Rusia, el último aliado de Damasco
- Rusia cuenta en Siria con instalaciones propias y trabaja en su ampliación
- La ONU debate otra resolución sobre Siria que omite la salida de Asad
- El obejtivo es evitar el veto ruso que impida sacar adelante la propuesta
El 8 de enero el único portaaviones de la Armada rusa, el Almirante Kuznetsov, y otros 5 buques de guerra se acercaron al puerto sirio de Tartus. Una parada para cargar agua y recibir alimentos para la tripulación y una "muestra de solidaridad hacia el pueblo sirio", según el régimen de Bashar El Asad, cercado por la presión internacional.
La visita ilustra bien la relación entre Moscú y Damasco, fraguada en tiempos soviéticos, en la que el puerto sirio de Tartus tiene gran importancia estratégica. Gracias a un acuerdo firmado en 1971, Rusia cuenta allí con instalaciones propias y desde hace años trabaja en su ampliación para convertirlas en una base naval fija –la única con la que cuenta en el Mediterráneo-, apta para buques de gran tonelaje a partir de 2012. La caída del régimen dejaría en el aire el uso de esta infraestructura.
El Asad es el último gran aliado de Moscú en Oriente Medio y se resiste a dejarlo caer, aduciendo, entre otras cosas, que eso provocaría una enorme desestabilización de la zona. "La política rusa no consiste en pedir a alguien que dimita. Los cambios de régimen no son nuestra profesión", ha dicho recientemente el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, que apuesta por una salida siria a la crisis.
Desde el Kremlin se teme que el visto bueno ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU allane el camino a una hipotética intervención militar de Occidente y sus aliados del mundo islámico. Lo ocurrido en Libia, con la participación militar occidental y la muerte de Gadafi a manos de los insurgentes, ha reforzado la histórica desconfianza rusa hacia EE.UU. y Europa.
"Si le exigen que se vaya y no se va. ¿Qué se hace? ¿Se llama a la aviación? ¿Se bombardea? Esto ya lo hemos vivido y el Consejo de Seguridad nunca lo aprobará. Esto se lo garantizo", dice Lavrov.
Siria y la industria rusa del armamento
Cinco días después de la llegada del portaaviones Almirante Kuznetsov al puerto de Tartus, un carguero sirio llegó a Siria. Estados Unidos sospecha que transportaba armas y municiones para el régimen, algo que Moscú no cree necesario explicar. En realidad, ninguna ley internacional impide que Rusia siga vendiendo armas a Siria, uno de los mejores clientes de su industria del armamento.
La mayoría del equipamiento de las Fuerzas Armadas sirias es de origen ruso o soviético y, según informes del Centro para el Análisis de Estrategias y Tecnologías de Moscú (CAST), sólo en 2011 el gasto sirio supuso un 8 por ciento de las exportaciones rusas de armas, unos 800 millones de euros para actualizar aviones de combate y sistemas de misiles.
Siria, en los cálculos políticos internos del Kremlin
Según algunos analistas, la cúpula política rusa también observa la situación en Siria en conexión con las circunstancias actuales de Rusia. A menos de un mes de la presidenciales que pueden devolver a Vladimir Putin al Kremlin, el actual primer ministro utiliza la oposición a Occidente para aprovechar el sentimiento anti-americano que existe entre gran parte del electorado, según explica Maria Lipman, del Centro Carnegie de Moscú. Esta analista cree que Putin es hoy más débil que nunca y que es muy sensible a las presiones de la industria militar que no quiere perder a uno de sus mejores clientes.
Además, los cambios políticos que se han vivido en el mundo árabe inquietan al Kremlin, según muchos observadores, mucho tiempo antes de que decenas de miles de personas protestaran en las calles rusas contra el poder de Putin y el fraude electoral.
Particularmente sensible es la situación en el Cáucaso Norte donde siguen operando grupos rebeldes que ocasionalmente golpean con actos terroristas la capital rusa. En esas zonas el paro juvenil supera el 50 por ciento, los índices de corrupción son los más altos de la Federación y en regiones como Chechenia las fuerzas policiales se enfrentan a denuncias de graves infracciones de los Derechos Humanos.
El contagio de las revueltas árabes traería aún más inestabilidad a la región y podría amenazar el poder de los hombres del Kremlin en la zona. Lo mismo podría ocurrir en otras potencias en el sur del Cáucaso, como Azerbayán, donde ya se han registrado algunas protestas y detenciones.
En Asia Central, la situación es más parecida a la de los países árabes donde se han registrado levantamientos. La mayoría de ellos son regímenes dictatoriales cuyos dirigentes llevan cerca de dos décadas en el poder. Hay enormes diferencias económicas, infraestructuras muy degradadas, una corrupción galopante y en muchos casos movimientos insurgentes islamistas, algunos de ellos conectados directamente con los talibanes afganos.
Rusia pretende tímidas reformas para que estos tiranos no sean barridos del mapa, como ha ocurrido en Túnez o Egipto, lo que dejaría su patio trasero a merced de otras potencias extranjeras.