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La música de los Goya

  • El acabado técnico del cine español es cada vez más perfecto
  • El trabajo de Alberto Iglesias destaca por su originalidad

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El mundo de los premios atrae la atención del público y se plantea claramente como un sistema más de promoción del producto, aunque todo buen artista sabe que el mejor premio es su propio trabajo y no se preocupa demasiado por las prácticas competitivas, tan ajenas a esa especial comunicación que es el arte.

La música en el cine es uno de los elementos claves de la banda sonora definitiva, y en la actualidad cada vez es más habitual que los directores y compositores sean  conscientes de la realidad del cine como arte sonoro, en su  combinación de todas las posibilidades expresivas que ofrecen las combinaciones del silencio con todo tipo de sonidos.

Gracias a ello en  el cine español el acabado técnico de la banda sonora es cada vez más perfecto, se acerca ya  al mejor  nivel internacional. En esta nueva edición de los premios Goya continuamos  observando ese aumento en la calidad técnica de la banda sonora en nuestro cine, lo que beneficia, y por cierto mucho, a los compositores seleccionados.

Las distintas concepciones de los finalistas

Como es lógico y habitual los trabajos escogidos en esta edición presentan una vez más un amplio abanico de posibilidades expresivas,  todas ellas muy correctas, que hacen tarea absurda el intento de comparación.  Desde la música como apoyo dramático efectivo pero discreto  hasta el uso de la partitura como destacado elemento narrativo, nos encontramos con distintas  concepciones por parte de los directores en su necesaria y estrecha colaboración con los compositores.

Entre los seleccionados, todos con una excelente formación que apoya con fuerza su labor, aparece de nuevo el nombre de Alberto Iglesias, ya con doce nominaciones en su haber, todo un clásico en la historia de los premios. Con esquemas de minimalistas y repetitivos, en La piel que habito busca una partitura de protagonismo muy destacado en el film, que logra ser un factor más a la hora de crear tensión. La formación vanguardista de Alberto Iglesias es uno de sus mayores  activos, y le ayuda siempre a la hora de enfrentarse a riesgos e innovaciones, por lo que su trabajo es quizás el más original de los seleccionados.

Lucio Godoy y Mario de Benito son nombres que ya empiezan a ser tenidos en cuenta  en estos premios, y su nominación en este año sirve desde luego como reconocimientos de  la amplia trayectoria de ambos creadores. Con Blackthorn, sin destino, Godoy trabaja para un género como el western, que cuenta con antecedentes poderosos y muy claros en sus rasgos distintivos: el compositor logra un eficaz trabajo acudiendo tanto a algunos toques sinfónicos de los clásicos de Hollywood en el oeste  como a la ya ineludible asimilación de los hallazgos tímbricos de Morricone para el género. Con No habrá paz para los malvados Mario de Benito logra un trabajo sin duda eficaz y muy profesional  en el terreno del thriller, muy imbricado con la acción, lo que quizás le resta autonomía estética.

Y en esta edición de los Goya los nombres de los hermanos Evgueni y Sacha Galperine representan una total novedad. Formados inicialmente en Rusia, perfeccionaron su excelente formación en París, y han iniciado una colaboración muy rentable como creadores de música para la imagen. Su banda sonora para Eva es igualmente muy profesional, se ajusta perfectamente a la necesidad del ambiente inquietante del film, con ese toque sobre la robótica que lógicamente hace imprescindible la utilización de los recursos de la música electroacústica, un género que tiene una larguísima presencia en el mundo de la música cinematográfica, aunque algunos todavía se sorprendan con su uso. En este caso los hermanos Galperine no renuncian en absoluto a la utilización de  los esquemas más clásicos de la música sinfónica, y como ya  es habitual en muchos films, mezclan con acierto ambas estéticas en su banda sonora.