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El Real ofrece en programa doble 'Il prigioniero' de Dallapiccola y 'Suor Angelica' de Puccini

  • 30 años separan a ambas óperas que tratan el tema de la reclusión
  • La fantástica soprano Deborah Polaski interviene en las dos

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'Suor Angelica' de Puccini, contiene uno de los últimos grandes lamenti de la historia de la ópera.
'Suor Angelica' de Puccini, contiene uno de los últimos grandes lamenti de la historia de la ópera.

Esta nueva entrega de esta temporada del Teatro Real nos trae dos óperas en una, en una nueva coproducción con el Liceu de Barcelona. El programa incluye por este orden Il prigioniero de Luigi Dallapicola y Suor Angelica de Giacomo Puccini. Dos óperas breves separadas por tres décadas pero que abordan el tema de la reclusión del ser humano por motivos políticos o sociales, ahora desde la óptica escénica de Lluis Pasqual y la maestría musical del alemán Ingo Metzmacher.

Serán 11 funciones, desde este vienes (estreno) hasta el 15 de noviembre. Y la oportunidad de ver en escena a grandes fíguras de la lírica mundial como la fantástica soprano Deborah Polaski (madre del prisionero y tía de Sor Angelica, la otra prisionera), el bajo-barítono Vito Priante, en el papel titular de Il prigioniero o las sopranos Verónica Dzhioeva (rusa) y Juliana Di Giacomo (estadounidense) que se alternan, según las funciones, en el papel de “suor Angelica”.

También la posibilidad de escuchar a Puccini en esa tesitura media y “sin gritar” que el director artístico del Real, Gerard Mortier, exige para el autor de Madama Butterfly. Algo que podemos aplicar igualmente al coro titular del TR y los Pequeños Cantores de la Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid (JORCAM).

“Suor Angelica”, la protagonista de la ópera de Puccini, es una madre soltera de familia aristocrática que fue recluida en un convento, como castigo por haber dado a luz a un hijo ilegítimo. Siete años después, Puccini nos la presenta como una monja experta en hierbas, flores y plantas que ayudan a sobrellevar la vida o a quitarla, y que no ha olvidado a su hijo del que nunca volvió a saber, y desea fervientemente volver a ver. Un buen ejemplo de esas historias basadas en las “pequeñas cosas”, que gustaban a Puccini.

Esta ópera en un acto de Puccini, uno de los últimos representantes del drama romántico, contiene uno de los últimos grandes lamenti de la historia de la ópera, cantado claro por la protagonista, y fue estrenada en 1918.

Tres décadas más tarde, en 1949, Dallapicola, el primer serialista italiano, estrena Il prigioniero que había escrito en 1944, el año en que Florencia es liberada del nazismo. El montaje del que hablamos recuerda con imágenes históricas la segunda guerra mundial, aunque la historia original tiene lugar en Zaragoza, en tiempos de Felipe II.

La esperanza, última tortura

Las dos obras tienen mucho en común como para compartir programa. Incluso musicalmente encontramos en Il prigioniero rasgos de Puccini desarrollados. También la intensa relación de dos madres (la del prisionero y sor Angélica) con dos hijos alejados. Por no citar, la muerte provocada, casi como liberación que pone punto final a las dos historias. Pero sobre todo, el nexo es el tema del ser humano encarcelado, bien sea en un convento o en un presidio.

Y más concretamente sería “alimentar la esperanza con algo que no va a ocurrir”, como explicó en la presentación el director de escena del doble montaje, Luís Pasqual, quien ya dirigió en el Teatro Real Don Giovanni (2005) y Tristán e Isolda (2008). La esperanza mantenida, podríamos decir, como otra forma de tortura,

Y ese tema, lo ha materializado Pasqual en una estructura circular de metal de tres pisos que gira sobre mi misma. Estructura gris, sombría, taciturna e iluminada débilmente con luces frías. Esa mole, hecha de rejas, llena sin duda el escenario y se adapta perfectamente tanto a las necesidades musicales como textuales de Il prigioniero.

No ocurre lo mismo con Suor Angelica. Aquí esa escenificación demasiado austera nos impide siquiera imaginar el exuberante jardín del convento donde departen las hermanas y rebajan el tono místico del desenlace; el encuentro de Angelica, al entregar su alma con su hijo muerto. Podríamos imaginarlo de muchos modos, pero no con tubos de neón