Buenas noches, dulce princesa Chavela, y que coros de ángeles arrullen tu sueño
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Cuenta una antigua leyenda mexicana, de los tiempos de la Conquista, que en una noche lluviosa de invierno, hace muchos siglos, una madre perdió a sus tres hijos cerca de un río. Desde entonces se dice que todas las noches su fantasma vuelve a la tierra para buscarlos.
Muchos la han oído llorar. A partir del día de hoy el espíritu de la legendaria Llorona tendrá un motivo más para llorar… Chavela Vargas se nos ha ido, en busca de aquel camino hacia la inmortalidad que comenzó hace ya tiempo.
La habíamos escuchado recientemente, junto a nuestro compañero Javier Gallego, en una estremecedora entrevista en “Carne Cruda” el pasado 9 de julio; la vimos cantar en la Residencia de Estudiantes de Madrid en el último canto a su querido Federico García Lorca (“Luna Grande”, 2012); y nos reímos con su grandísima ironía durante la presentación de “Dos vidas necesito”, una autobiografía escrita por su amiga María Cortina y presentada hace pocas semanas en la Casa de América de Madrid.
Inconfundible voz de un contiente
Nacida en Costa Rica, el 17 de abril de 1919, exactamente una semana después del asesinado de Emiliano Zapata (el popular héroe protagonista de la revolución mexicana) y posteriormente nacionalizada mexicana, Chavela Vargas ha sido la inconfundible voz de un continente. Una voz ronca, barítona, fermentada con décadas y litros de tequila y tabaco, cultivada con pasión y talento, con la conciencia y sabiduría de quien siempre quiso viajar en dirección obstinada y contraria, sin venganza alguna, irreducible a los prejuicios de la homofobia y de un mundo construido a medida masculina.
Una personalidad irrequieta, sexual, musical y culturalmente inclasificable, apasionada de la poesía, la pintura, el teatro, del sonido de las guitarras, de la vihuela, de la trompeta, del guitarrón y del violín de los mariachis.
Imposible no pensar en su voz al escuchar algunos de los grandes clásicos de la canción popular mexicana como En el último trago, El andariego, Piensa en mí, Que te vaya bonito, No volveré y Macorina, dedicada a la primera mujer cubana que tuvo licencia para conducir en La Habana, con aquel célebre arranque de «ponme la mano aquí, Macorina». Con esta canción hizo su debut musical en la ciudad de Acapulco en 1953.
Sin ella, compositores fundamentales como José Alfredo Jiménez, Manuel Esperón, Gilberto Parra o Álvaro Carrillo, habrían quedado huérfanos de tanta belleza, en años en los que la ranchera comenzaba a despertar un renovado interés también entre un público más culto y refinado. Letras construidas con sabiduría popular y con la grandísima ironía de los que saben jugar con los temas universales de la vida, la muerte, el amor y las pasiones, y que a partir de los años 30 fueron popularizados por la radio y el cine que, justo en aquella época, comenzaba a vivir un momento de Oro con estrellas como Pedro Infante, Dolores del Río y Mario Moreno “Cantinflas”, el Charlie Chaplin de Hispanoamérica.
Muerte de Pedro Infante
En 1961, cuatro años después de la prematura muerte de Pedro Infante, Chavela Vargas hacía su debut discográfico con el Cuarteto Lara Foster. Difícil imaginar la reacción de su público al encontrarse en el escenario con una mujer vestida de hombre, con poncho rojo, y acompañada por sus infaltables puros, tequilas y pistola y, sobre todo, dotada de una capacidad extraordinaria de alternar romanticismo, expresionismo y cultura popular. Era más que suficiente para convertirse en una leyenda sin precedentes en la historia musical de Latinoamérica.
Durante los años 70, en un clima de fuertes reivindicaciones políticas y sociales en todo el mundo, en contra del neocolonialismo y de la Guerra Fría, Chavela formó parte del entusiasmo de la Nueva Canción Latinoamericana grabando discos como “Corridos de la Revolución” (1970) y “Amanecí en tus brazos” (1973), con canciones de los argentinos Atahualpa Yupanqui (Preguntitas a Dios), Facundo Cabral (No soy de aquí ni soy de allá), Ángel Ritro (de Los Andariegos) y Armando Tejada Gómez (Canción para un niño en la calle). Con más de ochenta discos grabados, hasta su definitiva consagración en el Carnegie Hall de Nueva York (“En Carnegie Hall”, 2004) a sus 85 años, Chavela ha representado un elocuente testimonio de artista responsable, constantemente atraída por un sentimiento de profunda solidaridad hacia las minorías. Una mujer exagerada, independiente, pasional, con una autonomía moral total y en contra de muchos prejuicios, como dijo un día su gran admirador Pedro Almodóvar.
