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'Sobre la felicidad a ultranza', el elogio a una vida sin dramas ni pesimismos

  • Editorial Periférica edita en español la primera novela de Ugo Cornia
  • El libro, basado en su infancia, ha sido todo un fenómeno en su país, Italia

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Cuando una tiene la suerte de poder escoger entre varios libros cuál de ellos va ahora a leer y constata que hay uno que se titula  Sobre la felicidad a ultranza, es lógico que no pueda evitar hojearlo antes de desecharlo del ranking de los Libros de Lectura Inmediata.

Y es entonces, al hojearlo, cuando esa manera de escribir tan coloquial pero profunda a la vez y tan divertida -como si el libro te estuviera hablando mientras tomas con él un café-, te cautiva. Y te das cuenta de que ya estás perdida. El autor te ha quitado el escaso margen de libertad de elección que tenías.

A pesar de todo, es una perdición que se disfruta desde el primer momento, porque este primer libro del filósofo y escritor italiano Ugo Cornia es un verdadero elogio a la vida a pesar de que parte de la mismísima muerte.

[“Cada vez que he vuelto a ese cementerio, siempre hacía un sol espléndido y soplaba un aire cálido. Entonces me da por pensar, aunque tal vez no sea cierto, que hay personas que te han querido tanto que son capaces de hacerte regalos incluso estando muertas; por ejemplo, regalar un día de sol a cincuenta sobrinos de diferente grado”.]

Su tía, una mujer "jubilada desde siempre" 

Efectivamente, la primera muerte de la que nos habla Cornia es la de su tía, una mujer “jubilada desde siempre”, toda para él, como él mismo cuenta en esta autografía que difícilmente nos recordará a alguna otra que hayamos leído.

Este italiano de 46 años, perteneciente a una de las generaciones más desesperanzadas que ha visto su país, narra su infancia como si no hubiera revisado el texto, rápido, sin obedecer a exquisiteces gramaticales o estéticas. Y lo hace, además, con una ternura que llega al alma.

[“A veces la acompañaba a hacer la compra con un puñal de plástico en el bolsillo para protegerla de los bandidos, porque siempre me decía que necesitaba un hombre que la defendiese”.]

[“Así que yo también imaginé que tal vez, si todo marcha normalmente y con una esperanza de vida aceptable, cuando tenga setenta y cinco años, un buen día, a eso de las ocho de la mañana, estaré desayunando en Guzzano, sentado en el corral, tomándome el café con leche con pan, como de costumbre, mientras picotean las migas las avispas de siempre, las mismas que durante toda la vida no me han dejado desayunar en paz, pero a las que nunca me he decidido a matar porque me educaron para que las dejara tranquilas”.]

Mentiras piadosas 

Sentido del humor, desde luego, no le falta. Cornia es capaz de relatar el mismo momento de la muerte de su madre haciéndonos reír.

[“(…) justo un minuto antes de irse para siempre mi madre me miró a la cara y me preguntó por qué tenía los ojos tan enrojecidos; entonces le dije: “Es que tengo un terrible ataque de alergia, mamá, aquí hay polvo”, y me saqué el pañuelo para ocultar la cara, fingiendo que me sonaba la nariz sin parar porque estaba a punto de estallar en llanto: luego, mamá se fue para siempre. Después me sentí muy orgulloso de haberle sabido mentir; a veces he pensado que habiendo sido capaz de soltarle al vuelo a mi madre aquella trola, en aquel trance tan terrible, no me resultaría difícil traicionar en el futuro a cualquier novia, incluso a las más duras de pelar”.]

También nos cuenta sus manías. Por ejemplo, la de decir las cosas más apasionadas mientras conduce y atraviesa curvas. Tanto es así que Cornia se pregunta en un momento del libro si no será ese movimiento -el que generan las curvas- el que agita los estratos inferiores del cerebro.

"Toda la vida cocinando para ir a parar a un crematorio"

Y llega a quejarse de la vida, concluyendo que es una lástima tener que vivir de manera continua sin poder morirse entre medias. O diciéndose a sí mismo que menuda faena es estar toda la vida yendo a hacer la compra y haciendo la comida para todos para luego ir a parar a un crematorio.

Sobre la felicidad a ultranza habla, además del amor,  de lo que el propio autor califica como “no-amor”, ese sentimiento que alguna vez se tiene y que nunca roza el deseo de decir “nosotros”. Un amor, en definitiva, sin preocupaciones, que para él no es más que el amor mismo.