Hollywood y 'The Artist', un amor correspondido
- Ninguna película sobre el cine había logrado el Oscar a Mejor Película
- El tono amable de la cinta y su audacia formal, claves de su triunfo
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Entre los récords que The Artist ha puesto a cero con su victoriosa noche (película muda, película francesa, película en blanco y negro) parece que se escamotea la pregunta clave: ¿cómo es posible que una película que habla de la industria del cine haya ganado un Oscar?
Porque cintas sobre Hollywood hay unas cuantas y, además, un puñado de ellas son obras maestras. Pero ninguna fue elegida por los académicos como Mejor película del año. Y muy pocas fueron finalistas. La primera versión de Ha nacido una estrella (1937) aspiró a la estatuilla sin conseguirlo. Lo mismo le ocurrió a El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder. Cantando bajo la lluvia (Donen, 1954), hermana temática de The Artist, ni siquiera fue nominada.
Suerte que comparte con el remake de 1954 de Ha nacido una estrella de 1954, Cautivos del mal (Minelli, 1952) o El juego de Hollywood (Robert Altman, 1990). Es una breve lista de películas que tuvieron algún otro reconocimiento. La enumeración se hace larga si añadimos las películas que no acudieron a la ceremonia. Solo Melodías de Broadway, Oscar en 1930 (¡el primero sonoro!) podría equipararse al éxito de The artist por su temática y tratamiento. Pero su trasfondo, como el de Eva al desnudo (Oscar en 1950), es el teatro y la costa este.
Complacencia con la industria
De nuevo: ¿cómo es posible que la fábrica de sueños digiera al fin una historia propia? La respuesta parece apuntar a dos factores: la absoluta complacencia de la película de Hazanavicuis con la industria y el encanto de su propuesta formal.
The Artist es la historia de un actor-director que se ve relegado al ostracismo por la industria a causa de su incapacidad para adaptarse. Es el argumento mínimo que comparte con, prácticamente, todas la películas citadas anteriormente. Solo que no es amarga. No hay codicia ni maldad en The Artist. Todo es buenismo, todo es encanto. El callejón sin salida en el que se encierra su protagonista, Geroges Valentin, se debe a su contumacia y nada más. No se puede culpar a una industria que, sencillamente, busca a su público. Su antigua compañera muestra una total compasión y comprensión hacia el dolor del protagonista. El tono es, en su mayor parte, comedia. Y la esencia de la comedia, decía Cabrera Infante, es la felicidad momentánea de los espectadores a través de la felicidad eterna de los personajes. Es el regusto que deja, sin duda, The Artist. El espectador sale bailando claqué de la sala, del salón o de donde quiera que haya visionando la película.
Lo bello del pasado
Y, sobre todo, el envoltorio. La audacia de Hazanavicus de filmar en blanco y negro silente encierra también un mensaje: no olvidéis el pasado, hay algo bello en él. Las hermosas secuencias de amor de The Artist son su mejor valor. La escena del conocimiento a través de los pies o la del encuentro en la escalera provocan una fascinación irresistible.
La invención de Hugo puede que también sea un bello homenaje pero, aunque sea una película juvenil, es años luz más oscura. Hay padres muertos, niños vagabundos, almas heridas, frío y mucha noche. Un universo del recordado Dickens. El resentimiento de un artista repudiado parece más asumible si su nombre es una parodia (Georges Valentin) que si apunta a un referente real como Georges Melies.
Una de las últimas secuencias de The Artist muestra a John Goodman, que interpreta al director de un estudio, brincando de alegría sobre la mesa ante el negocio que se le viene encima. La interpretación de la película como parábola sugiere que los artistas y la industria tienen que adaptarse a los cambios tecnológicos. Y por tanto, los narradores y, ojo, los productores de historias han de buscar su ‘musical’, es decir, el formato que los vincule de nuevo al público. En tiempos de cambio ese bello mensaje, preñado de esperanza, es justo lo que la industria necesita oír. Habéis sido grandes y lo seguiréis siendo. ¿Puede haber mejor música para los académicos?