Graves problemas alcohólicos
Después de una pausa de doce años, debida a graves problemas alcohólicos, en 1989 regresó a los escenarios con una serie de conciertos en una pequeña sala de la capital mexicana llamada El Hábito. Dos años después, en 1991, Chavela viajó a los Andes para participar en el rodaje de la película “Grito a la Piedra”, del director alemán Werner Herzog.
A partir de entonces, con renovado entusiasmo, regresó por fin a los escenarios con el disco “Piensa en mí”, para seguir descubriendo de forma ecléctica y curiosa todo lo que le pasaba por delante: bolero, canción melódica y romántica, popular y de autor, hasta sus infaltables rancheras de siempre. Una pasión que había comenzado a cultivar en su juventud, durante la época en que frecuentaba a Agustín Lara, al célebre muralista Diego Rivera, sus amores prohibidos con la pintora Frida Kahlo, su encuentro con León Trotsky, su amistad con José Alfredo Jiménez (autor de la mayoría de sus canciones más afortunadas), Lila Downs (señalada por la mismísima Chavela como su sucesora), Eugenia León y Julieta Venegas. De su profunda amistad con Joaquín Sabina nacerán las espléndidas versiones de Noches de boda (“19 Días y 500 Noches”, 1999) y Nosotros (“¡Por mi culpa! Chavela Vargas y sus amigos”, 2010). Una relación nacida en ocasión de sus conciertos en Madrid de 1993 (en la Sala Caracol) y 1994 (Teatro Albéniz) y que ha sido condensada en forma estremecedora por el mismísimo cantautor, junto a Álvaro Urquijo, en la canción Por el boulevard de los sueños rotos (“Esta boca es mía”, 1994).
Luego vinieron sus colaboraciones con Ana Belén (Amanecí en tus brazos, “Mírame”, 1997), con Miguel Bosé (Encadenados, Papito, 2007) y sobre todo con Pedro Almodóvar, su admirador más entusiasta, responsable de su definitiva consagración internacional. Imposible olvidar las estupendas versiones de Luz de luna, En el último trago y Somos, utilizadas por el famoso cineasta español en las bandas sonoras de las películas “Kika” (1993), “La flor de mi secreto” (1995) y “Carne trémula” (1997) respectivamente. También resulta difícil de olvidar el célebre bolero Tú me acostumbraste, de 1957, del pianista cubano Frank Domínguez, que fue incluido en Babel, la exitosa película de Alejandro González Iñárritu, ganadora en 2006 de la Palma de Oro al mejor director en el Festival de Cine de Cannes. Será la directora de cine Julie Taymor quien la llevará nuevamente a la gran pantalla como actriz intérprete de los dos estándares mexicanos (La Llorona y Paloma negra) en su personal homenaje a la vida atormentada de su querida Frida Kahlo (“Frida”, 2002).
No muy lejos de donde Chavela vivía, en la ciudad de Tepoztlán, en el Estado de Morelos, a las faldas del Cerro del Tepozteco, existe un lugar especial llamado Santuario de la Mariposa Monarca El Rosario. Se encuentra en el estado de Michoacán, una reserva de 56 mil hectáreas en la que cada año, después de un recorrido de cuatro mil kilómetros, millones de mariposas procedentes de Estados Unidos y Canadá pueden por fin encontrar paz y descanso hasta el verano sucesivo. La duración de estos viajes excede la de la vida de cualquier mariposa, que normalmente dura entre dos y seis semanas. Así que se trata de un viaje cuyo destino nunca vislumbrarán. Lo harán en cambio sus crías, nacidas durante el vuelo y que han aprendido a volar durante el viaje, siguiendo las increíbles rutas programadas en sus antenas y basadas en la relación entre sus biorritmos y la posición del sol en el cielo. Y todo eso sin pedirle el permiso, ni los papeles, a nadie. La despedimos así, con esta imagen, imaginándola volar como una mariposa rebelde hacia nuevos mundos, tomando un último trago de tequila a su salud y cantando aquellos espléndidos versos de Joaquín Sabina:
Se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol, de mil noches en vela. Se dejó el corazón en Madrid¡quién supiera reírcomo llora Chavela!