Juan Rulfo, testigo y víctima de la Cristiada
- Huérfano, y con 8 años, fue testigo del horror de la guerra cristera
- "El llano en llamas" le convirtió en el prosista de la desolación y la muerte
- Rulfo llamó a la Cristiada "revolución estúpida" y atroz
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Todas las grandes tragedias humanas, y la guerra cristera lo fue, han tenido sus grandes narradores, que han sabido trasladarnos a esos escenarios de odio y aniquilamiento. Juan Rulfo (1917-1986) fue una de las víctimas de esa guerra cristera, que dividió México en los años 20 del pasado siglo. Hoy sigue siendo un tema tabú e ignorado por los jóvenes generaciones que desconocen la guerra que dividió a sus abuelos. Se ha impuesto una historia oficial, admitida como única verdad, en los que cristeros aparecen como borrachos y ladrones.
De aquella experiencia terrible, la guerra cristera, Juan Ruflo nos ha dejado El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Es el prosista de la desolación. "Simplemente hablo de mi gente, mis sueños y mi tierra", afirmó Rulfo. Pedro Parámo inspirará una ópera que se estrenará en 2015.
El Llano en llamas, la gran epopeya cristera, tiene en Cristiada, la película ya estrenada en México, su traslación cinematográfica. El público y los críticos tendrá que comprobar si esta apuesta cinematográfica está a la altura de la gran prosa de Rulfo,que llamó a esta guerra cristera una "rebelión estúpida, donde los dos bandos enfrentados cometieron toda clase de atrocidades". Lo afirmó en TVE, en el programa A fondo, emitido en 1977. Cinco años después, en 1983, volvería a España para recibir el Príncipe de Asturias.
Estalla la guerra civil (1926-1929)
Los Cristeros fue un movimiento armado que desde 1926 hasta 1929 combatió la política laica del presidente Plutarco Elías Calles y por su sucesor, Emilio Portes Gil, en cuyo mandato se puso fin al conflicto religioso. La denominada Guerra Cristera estalló en agosto de 1926, principalmente en los estados de Jalisco, Nayarit, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas, escenarios naturales utilizados en Cristiada. Su origen fueron las medidas adoptadas por el gobierno de Calles, encaminadas a disminuir las actividades educativas de la Iglesia y, sobre todo, a eliminar por completo el culto religioso
Por destruir nuestros templos sagrados/No podrán esos fieros tiranos/Arrancar de nuestra alma a Jesús. Era uno de los muchos corridos que se repetían en aquella época.
Rulfo nació a finales de la Revolución mexicana en la provincia de Jalisco,aislada, misérrima, fanática y violenta. Pasó su infancia,huérfano de padre y madre y con ocho años, en medio de la Guerra de los Cristeros. Su padre murió cuando tenía cinco, asesinado en su hacienda en un México violento y convulso, muy parecido a los tiempos que vive actualmente este país. La familia lo perdió todo en aquella cruenta guerra civil y obligó a recluir al joven Rulfo a un orfanato-prisión de Guadalajara.
El gran alzamiento de enero del 1927 fue más civil que militar. Al principio los cristeros cambatían sin un uniforme, sin equipo. Se proveían de los ropas de los federales caídos en combate. Solo eran reconocidos por su brazalete negro, signo de duelo y luego por su brazalete blanco y rojo, de los colores de Cristo
La base sería local. La gente del campo suministraba a la vez los soldados y sus aliados civiles; la gente de las ciudades trabajaba en la organización, en la propaganda y en el aprovisionamiento.Con el paso de los años a Rulfo le quedó muy vivo en el recuerdo aquella locura. "Entonces viví en una zona de devastación.No sólo de devastación humana, sino devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica".
Los soldados de la fe
No podemos atribuir a los cristeros una motivación económica. Lo formaban indios comuneros, despojados, peones y aparceros, que siguieron el movimiento en masa, al igual que los marginados. No eran ricos propietarios territoriales, que deseaban mantener sus privilegios. Se habló de la santa causa, y hasta una película reciente se tituló Guerra Santa. Y acierta, pues los cristeros eran hombres y mujeres necesitados de expresar a Dios su amor por medio del culto, que su gobierno prohibía.
Los jefes tenían que ser reconocidos o elegidos por sus soldados, antes de confirmar el título las autoridades superiores.La elección siempre se hacía democráticamente, por voto y aclamación.Un jefe del que la tropa estuviera descontenta no podía mantenerse largo tiempo en el puesto y había que volver a las filas o marcharse.
El movimiento cristero estaba imbuido de una profunda espiritualidad. Eran soldados de la fe. Algunos soldados hacían capillas, de varas y de zacate. También los sacerdotes hacían sus casas ahí junto a los campamentos cristeros, esto con el fin de llevar los sacramentos a los incansables guerreros de Dios. Todos los días escuchaban la Santa Misa y, por las tardes rezaban el rosario, como los carlistas de nuestras guerra civiles.Pío XI, que instituyó la fiesta de Cristo Rey, alentó el movimiento cristero, dándoles su bendición, apoyando a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, que alentó un boicot social y económico como primera forma de protesta, antes de levantarse en armas, para oponerse a las medidas anticlericales del gobierno.
