El día en que cambió mi perspectiva
- Los neoyorquinos protagonizan 'El día de mañana'
- La ciudad no ha recuperado aún su ritmo habitual, con los transportes cerrados
Miro al exterior desde la ventana de mi habitación, en un tercer piso, en el centro de Brooklyn. Alzo la vista y me cuesta imaginar que, apenas a unos kilómetros de distancia, no más de dos, los anónimos ciudadanos de Nueva York estén interpretando el papel que protagonizaron estrellas en largometrajes como El día de mañana, sobre los efectos del cambio climático.
Destrozos en Coney Island, Manhattan inundado, incendios en Queens… y víctimas mortales. Todo eso está ocurriendo, pero hay que pararse a reflexionar, pensar en esa doble realidad, la que nos llega en forma de imagen masiva y la que aparece encerrada por el marco de una ventana de madera en una casa en la que dos turistas están gozando de ciertos privilegios fortuitos (escasos cortes de electricidad y teléfono) y que, al igual que millones de personas ahora parapetados en sus hogares, hicieron caso de las advertencias desde las páginas web del Gobierno local y el consorcio de transporte.
Jugando por unos instantes a ser intrépidos reporteros y después de tranquilizar a los de casa, buscas testimonios de personas que a pesar de estar aisladas no lo sienten así, porque viven en su reducto, en su barrio, y hoy, al igual que ayer, no tienen que ir a trabajar, aunque tampoco podrían hacerlo si tuviesen que desplazarse de Manhattan a Queens o Brooklyn, o ir hasta el vecino estado de Nueva Jersey: los puentes están cortados y tras ese cosquilleo al pensar en cierta idea de insularidad caes en la cuenta de que el día lo pasarás a unas manzanas de casa como Elías, que seguirá vendiendo su pan junto a la estación Lorimer Street, o Joanna, que jamás imaginó que en su visita al supermercado Food Bazaar en Mytle Avenue acabaría hablando para Radio Nacional de España acerca de su intención de voto en las elecciones presidenciales del próximo martes. Por si se lo preguntan, sí, seguirá decantándose por Obama, sin importarle lo que digan sobre su gestión de esta crisis.
Rebobino la película y me sitúo en la tarde del domingo: Sandy a punto de pegar en la puerta y nosotros paseando por una Quinta Avenida con comercios como Apple Store -abierto 24 horas al día, los siete días de la semana-, blindados con plásticos y sacos terreros. Broadway, Union Square, East Village, Bryant Park, Wall Street… En todos estos lugares, de los más frecuentados en el mundo, se respiraba ese ambiente de ‘¡Corre! Es 24 de diciembre, vete a casa que allí te esperan y no puedes tardar más de lo necesario’ y en ese frenesí aderezado por cierta calma chicha, llegamos a Times Square, donde los grandes anuncios luminosos convivían con avisos de las autoridades en un estilo un tanto aterrador mientras los grandes musicales echaban el cierre sin prever la vuelta a los escenarios y esto sí que resulta apocalíptico al igual que, como dicen por aquí, ver un McDonald’s o un Starbucks a oscuras, bien cerrado.
En otra secuencia de esta superproducción, con imágenes de avenidas vacías al estilo de Soy leyenda y El último hombre vivo sobre la Tierra, uno piensa en los millones de personas que amanecen cada día en todo el mundo sin electricidad o agua corriente y no protagonizan un solo titular. Pero en esta sociedad de la interconexión instantánea, nos quedamos con un tuit por enviar o no sube a nuestro perfil de Facebook la última foto y el hecho se convierte en la gran tragedia. No tendría que ser así o quizás sí, si empleamos dos varas de medir bien distintas y, de esta forma, eximimos nuestros excesos comunicativos.
Cierto es que el foco informativo está iluminando la sexta aglomeración urbana más poblada del planeta, que el sistema de transporte (metro, autobuses, ferrocarriles) más complejo –con permiso de los de Tokio y Shanghai-, susceptible de ser usado a diario por más de ocho millones de habitantes y otros tantos visitantes, se paralizó de manera ordenada el pasado domingo, a priori por prevención, pero ya ha quedado patente la fuerza de los embates de Sandy: no hay fecha para la restauración del servicio, aunque también es verdad que no hay tiburones nadando en los andenes anegados.
Muchos medios de comunicación, sobre todo la televisión, pintan la realidad con colores demasiado vivos, las redes sociales emplean trazos gruesos pero acotando la imagen a gusto del autor de la fotografía o el vídeo… Nosotros la relatamos desde hace unas horas junto a latas de alubias, salchichas ahumadas y velas dispuestas en caso de que tuviésemos que alumbrar nuestras lecturas, de cuando en cuando interrumpidas por llamadas de preocupación lógica desde el otro lado del Atlántico, charlas que siempre finalizamos con una frase: ‘se mueve mucho (o no) el árbol que vemos desde nuestra ventana en esta zona del centro de Brooklyn’.