimos amigos hasta el final de sus vidas.