En 1926, nada más estallar la guerra, escribió al obispo al Obispo de Tacambaro estas palabras:
"Si Dios está de nuestra parte, ¿Quién podrá al fin arrebatarnos la victoria?, podremos exclamar confiadamente, con la mirada puesta en el cielo y el corazón en Dios, por más que ruja en nuestro derredor las furias espantosas del abismo…."
Las Brigadas Femeninas
La mujer tuvo un papel esencial, llegando a veces a estar en primer línea, cuando los generales caían en combate. El centro de la resistencia en Huejuquilla fue María del Carmen Robles, que supo resistir al general Vargas, y cuyo martirio le valió una fama de santidad. María Natividad González, llamada la generala Tiva era tesorera de la Brigada Quintanar, mientras que la infatigable doña Petra Cabral, no contenta con dar a sus hijos a la causa, aprovisionaba a los cristeros.
Se ocupaban las mujeres de custodiar las iglesias, misión peligrosa pues suponía arriesgar la propia vida. A ellas se les debe una organización, que resultó esencial para los cristeros, como Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco. Era una organización militar destinada a procurar dinero, aprovisionar a los combatientes, suministrar municiones, uniformes y refugios, a curarlos y esconderlos. Se imponía a sus miembros un juramento de obediencia y de secreto. La organización se extendió a todo el país. En enero de 1928 se fundaba la primera Brigada en el Distrito Federal. Se extendió rápidamente, llegando a contar con más de 10 mil militantes, la mayoría jóvenes solteras de 15 a 25 años, dirigidas por jefes de los cuales ninguno tenía más de 30 años.
Los arreglos (21-6-1929)
A mediados de 1928 los cristeros tenían unos 25.000 hombres en armas, seguros de la victoria, pues los federales pasaban por un momento de clara debilidad. En plena campaña presidencial, en 1928, fue asesinado Álvaro Obregón como candidato presidencial. Fue nombrado presidente interino Emilio Portes Gil. Estados Unidos urgía a la pacificación, buscando una solución a la cuestión religiosa. Los cristeros, que eran para Estados Unidos, unos bandidos, no podían entrar en ese diálogo.
Después de tres años de guerra, se calcula que en ella murieron 25.000 o 30.000 cristeros, por 60.000 soldados federales, una sangría humana que solo podía terminar mediante un acuerdo, que para los cristerios constituían una traición. Monseñor Ruiz y Flores, Delegado Apostólico ad referendum, escogió como secretario en la negociación a monseñor Pascual Díaz y Barreto, el único obispo que había mostrado decidido empeño en lograr una transacción con los callistas. Ambos fueron traídos desde EEUU a México, incomunicados en un vagón de tren, por el embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow, banquero y diplomático, protestante y masón
Se ignoraron las instrucciones de Pío XI
Los obispos elegidos para estos arreglos no cumplieron las instrucciones de Pío XI, pues no tuvieron en cuenta el juicio de los Obispos, ni el de los cristeros o la Liga Nacional; tampoco consiguieron, ni de lejos, la derogación de las leyes persecutorias de la Iglesia; y menos aún obtuvieron garantías escritas que protegieran la suerte de los cristeros una vez depuestas las armas.
Juan Rulfo recogió el desánimo en las filas cristeras, que se vieron así traicionadas por los representantes de la Iglesia, a la que defendían.
"A la hora de los arreglos los cristeros tuvieron la oportunidad de presentarse a las autoridades militares para recibir un salvoconducto; a cambio tenían que entregar el caballo y el rifle, instrumentos de guerra, contra diez pesos que se les ofrecían para regresar a casa, en un estado mucho peor que en 1926, con una mano adelante y otra atrás".
"Después de la amnistía llegó el exterminamiento del ejército cristero y sus dirigentes -tal como describe Edgar González en Los otros cristeros. "Cuando terminó la primera guerra cristera en 1929, asegura este autor, empezó el gobierno a matar generales y coroneles del ejército cristero".
Al Rulfo niño le quedaron muy grabados las imágenes de la represión contra los cristeros. "Era raro que no viéramos colgado de los pies a alguno de los nuestros en cualquier palo de algún camino. Allí duraban hasta que se hacían viejos y se arriescaban como pellejos sin curtir".
Cristada recoge con toda realismo aquella represión que no pudo acabar con el movimiento cristero, que volvió a echarse al monte en la llamada Segunda Guerra Cristera (1934-41). "Unos pocos formaron unas gavillas de bandoleros, al estilo Pedro Zamora, por rencor, por la inercia de la costumbre adquirida y por la falta de trabajo; otros, más numerosos, volvieron a levantarse en armas", recordaba Juan Rulfo en sus últimos años de vida. La Iglesia católica se mantuvo al margen, y fue considera traidora por los nuevos cristeros.