El fallo de software que propició un desastre bursátil de 440 millones de dólares en 45 minutos
- Un fallo hizo que millones de operaciones de compraventa se volvieran locas
- Las acciones de más de 140 compañías cotizaron a precios inusuales
- Cuando la empresa de trading Knight Capital arregló el fallo ya había perdido 440 millones
Con los ecos todavía resonando del fallo técnico en la bolsa española del lunes, que dejó sin actividad al Sistema de Interconexión Bursátil (SIBE) durante más de cinco horas, en otras plazas hay quien ha corrido peor suerte, incluyendo especialmente a Knight Capital: una empresa que la pasada semana, debido a un fallo tecnológico, vio cómo más de 440 millones de dólares (unos 350 millones de euros) desaparecían de sus bolsillos en 45 minutos.
Knight Capital es una empresa de altas finanzas y trading que se dedica básicamente a comprar y vender acciones de forma masiva para sus clientes. Por sus manos pasa un importante porcentaje de todas las operaciones de la bolsa estadounidense.
Sus operaciones incluyen ventas tradicionales e institucionales, pero también están especializados en negociación de alta frecuencia (HFT: High Frecuency Trading).
El HFT es una forma de operar altamente automatizada, mediante software con algoritmos informáticos programados para la negociación rápida, en la que se opera en cuestión de microsegundos.
El funcionamiento del HFT es complejo, pero básicamente consiste en aprovecharse de la diferencia a cortísimo plazo entre los precios de compra y venta de las acciones que cotizan en el mercado para ganar algo de dinero en cada operación. Es algo que se viene haciendo desde hace más de diez años, aunque su volumen ha crecido espectacularmente en tiempos recientes.
Lanzando millones de órdenes a diversos precios de forma muy rápida y ejecutándolos (o cancelándolos) con prontitud se pueden obtener pingües beneficios. ¿Cuán rápido? En este juego hablamos de milisegundos e incluso de microsegundos.
Se sabe que hay empresas que cambiaron sus instalaciones para estar más cerca de las conexiones de fibra óptica de la bolsa y poder raspar unos microsegundos a la propia red de comunicaciones y llegar antes con sus órdenes. No es un negocio para tortugas precisamente. Pero hay un problema colateral: este tipo de operaciones distorsiona el mercado tal y como se entendía hasta ahora, dado que las operaciones «humanas» –por llamarlas de alguna forma– pasan a ser tan solo una pequeña parte del escenario de cifras completamente automatizado creado por estos algoritmos.
Algunos consideran que esto es una señal más de que el «sistema» está roto y de que hay quien juega con el dinero de los inversores a un juego demasiado artificial y peligroso. Todo esto se conoce desde hace tiempo y se ha limitado la forma en la que operan algunos de estos algoritmos HFT, especialmente los que lanzan órdenes «falsas» con el único objetivo de hacer subir o bajar los precios para luego anularlas y ejecutar otras.
Las normas sobre la compraventa de acciones y futuros también se aplican, pero sigue existiendo un margen con el que empresas como Knight Capital pueden operar. Y la programación de este tipo software es cada vez más compleja y sutil, dando lugar a nuevas y extrañas situaciones.
En el fondo, lo que comenzó siendo un mercado bursátil en el que financiar las actividades de las empresas y gestionar las inversiones de los particulares es ahora una bolsa entendida como un campo de batalla digital en el que compañías creadas específicamente para ese mundo artificial compiten unas con otras moldeando la realidad a su gusto.
Las empresas no «valen lo que valen», sino lo que dicen las pantallas que valen o hasta donde los algoritmos puedan «estirar» artificialmente. Y lo mismo pueden duplicar su capitalización bursátil de un día para otro que morder el polvo y quedar tiradas por los suelos tras una operación «de usar y tirar» de unos pocos minutos.
De su propia medicina
Irónicamente, Knight Capital ha tenido que probar su propia medicina cuando sus sistemas tecnológicos se «volvieron locos» durante la mañana del 1 de agosto. Por alguna razón comenzaron a recibirse en la bolsa órdenes de compra y venta muy extrañas relativas a acciones de 148 compañías cotizadas, algunas multiplicando su precio por cinco respecto al día anterior.
No obstante, todas esas órdenes se consideraron válidas y se ejecutaron, produciendo beneficios para otros inversores, mientras los traders de Knight Capital veían en las pantallas cómo se hundía el Titanic a cámara lenta y se preguntaban qué estaba pasando.
Al poco de producirse el fallo, los traders de la empresa comenzaron a desviar las nuevas órdenes que recibían a otros competidores del sector –algo sin precedentes– conscientes de que algo iba mal. A los 45 minutos la pesadilla terminó, pero el daño ya estaba hecho.
La propia Knight Capital, que curiosamente también cotiza en la bolsa de Nueva York, caía un 63 por ciento al final de la sesión (y un 32 por ciento más al día siguiente) tras reconocer el problema y la magnitud del mismo: 440 millones de dólares de pérdidas en un fatídico día.
Daño irreparable
Aunque se anularon algunas operaciones (las que estaban muy por encima o por debajo de su valor real) la mayor parte del daño era simplemente irreparable: en bolsa lo hecho, hecho está.
La compañía había caído presa de un bug de software, que probablemente volcó todas las órdenes del día en unos pocos minutos al comienzo de la sesión, aunque las causas del denominado «colapso tecnológico» todavía no se han detallado. Todo ha quedado en un escueto «sabemos que se había instalado un nuevo software y que algo falló».
Para evitar la bancarrota, Knight Capital ha tenido que obtener otros 400 millones de dólares de financiación por parte de nuevos inversores, que básicamente han tomado el control de la empresa. Lo que queda por ver es si puede recuperar la confianza de los inversores y del resto del mercado para seguir operando como hasta ahora… después de limpiar los bugs de su software, claro. Pero, además de todo esto, las preguntas quedan en el aire: ¿Cuándo volverá a suceder? ¿Cómo puede una sola empresa arrastrar a cientos de compañías al abismo por un simple descontrol tecnológico? ¿Cómo puede afectar todo esto a la economía de un país?
Es algo que, junto con la conveniencia o no de ciertas prácticas especulativas –algunas de las cuales ya han sido eliminadas del mercado con cambios normativos– harían bien los responsables en examinar detalladamente.