Continúa la huelga en la mina de platino de Sudáfrica donde se produjo la masacre
- La empresa Lonmin reconoce que solo ha vuelto a trabajar el 13%
- Denuncian amenazas contra los mineros
- Las condiciones de los mineros no han mejorado tras el apartheid
Los mineros sudafricanos que trabajan para la compañía Lonmin en las explotaciones de platino continúan con su huelga para pedir aumento de sueldo. Más de cuarenta personas han muerto durante el conflicto, 34 de ellas acribilladas por la Policía el pasado día 16 de agosto.
Según la compañía, la tercera del mundo en producción de platino, algunos trabajadores han sufrido intimidaciones para no volver a los pozos. El sindicato Solidarity, que representa a operarios cualificados, también ha denunciado amenazas, según la agencia Reuters.
La empresa ha reconocido que solo un 13% de sus 28.000 trabajadores ha regresado al tajo este lunes, lo que hace imposible reanudar la extracción.
Por su parte, la Unión Nacional de Mineros (NUM, en sus siglas en inglés), asegura que en la mina de otra compañía, la Eastern Platinum, se han producido incidentes similares: grupos de trabajadores han impedido que los mineros acudan a sus puestos.
Pésimas condiciones para los mineros
Los mineros sudafricanos soportan una situación económica y social que ha explotado en Marikana, según informa Jaime Velázquez para la Agencia Efe.
Durante décadas, la minería, primera industria de Sudáfrica, se ha mantenido sobre las pésimas condiciones de vida de sus trabajadores, informa Velázquez.
"Allá donde mirara, veía hombres negros con monos polvorientos. Vivían sobre el terreno en desnudos barracones que contenían cientos de lechos de cemento", escribía el expresidente sudafricano Nelson Mandela en su autobiografía, El largo camino hacia la libertad, en referencia las minas del Rand, cerca de Johannesburgo.
"Solo la existencia de mano de obra barata -continúa Mandela- en forma de miles de africanos, que trabajaban en largos turnos a cambio de un escaso salario y sin disfrutar de ningún derecho, hacía que la extracción resultara rentable para las empresas mineras".
Varias décadas después, la situación apenas ha cambiado en las explotaciones sudafricanas, donde miles de obreros trabajan en uno de los oficios más peligrosos y perjudiciales del mundo por unos 4.000 rands al mes (unos 380 euros).
"Es mejor que te despidan a seguir trabajando así", dicen los mineros.
Casi veinte años después del fin del "apartheid", los blancos siguen cobrando hasta cinco veces más que la población negra, que aún vive en asentamientos improvisados, y su tasa de paro ronda el 25%, frente al 5% de los descendientes de europeos.
La masacre de 34 mineros por disparos de la Policía el pasado día 17, y la muerte de otras 10 personas desde que se inició la huelga en Marikana, el 10 de agosto, ha puesto de manifiesto la realidad del subsuelo sudafricano.
"La situación en los poblados mineros es abominable: la superpoblación, la falta de salubridad, agua potable y electricidad son la norma", ha denunciado la Fundación Bench Marks, una organización que vela por los derechos laborales en Sudáfrica.
"La mayoría de los poblados chabolistas son el resultado de que las compañías no dan alojamiento adecuado a sus empleados y les pagan sueldos inhumanos", añade la Fundación.
El poblado de Marikana
La situación en el poblado de Marikana, junto a la mina de Lonmin, se asemeja bastante a esa descripción: la basura se acumula en los alrededores del asentamiento, que alberga a 10.000 familias, en casas de chapa y madera.
Bethuel Sibiya, de 43 años, paga 300 rands (unos 28 euros) por una chabola de dos metros cuadrados sin ventanas. Comparte el único grifo de agua corriente y los retretes con otras diez viviendas, aunque asegura que hay quien vive en chabolas peores acompañados de familia.
"Sólo hay agua durante unas dos horas, por la noche, así que hay que esperar levantado para llenar cubos para cocinar o asearse, y la electricidad a veces se va durante una o dos semanas", explica Sibiya, miembro del sindicato AMCU.
Los retretes "son sólo un agujero en el suelo. El olor y todo se desborda", agrega Sibiya, quien afirma que su salario es insuficiente para costear una vida mejor. "Tengo tres hijos y una mujer, y mi madre sigue viva. No me queda nada en el bolsillo. Sólo como pan. Ni pollo, ni nada", lamenta el obrero.
"Trabajé hasta 1987 en las minas. Luego en la hostelería. Volví a las minas hace un año porque pensé que podría ganar dinero, pero la situación sigue siendo la misma", señala el empleado.
"No hacíamos nada (en el momento de la masacre). Sólo bailábamos, es nuestra cultura -indica Sabiya-. La empresa le dijo a la Policía: 'id y matadlos'. Y eso es lo que hicieron".