El chico que se quemó e incendió el mundo árabe
- Bouazizi era un informático que se ganaba la vida como vendedor de fruta
- La policía le requisó su puesto porque no pagaba la licencia
- Decidió acabar con su vida, como grito de desesperación
- Su muerte encendió la mecha del estallido de las revueltas árabes
Hace un año, un joven desconocido de Sidi Bouzid, un pueblo olvidado del interior de Túnez, no pudo más. Su nombre era Mohamed Bouazizi, un diplomado en informática en paro que se ganaba la vida gracias a su puesto ambulante de frutas y verduras con el que sostenía a su madre y a sus tres hermanas.
Sin embargo, la policía le requisó el puesto porque no pagaba licencia (o, más propiamente, la pequeña mordida que exigían los agentes).
Cuando, ingenuamente, fue a reclamar a las autoridades, fue humillado y abofeteado por una inspectora municipal. Y fue entonces cuando decidió rociarse con gasolina y quemarse a lo bonzo delante del ayuntamiento.
Su gesto de rabia e impotencia ante un futuro sin perspectivas provocó una ola de simpatía entre sus vecinos, que se manifestaron en solidaridad con él y para denunciar a las autoridades. Pero la manifestación fue reprimida por la policía, y como reacción a esa violencia, las protestas se extendieron, también con violencia, como un reguero de pólvora, por varias localidades vecinas, y llegaron hasta la capital, Túnez.
Fue el inicio de la “revolución de los jazmines” que acabó el 14 de enero, con la huida del dictador Ben Alí. Y el inicio de las llamadas “primaveras árabes” que hemos observado atónitos estos últimos meses.
La familia de Bouazizi
Nosotros visitamos la casa donde vivía Bouazizi y su familia a finales de enero. Era una vivienda muy humilde, situada en un barrio también humilde de Sidi Bouzid. Recuerdo todavía el frío polar que hacía en la casa, calentada solo por un pequeño brasero.
Entrevistamos entonces a su madre y a sus tres hermanas, que nos hablaron del carácter humilde de Mohamed, de cómo había asumido el papel de cabeza de familia tras la muerte de su padre, y de cómo su obsesión era que las tres hermanas pudieran estudiar.
De ahí que, cuando le quitaron su puesto de frutas y verduras, se sintiera tan desesperado, y que al pegarle una mujer (en un pequeño pueblo de un país musulmán) se sintiera tan humillado.
Un año después de que Mohamed Bouazizi se quemara a lo bonzo ha habido varios homenajes en Sidi Bouzid a su figura.
Le han dado el Premio Sajarov del Parlamento Europeo a título póstumo, y para siempre será un símbolo de las Primaveras Árabes, un símbolo de la lucha por la democracia y de la aspiración de los pueblos a la libertad.
Túnez después de su muerte
En Túnez, por primera vez en la Historia, han elegido una Asamblea Constituyente y un nuevo gobierno en unas elecciones libres y democráticas. Y en otros países árabes ya no están dictadores como Mubarak (Egipto), Gadafi (Libia) o Saleh (Yemen). La llama que él prendió sigue extendiéndose en muchos países del mundo árabe.
La familia de Bouazizi ya no vive en Sidi Bouzid. Su madre y sus tres hermanas se han trasladado a otra vivienda, algo mejor (pero sin pasarse), cerca de la capital, Túnez.
La razón, nos dijeron cuando fuimos a verlas en octubre, antes de las elecciones, fue el cansancio por las repetidas visitas de la prensa y de autoridades varias (entre ellas el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon), y el hecho de que todas esas visitas habían empezado a levantar las suspicacias de algunos vecinos, que pensaban que la familia estaba haciéndose rica con su fama.Su madre lo negó rotundamente, aunque nos reconoció que alguien de Al Yazira les había dado algo de dinero.
Casi con toda seguridad, a Bouazizi nunca se le pasó por la cabeza que su gesto desesperado acabaría provocando lo que ha provocado. Y mucho menos que con ese gesto terminaría convirtiéndose en parte de la historia de su país y del mundo árabe.
Me gusta pensar que él estaría alucinando al ver cómo las autoridades del país hoy le rinden homenajes y que su nombre está impreso hasta en una calle de París.
Él solo quería poder seguir vendiendo sus frutas y verduras en el mercado, que le dejaran en paz y que sus hermanas pudieran seguir estudiando. En fin, me gusta pensar que, a veces, la Historia con mayúsculas también la escribe gente como él.