Un hallador de almas que se llama Pierre Gonnord
- La Fábrica publica un gran libro de retratos del fotógrafo francés
- Entrevistamos a Gonnord en su estudio de Madrid
Cuando Pierre Gonnord conoció a Konstantina, ella tenía 16 años y se dedicaba a limpiar los parabrisas de los coches que pasaban. Vivía junto a su familia en una chabola de Valdemingómez, a las afueras de Madrid, donde el fotógrafo llegó en busca de carisma. “Esta chica rumana tuvo un accidente cuando era niña, y la cicatriz que tiene en la cara hace que percibamos esa belleza, que, aunque rota, no deja de ser belleza”, nos cuenta Gonnord en su estudio madrileño.
Después de conocerla a ella y a su familia, la invitó a su estudio para sacarle unas fotos. “Vino en taxi y me llamó la atención que mirara a través de la ventanilla de esa manera, como si Madrid fuera un escaparate que nada tenía que ver con ella”, recuerda.
La vida de la joven Konstantina es una de las más de cien que recoge en forma de fotografía Pierre Gonnord (La Fábrica), un gran libro de retratos que resume el trabajo del fotógrafo francés realizado entre 1999 y 2012.
Fotógrafo de los desfavorecidos
Buscador de carisma en sus inicios y hallador de almas poco después, Gonnord ha querido retratar en sus doce años como fotógrafo a los más desfavorecidos, desde los gitanos de las Tres Mil Viviendas de Sevilla hasta los negros de Alabama, en EE.UU. Y eso que su destino parecía otro.
“En París, yo trabajaba como economista en una multinacional hasta que vine a Madrid con una amiga y me quedé. Algunos años después, ya instalado en la capital, falleció mi hermano y me agarré a la fotografía para superarlo”, nos explica. Aquel joven economista de Cholet, efectivamente, dejó de trabajar para aquella empresa y se puso de lleno a hacer reales esos “encuentros” que tan feliz le hacen.
“Hace 25 años vine a Madrid con una amiga y me quedé“
“Una vez que dejé la empresa, comencé a retratar a la gente que tenía a mi alrededor”, añade. Alrededores que fueron paulatinamente alejándose más para poder llegar a quienes él quería en realidad tener enfrente: esos seres humanos misteriosos y aparentemente diferentes a los que evitamos día a día sin querer darnos cuenta.
Su primer cámara, una Nikon F3
Con una Nikon F3 en sus manos -la que fue su primera cámara-, Gonnord se marchó unos meses a Japón becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Era el año 2001. Tenía 38 años. “Irme a Kioto me dio la oportunidad de estar solo y de pensar solamente en fotografía. Así que salía a la calle con una bicicleta a buscar personas que no fueran de mi entorno. Me adentré en barrios desconocidos”, relata.
“Cuando volví de Japón ya no veía a la gente igual“
Pero a la vuelta, los ojos de Gonnord ya no eran los mismos. “Cuando volví me di cuenta de que ya no miraba a la gente igual. Así que alquilé un piso muy pequeño en París e hice la serie Utópicos, que también está en el libro. Aquí se ven personas desplazadas que no encajan en el sistema. Por ejemplo, Antonio, que fue boxeador y que tiene una historia increíble”.
¿Y cómo convence Gonnord a estas personas para que se pongan frente a su objetivo? “Poco a poco”, contesta él. “Por ejemplo, a Antonio tardé en retratarlo porque yo no quería herirle, no quería que se sintiera como un objeto de curiosidad, a pesar de que yo lo veía como un ser excepcional. Así que fue él el que se ofreció a ser fotografiado, después de muchos cafés”.
Reminiscencias pictóricas
Los retratos de Gonnord parecen cuadros de Velázquez, Zurbarán o incluso Goya, aunque a él no le guste demasiado la comparación. “Las personas que elijo para retratar vienen al estudio con su ropa y con su peinado. Yo no hago nada, solo fotografiarles. Y no retoco las fotos, solo altero un poco el color a la hora de revelar. Pero no, no soy de los que meto la mano en las imágenes”, aclara.
“La crisis ya pasó, y fue una crisis de excesos“
Otra de las series que se incluyen en el libro de retratos recoge retratos de algunos de los mineros que trabajan en Asturias. “Los mineros son muy alegres, muy cachondos. La primera vez que entré en una mina bajé 700 metros y pensé que aquella distancia... ¡era dos veces la torre Eiffel!”, explica. "Esta gente se juega el tipo cada día", advierte.
Y es que Gonnord disfruta acercándose a los marginados, a los que casi nadie presta atención si no es para acusarles de algo. Y le enerva la frivolidad. “Cuando veo a la gente caminando los domingos por la calle Fuencarral de Madrid pegando sus caras a los escaparates pienso… ¿No estaremos perdiendo algo?”, reconoce poco después de explicarnos su visión de la crisis. "La crisis no es lo que tenemos ahora. La crisis ya fue, y fue una crisis de excesos".