Los asesinatos que conmocionaron Francia: de comprar una moto a tener "de rodillas" a un país
- Un asesinato anónimo en Toulouse de un militar inició el caso
- Una moto, un arma de calibre 45 y disparos en la cabeza, modus operandi
- La IP de un ordenador y el testimonio de un concesionario de motos, claves
- El liderazgo de Sarkozy y la agenda del Frente Nacional amenazan a Hollande
- Consulta las claves del asedio del asesino de Toulouse
Domingo 11 de marzo, poco antes de las cuatro de la tarde. Imad Ibd Zaiten, un militar francés de origen magrebí, espera vestido de paisano junto a su moto en un barrio residencial de Toulouse. Aún lleva casco y recibe una llamada telefónica. Le preguntan por el vehículo, una Suzuki Bandit.
Espera a un posible comprador que le ha contactado por internet, pero no tendrá demasiada oportunidad de negociar el precio. A lomos de una motocicleta de 500 centímetros cúbicos, le mata con un balazo a quemarropa que entra por su ojo izquierdo y se da a la fuga.
Con este improbable arranque comienza la trágica historia de asesinatos que ha conmocionado a Francia y que puede incluso cambiar el rumbo de las elecciones presidenciales que celebra el país en apenas unas semanas.
Sin quererlo, en ese principio guarda buena parte de su final: al contestar el anuncio que Zaiten puso en internet el pasado 24 de febrero (donde ya se identificaba como militar), el presunto asesino, el islamista radical Mohamed Merah, usó un ordenador situado en su propio domicilio, una falta que le ha pasado factura dado que ya estaba fichado por los servicios antiterroristas franceses tras ser identificado por las autoridades afganas por su colaboración con los talibanes en Kandahar.
El crimen de Montauban
Pero a esas alturas el crimen cometido en Toulouse no pasaba de ser un posible ajuste de cuentas, al menos hasta que cuatro días después, pasadas las dos de la tarde, la misma motocicleta, la misma pistola y el mismo método se repite unos cincuenta kilómetros al norte, en la ciudad de Montauban.
Las víctimas, otros dos militares de origen magrebí, Abel Chennouf, de 24 años, y Mohamed Legouad, de 26, que están sacando dinero a plena luz del día en un cajero automático en un centro comercial de la ciudad.
El ataque, en el que también resulta herido de gravedad otro militar, el antillano de 28 años Loïc Liber, en estado de coma, es grabado por 46 cámaras de seguridad, que muestran a un hombre "con ropa oscura llevando un casco negro y montando una motocicleta de gran cilindrada".
El asesino se baja de la moto, aparta a una señora mayor que se encuentra detrás de los tres militares para sacar dinero, y con frialdad dispara sus balas hasta vaciar un cargador y coger uno nuevo.
Es más, los múltiples testigos que ven los hechos señalan que cuando ve a una de sus víctimas tratando de huir se acerca a él y le remata con tres balazos.
Uno de esos testigos lo describe como "de altura media y bastante gordo" a la emisora de televisión RTL y ve que tiene los ojos verdes y un tatuaje o una cicatriz en su cara al levantarse el visor del casco.
La Policía hallará posteriormente el cargador, pero el autor de las muertes es precavido, y no quedan huellas de las que poder sacar un ADN que le identifique, aunque al menos a esas alturas la Policía ya sabe que el arma es la misma que la del primer crimen, una pistola de calibre 45.
Aunque las fuerzas de seguridad no avanzan el modelo, el más famoso es el Colt 45, de fabricación estadounidense, que según la revista francesa Le Point es el arma ligera preferida por los delincuentes franceses debido a su poderoso impacto.
Esa misma arma es la que durante el asedio posterior en su domicilio, Merah entregará a la Policía a cambio de un teléfono móvil.
La alerta salta en Toulouse
Pero lo que hasta entonces es un extraño incidente entre el ataque terrorista y de nuevo el ajuste de cuentas pasa a convertirse en un fenómeno de trascendencia nacional y casi global cuando el pasado 19 de marzo de nuevo un hombre en una moto de gran cilindrada dispara y mata a sangre fría a cuatro personas a la entrada de la escuela judía Ozar Hatorah poco después de las ocho de la mañana.
Los fallecidos son el profesor de religión Jonathan Sandler, de 30 años, y sus dos hijos, Gabriel de cuatro años y Arieh, de cinco. La otra víctima es Myriam Monsonego, la hija de siete años del director de la escuela, a la que le da un tiro en la cabeza tras agarrarla del pelo.
