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Gonzalo de Castro, un genial Max Estrella en 'Luces de Bohemia' del Centro Dramático Nacional

  • El actor llena de humanidad al poeta ciego pero clarividente
  • Un espléndido elenco de 'famosos secundarios' da vida al resto de personajes
  • Las acotaciones (proyectadas) y los efectos sonoros apoyan la narración
  • Hasta el 25 de marzo en el teatro María Guerrero

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La muerte de Max Estrella. En la imagen,  Max (Gonzalo de Castro), su esposa (Isabel Ordaz) y su hija (Marina Salas)
La muerte de Max Estrella. En la imagen, Max (Gonzalo de Castro), su esposa (Isabel Ordaz) y su hija (Marina Salas)

Como ya comentó, Lluís Homar, director de este montaje de Luces de Bohemia de Valle-Inclán, producción del Centro Dramático Nacional (CDN), en su presentación a los medios, Gonzalo de Castro posee algo "singular", algo así como un alma de poeta.

Esa singularidad -como hemos podido comprobar este jueves en la sexta función- conviene perfectamente al personaje de Max Estrella, poeta en apuros (económicos pero no filosóficos), antihéroe sincero y certero con la palabra (lo que le ocasionará más de un problema), y ante todo, humanista (versado en letras humanas) y humano.

Esa humanidad está en los ojos de De Castro, que miran al vacío. Pero también en su voz firme pero nunca grandilocuente, que se hace dueña de los parlamentos de Max Estrella, como si nacieran de su "cráneo privilegiado".

Max Estrella se define a sí mismo con sentencias contundentes ("soy el dolor de un sueño"), dignas ("soy el primer poeta de España") y premonitorias (cuando cuenta que corteja a la muerte a la que no tema aunque no espera nada tras la "última mueca").

Porque Max Estrella no ve a su mujer, Madama Collet -Isabel Ordaz, verosímil en su papel de anciana dulce y abnegada- ni a su atolondrada hija Claudinita ( magnífica Marina Salas que más tarde encarna también a la vivaracha y lozana meretriz 'La lunares' ) porque "para qué ver" lo que se puede tocar, afirma.

Un texto necesario y actual

Pero el poeta divisa con toda claridad el mundo en qué vive y juzga, en sus parlamentos, a España -presente, pasado y futuro- con vehemencia. Una España que viene a ser para Max Estrella, una deformación grotesca de la civilización europea, en la que no triunfan las revoluciones.

No sólo Max Estrella sino todo el texto de Valle-Inclán reflexiona insistentemente sobre un país en el que no se valoran ni el talento ni la sensibilidad, pero se admira el dinero y a quien sabe apropiárselo con engaño. Es el "músculo ideológico" de la que obra que con acierto recalcó Xavier Albertí (dramaturgia y composición musical) en la presentación de este montaje en el que no falta lo esencial ni lo accesorio que se agradece (un violinista desde el patio de butacas nos guiará hasta el café Colón)

Lo mejor y lo peor del espíritu español de siempre y de ahora están fielmente retratados en esta obra en la que reconocemos actitudes y situaciones que aún hoy en día vemos en la realidad española. Nada de lo que vemos y oímos será extraño para quien conoce nuestro país.

Con qué admiración (la boca se les hace agua) se habla de Londres, su limpieza y el pan con mantequilla en la escena de la casa de empeños, comparado con la podredumbre de ese "poblachón castellano" que aún era Madrid, hacia 1920.

La noche de Max Estrella

Max, acompañado por su "perro", como él dice, Don Latino de Hispalís (Enric Benavent), que resultará al final mucho menos fiel que un can, deambula por la invernal noche madrileña. Nos llevan a una casa de empeños, a una taberna, a un café, a un calabozo (donde Estrella abraza al obrero catalán) e incluso a las dependencias del Ministerio de Gobernación.

Y en todos estos lugares, nos iremos encontrando con personajes singulares, extraídos de la calle, del sainete madrileño, de la realidad histórica o de la propia obra de Valle Inclán.

La "marquesa" que vende lotería, las castizas prostitutas con las que los dos amigos (cada a uno a su manera) intiman, el marqués de Bradomín, Rubén Darío (ambos caminan por el camposanto tras el entierro de Estrella), la portera que urge a la familia para que bajen el cadáver del poeta, o el amigo Soulinake que en medio del velatorio crea la mayor de las confusiones, al afirmar que Estrella no esta muerto, sino en estado de catalepsia.

Un reparto a la altura

Todos ellos están encarnados por actores de primera fila del teatro español (algunos han sido protagonistas, la mayoría espléndidos secundarios): Fernando Albizu, Jorge Bosch, Ángel Burgos, Jorge Calvo, Mariana Cordero, Gonzalo Cunill, Nerea Moreno, Isabel Ordaz y Miguel Rellán Todos están en el punto exacto de interpretación que exige este texto esencial de la literatura española.

La escenografía es sencillísima (las pilas de libros que tienen sentido en la casa del poeta o en la casa de empeños) siguen acompañándonos en todas las escenas. Hay que agradecer la proyección de las hermosísimas y precisas acotaciones (indicaciones escénicas) de Valle Inclán que ayudan al espectador a seguir el recorrido de Estrella e Hispalis.

Por el trabajo espléndido de Gonzalo de Castro y de todos ellos -19 actores y músicos- es imprescindible pasar por el teatro María Guerrero para ver este montaje de Luces de Bohemia.