Mi primer libro
- Óscar López, director de Página 2, nos proponer viajar en el tiempo
- Invita a los lectores a participar en el Día del Libro comprando recuerdos
Ya está aquí. Ha llegado el 23 de abril, Día del libro, y de nuevo vivimos la fiesta de la lectura en todo su esplendor. Sé que podría ofrecerles un catálogo de recomendaciones, como la última novela de Almudena Grandes, Javier Marías o Jaume Cabré. O bien podría hacer apuestas para valorar quién se llevará el gato al agua durante la Diada de Sant Jordi que se celebra en Catalunya. Incluso podría elucubrar sobre qué pasará en esta jornada desde el punto de vista económico, cuando el sector editorial vive una crisis importante de la que intenta salir con dignidad.
Un viaje en el tiempo
Pero hoy prefiero dejar de lado mi condición de periodista cultural y hablarles sólo como lector. Les propongo un viaje en el tiempo, y que cada uno recuerde el primer libro que tuvo entre las manos. Pero no me refiero a aquella lectura obligatoria del colegio o aquellos libros que convivían en nuestra casa y pertenecían a nuestros padres, que seguro que muchos de nosotros somos hijos de Círculo de Lectores, sino a aquel primer libro de verdad, el nuestro, la novela o el cuento que nos puso la piel de gallina, nos bañó de adrenalina el estómago o nos erizó hasta el hipotálamo por puro placer.
Ese libro que nos esperaba en la mesita de noche dispuesto a ofrecernos lo mejor de su historia, ya inolvidable, que permanece grabada a fuego en nuestra memoria. Yo tengo clavada en mis meninges la portada de Tom Sawyer detective, de Mark Twain, editada por Bruguera, el libro que vi en la pequeña papelería cercana a mi casa, en cuyo escaparate estuvo tiempo y tiempo esperando a que yo lo comprara a los once años con mi primera paga semanal.
Ese libro que aún hoy conservo, me abrió las puertas a un mundo que jamás me ha traicionado, ni aun cuando han pasado por mis manos auténticos tochos insufribles, textos cursis y experimentos literarios destinados al fracaso.
Desde entonces, la lista de lecturas ha ido creciendo con los años. Llegó Herman Hesse en la adolescencia con su Lobo estepario, Siddharta y Bajo las ruedas, para demostrarme que ya era capaz de sumergirme en lecturas que a lo mejor ni me correspondían por edad pero que mi hermano mayor leía con fruición.
Y pasé, cómo no, por Kafka, para voltear al pobre Gregor Samsa en La metamorfosis justo antes de penetrar en El castillo del mismo autor. Me asusté hasta lo indecible con Lovecraft y sus Mitos de Cthulhu, surqué los mares con Stevenson, Salgari y Melville. Me enamoré de Madame Bovary, me fugué con El conde de Montecristo, y hasta fui capaz de sobrevivir a la derrota de no alcanzar el Polo Sur en El peor viaje del mundo. Luego vendría la madurez, y viviría el miedo al compromiso en Corazón tan blanco de Javier Marías, compartiría la Expiación de Ian McEwan, e incluso me herviría la sangre al ir como invitado a La fiesta del chivo de Vargas Llosa.
Lo sé, no les he recomendado novelas de actualidad para regalar en este Día del libro. Sólo les he ofrecido recuerdos, los míos. Pero seguro que si bucean entre los suyos, encontrarán aquel libro que les ha marcado de manera especial, y que ahora tienen la excusa de recuperar para compartirlo con quien corresponda. Porque hoy es nuestro día, el Día del Lector. Así que salgan a la calle, piérdanse por entre esos miles y miles de historias y siéntanse orgullosos de pertenecer a un club de privilegiados, que han encontrado en la literatura, un refugio cómodo, acogedor y placentero, donde cabemos todos.