En el ataque, de nuevo a la vista de todos, primero usa una pistola de 9 mm, para luego volver a actuar con su Colt. Con una empieza la matanza, con otra la culmina.
Con todo, hay elementos que difieren del asesinato de Montauban. Si en el primero parecía tener muy claros sus objetivos, en este parece que dispara de manera indiscriminada.
"Dispara a todo lo que podía ver, adultos y niños, y algunos niños fueron perseguidos dentro de la escuela", relata el fiscal Michel Valet a los periodista.
Nicole Yardeni, represenante del comité judío de Toulouse, ve el vídeo de seguridad del ataque y describe al pistolero como "determinado, atlético y en buena forma", al contrario del "bastante gordo" del testigo de Montauban.
Una madre cuyo hijo vió directamente el ataque señala que le contó que el asesino miraba directamente a los niños con ojos "claros y verdes", de acuerdo con The Guardian.
La pista ultraderechista
Pero el detalle de la investigación que da un giro es la hipótesis de que el asesino parece tener una pequeña cámara alrededor del cuello, usada habitualmente por paracaidistas, que según el ministro de Interior, Claude Gueant, hacen vislumbrar un asesino "frío" que grababa sus crímenes.
Los medios franceses apuntan a una hipótesis privilegiada: que se trate de un asesino ultraderechista como el extremista noruego Anders Breivik, basándose en el origen religioso de las siete víctimas conocidas hasta ese momento, musulmanes y judíos.
A esas alturas, la relevancia de los asesinatos ha penetrado de lleno en la campaña electoral para las presidenciales francesas, que entra en una falsa tregua: aunque el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y su rival socialista, François Hollande, han abandonado formalmente la campaña, los analistas sugieren que la evolución de los hechos beneficia al primero.
Sarkozy se pone al frente de las manifestaciones de repulsa mientras otros candidatos, como el centrista Bayrou o el izquierdista Melenchon prosiguen con sus actos y apuntan sin nombrarlo al extremisto ultraderechista del Frente Nacional de Marine Le Pen.
Pero un testimonio clave va a desmontar esta hipótesis y va a llevar a la pista de un terrorista islamista. Se trata de Christian Dellacherie, dueño de "Yam 31", un concesionario de la marca japonesa del nordeste de Toulouse que identifica a Mohamed Merah al ver las imágenes difundidas por la Policía de la cámara de seguridad de la escuela judía.
Entonces ve a una motocicleta parcialmente repintada de blanco y hace la "conexión".
"Un joven que conocemos había venido a vernos hace unos días y había solicitado información sobre el chip de localización que tiene la máquina. Agregó de pasada que venía de desmontar la moto para repintarla", detallaba.
"Les di el nombre y apellido de un joven que teníamos en nuestra base de datos desde los 14 años", añadía Dellacherie, que hizo hincapié en que no había vendido la moto robada y que "no la había visto jamás".
El testimonio clave
Este testimonio, junto con el dato de la IP de la computadora desde que se respondió al anuncio de la primera víctima, precipita la decisión de la operación en la tarde del martes, que se confirma a medianoche.
Poco despúes, a la una de la mañana, una periodista de la cadena France 24 recibe una llamada de un hombre que se define como el autor de los ataques.
Las justifica por la situación de los palestinos, por la política exterior francesa, y en particular por la intervención en Afganistán, y por la normativa de Francia sobre el uso del velo islámico.
Esta llamada de once minutos se toma en serio, ya que los detalles presentados por el hombre que son muy precisos. Dos horas después, las fuerzas de élinician la operación para detener al sospechoso, que se atrinchera con varias armas, entre ellas un rifle de asalto.
Desde su trinchera, le confiesa a los negociadores que es el autor de los crímenes, que pertenece a Al Qaeda, que planeaba nuevos ataques y que solo se arrepiente de no haber provocado más víctimas.
Con un orgullo extraño, asegura que ha logrado poner a Francia, su país de adopción, "de rodillas". Marine Le Pen, renacida, le contesta pidiendo iniciar una guerra contra el fundamentalismo islámico.
Pero las cámaras se centran una y otra vez en Sarkozy, que se erige en guardián de la unidad nacional y multiplica su presencia en diferentes actos. Mientras, su rival, François Hollande, guarda un amargo silencio y mastica su condición de exfavorito.